La libertad de expresión y sus límites - Alfa y Omega

En primer lugar, hay que afirmar la libertad de expresión como derecho humano fundamental, inherente a la dignidad misma de toda persona humana. El respeto a la libertad de expresión no sólo constituye una exigencia moral fundamental, sino condición ineludible, sine qua non, de una convivencia sociopolítica humana democrática, así como, también, del mismo progreso científico, intelectual…

En la Constitución española (art. 20), «se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica. c) A la libertad de cátedra. d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión». Pero el mismo precepto constitucional establece: «Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título [el I], en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia».

No es difícil entender que, por la propia naturaleza de las cosas, el ejercicio de cualquier libertad tiene sus límites. Las leyes fijan tales límites y los criterios para juzgarlos. ¿Debe prevalecer el derecho de quien ostenta un cargo público a su intimidad, o el derecho de los demás a informar y ser informados sobre circunstancias que, aunque privadas, pueden condicionar el ejercicio de las funciones públicas que esa persona ha de ejercer? Lo decidirá el juez. La cuestión, pues, no está en si la libertad de expresión tiene límites. Los tiene como cualquier otra libertad. La cuestión está en cuáles son esos límites y cómo se establecen.

En los últimos días, los horrendos asesinatos de que han sido víctimas periodistas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo han levantado una ola mundial de justa indignación. Nadie en su sano juicio puede dejar de condenar esos crímenes. Y a esta condena se han sumado quienes no comparten y aun desaprueban muchos contenidos de esa revista. Pues lo horrendo de esos crímenes no convierte necesariamente en bueno, acertado, adecuado, excelente, imitable, el concreto ejercicio de la libertad de expresión que de ella se ha hecho, se hace, en muchos casos.

Estos días se ha dicho también que, con el ataque criminal a la citada revista, se ha atacado no sólo la libertad de expresión, sino el conjunto de valores que fundamentan y definen la civilización y la cultura europea y occidental. Pero estoy seguro de que ninguno de los defensores de los valores occidentales incluye, entre ellos, el insultar, blasfemar u ofender de cualquier modo a ninguna persona.

Y con lo dicho sobra –espero– para entender ciertas manifestaciones coloquiales del Papa contra las cuales ha surgido un inquisitorial grupo de teólogos dispuestos a darle lecciones sobre las enseñanzas del Evangelio. Ojalá estas modestas consideraciones puedan contribuir a disipar la densa niebla conceptual que parece invadirles. Así sea.