El mercado de piezas de recambio humanas - Alfa y Omega

El mercado de piezas de recambio humanas

El Vaticano organiza por primera vez un congreso internacional centrado en el tráfico de órganos que ha reunido a expertos médicos y policiales de una veintena de países

Ángeles Conde Mir
Hombres víctimas de tráfico de órganos en Lahore, Pakistán, muestran sus cicatrices después de perder un riñón. Foto: AP Photo/K.M.Chaudary

Nirmala (nombre ficticio) vivía en una aldea de la India. Su marido, alcohólico, no trabajaba y ella hacía lo que podía por sacar adelante a sus hijos hasta que, por una falsa promesa de trabajo, se trasladó a una ciudad más grande. Allí la convencieron para vender un riñón. Aceptó y se hizo pasar por familiar del receptor pero, poco antes de llevarse a cabo el procedimiento de donación y trasplante, las autoridades descubrieron que se trataba en realidad de la compraventa de un órgano. Donante, receptor, sanitarios y facilitadores fueron detenidos. Sin embargo, a los pocos días estaban todos libres salvo Nirmala. El receptor, por la falta del tratamiento de diálisis, falleció. La donante es ahora la única que se enfrenta a la justicia.

«Esto no ha sucedido en los años 80 o 90, sino hace unos meses, y se trata de un caso que creo que nos da muchas lecciones a todos. Mientras los profesionales sanitarios han conseguido salir indemnes sin castigo, los más vulnerables –donante y receptor–, están totalmente desprotegidos». Quien lo cuenta es la doctora española Beatriz Domínguez-Gil, copresidenta del grupo custodio de la declaración de Estambul, al que llegan casos como el de esta mujer india. En 2008, en la ciudad turca, más de 150 representantes de organismos médicos y científicos de todo el mundo y representantes políticos suscribieron esta declaración profesional que establece unas recomendaciones para combatir el tráfico de órganos y el turismo de trasplantes. El acuerdo ha impulsado cambios en las legislaciones de muchos países, que han reforzado los controles. España es pionera en incorporar el delito de compraventa de órganos y turismo de trasplante en su Código Penal. También es una superpotencia en cuanto a donaciones, pero en otros países la situación cambia bastante. La esperanza de vida crece en los países desarrollados a la par que avanzan los éxitos en los trasplantes y escasean, por tanto, los órganos disponibles. A más demanda se requiere más oferta. Así se ha abierto la puerta a un oscuro mercado en el que los seres humanos son despiezados como si fueran ganado.

Petición expresa del Papa

El Papa, que ya en 2014 se reunió en el Vaticano con la directiva de este grupo custodio, está muy al tanto de esta realidad. Recibió información detallada sobre esta nueva forma de esclavitud moderna y calificó como «inmoral cualquier iniciativa sustentada en la comercialización de órganos, tejidos y células y alejada de la donación como acto de amor al prójimo y de responsabilidad social». Prueba de que este drama sigue entre sus prioridades es que, por primera vez, el Vaticano se ha ocupado de ello en un congreso exclusivamente dedicado al tráfico de órganos y el turismo de trasplantes. Francisco solicitó al canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, que se llevara a cabo este encuentro y lo hizo con un sencillo mensaje: «Marcelo, la trata de órganos puede tratarse en conexión con la trata de personas. Muchas gracias».

La trata de personas es una tragedia que atormenta al Papa Francisco, y no es para menos. El tráfico de seres humanos rivaliza, como uno de los negocios sucios más lucrativos que existen, con el tráfico de drogas y el tráfico de armas. Es difícilmente cuantificable su impacto económico pero se estima que ronda los 32.000 millones de dólares al año. De este pastel podrido, una buena porción corresponde a las ganancias del tráfico de órganos. Tráfico de personas y tráfico de órganos son a menudo las dos caras de una misma moneda. «Cualquier persona que haya caído en una red de tráfico humano es susceptible de ser víctima del tráfico de órganos», cuenta a Alfa y Omega Mussie Zerai, sacerdote eritreo nominado al premio Nobel de la Paz en el año 2015. Él es el ángel de la guarda de miles de refugiados desde que en 2003 una persona escribió en una cárcel libia su número de teléfono con el mensaje: «Llamar aquí para cualquier emergencia». Desde entonces ha recibido miles de llamadas que han salvado miles de vidas. De otros casos solo sabe de su triste destino: «Denunciamos en 2009 lo que sucedía en el Sinaí. Más de 3.000 refugiados fueron asesinados para quitarles los órganos: córnea, pulmones, hígado, riñones… Los traficantes les ofrecían pagar sus viajes con un órgano. Preparaban camionetas como rudimentarias clínicas donde llevaban a cabo las intervenciones y, cuando estaban dormidos por completo, les extirpaban todos los órganos». Luego fueron a compradores en países del Golfo, Israel o incluso Estados Unidos. Hoy en día, esa red está desmantelada, aunque Egipto continúa siendo un paraíso del tráfico de órganos. Estos son casos extremos, pero también componen el amplio abanico de miseria y desesperación que empuja a muchas personas pobres a vender partes de su cuerpo al mejor postor. Otras, también en situación límite, compran: tienen tal vez dinero suficiente pero sus horas están contadas.

Foto: www. thenewshq.com

Quienes salen perdiendo siempre son los donantes y los receptores. Los primeros son los que ganan menos al final de esta cadena, si es que llegan a percibir algo. A eso se añade otro agravante que explica la doctora Domínguez-Gil: «En España un donante vivo es un héroe. En muchos de estos países estas personas serán estigmatizadas de por vida en sus comunidades». Los receptores no reciben ninguna garantía sanitaria, ni tan siquiera saben si el órgano que se les va a trasplantar es apto. Según la Organización Mundial de la Salud cada año alrededor de 10.000 trasplantes se llevan cabo de forma clandestina en el mundo. En un país como Pakistán, que se ha llegado a conocer como el gran bazar de órganos baratos, se puede llegar a vender un riñón por solo 2.000 dólares. El receptor de Estados Unidos lo paga a 80.000. Los precios pueden ascender hasta los 350.000.

Órganos online

«Pocos o ningún español van al extranjero a trasplantarse: serían más víctimas que beneficiarios», aclara el doctor José María Simón, presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas, quien participó en el encuentro organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias. Sin embargo, sí viajan turistas de países como Estados Unidos, Canadá, Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes, Israel, Japón o Australia. Lo que quizá no saben es que entre un 40 % y un 70 % de ellos volverá con una complicación infecciosa que, en algunos casos, será mortal.

Es tan sencillo como buscar en internet. Basta con poner un anuncio solicitando un órgano determinado y especificar el grupo sanguíneo. La doctora Domínguez-Gil explica que, en el caso de España, la brigada de delitos telemáticos de la Guardia Civil está al quite. «En nuestro país existe este control, pero en otros no, y se permite este contacto». Y concluye: «Las redes sociales se han convertido en la nueva forma de reclutamiento tanto para donantes como para receptores».

Algunas prácticas, incluso legales, se están controlando desde hace relativamente poco. Por ejemplo, en 2008 los seguros sanitarios en Israel reembolsaban los gastos ocasionados por este turismo de trasplantes ilegales. Hasta 2015, el Gobierno chino usaba los órganos de prisioneros ejecutados tanto para locales como para extranjeros. El doctor José María Simón insiste en que «la donación debe ser altruista. Los órganos humanos tienen que estar fuera del comercio, extra commercium. Es lo más digno y lo menos manipulable».

«La diferencia entre este tráfico con otros tráficos es que aquí no se puede hacer sin las manos de los doctores, sin los médicos. Por tanto, son los médicos los que conocen bien la situación», explica a este semanario monseñor Sánchez Sorondo. Efectivamente, los traficantes no son solo delincuentes de los bajos fondos. Las redes son extensas y llegan hasta los más reputados profesionales médicos.

En Costa Rica, el cabecilla de una de estas mafias era el jefe de nefrología de un hospital público que operaba en clínicas privadas con personal sanitario que, en muchos casos, desconocía que se trataba de un acto de compraventa de órganos. «En el caso de los riñones, el nefrólogo sí lo sabe», explica la doctora Amalia Matamoros, costarricense y experta en trasplantes que también asistió al congreso vaticano.

Costa Rica se conoce como uno de los puntos más oscuros de esta práctica. «En mi país muchos doctores dicen a los pacientes: “Tráigame el donante y yo lo trasplanto”. Hay una gran laxitud de criterio profesional». El doctor Alejandro Niño Murcia, presidente de la Sociedad Latinoamericana de Trasplantes, lo define como «flaquezas éticas de los facultativos». Por eso, insiste en que «es indispensable que cada estado tenga un absoluto control de todos los órganos que se obtienen, sea de donante vivo o donante cadáver». En Colombia se han endurecido los estándares sobre todo a raíz de la actividad de grupos llegados desde fuera para hacer trasplantes de forma irregular. «Yo no podría hacer un trasplante sin preguntarme de dónde salió el órgano», apostilla el facultativo. Pero otros médicos, sí. El trabajo de concienciación de los propios profesionales es otra batalla a ganar en esta guerra de múltiples frentes. El padre Zerai apunta más alto, a atacar en su raíz el drama de la migración forzada: «Estas personas no se jugarían la vida así si se abrieran vías legales para solicitar asilo o si se crearan las condiciones para que permanecieran en sus países con una vida digna y sus derechos fundamentales garantizados. Esta es también una forma de combatir el tráfico de órganos».