He venido a dar plenitud - Alfa y Omega

He venido a dar plenitud

VI Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Mosaico de Jesús con Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas, en la basílica de la Transfiguración del monte Tabor. Foto: CNS

Mateo escribe su Evangelio dirigido fundamentalmente al ámbito judío. Esto significa que utiliza determinados conceptos que, siendo familiares para los destinatarios primeros, pueden resultar confusos para otro tipo de oyentes. Hoy encontramos al comienzo del pasaje evangélico una alusión a la Ley y a los Profetas, conceptos que deben ser aclarados. El término Ley o, en hebreo, torah, tiene un significado más amplio y no tan jurídico como el nomos de nuestra tradición griega-latina. No se refiere sin más a un cuerpo de preceptos a través de los cuales se gobierna una comunidad. Se designa una enseñanza dada por Dios a los hombres para organizar su conducta. La tradición del Antiguo Testamento considera a Moisés el principal transmisor de esa Ley. Estamos, pues, ante uno de los pilares más sobresalientes en la escala de valores de cualquier israelita de la época en la que se redactó el Evangelio. Al igual que el templo, que es algo más que el lugar físico, o el sábado, que es de institución divina, la Ley es algo que remite inmediatamente a Dios. Así pues, la Ley revela a Dios y tiene como fuente a Dios mismo. Y Moisés fue la persona escogida por el Señor para subir al monte Sinaí y darla a conocer al pueblo elegido. Cuando el Evangelio habla de «la Ley y los Profetas», Mateo se está refiriendo al conjunto de todas las Escrituras existentes hasta ese momento. En realidad, todo el Antiguo Testamento es una profecía del Nuevo.

Continuidad y cumplimiento

Desde los inicios del cristianismo hasta nuestros días han existido corrientes de pensamiento que contraponen el Antiguo Testamento con el Nuevo. Según esta teoría, que con el correr del tiempo se ha concretado en diversas variantes, con la novedad traída por Jesús ya no tendría sentido fijar nuestra atención en la Antigua Alianza. Tampoco sería oportuno dar lugar en las celebraciones litúrgicas a una Escritura que, tras la presencia y las enseñanzas de Jesús, carecería absolutamente de valor. De manera simplista, incluso se llega a presentar a dos dioses opuestos: el Dios del Antiguo Testamento, cargado de rasgos negativos, frente a Jesús, cuya vida y predicación anularía cualquier enseñanza bíblica anterior a él. A esta errónea y simplista visión se llega aislando determinados elementos de la Escritura para darles un valor absoluto y único. Es cierto que Jesús muestra oposición a la tradición de los antiguos, promovida por los escribas y los fariseos. Sin embargo, no hace lo mismo con la Ley. Si censura estas costumbres es porque fomentan el incumplimiento de la Ley y de la Palabra de Dios. Jesús nos dice que debe cumplirse «hasta la última letra o tilde de la ley».

La nueva Ley

¿En qué consiste entonces la novedad aportada por Jesucristo? Sobre todo en que la Ley y los Profetas adquieren pleno sentido a través del Señor. Jesús manifiesta su autoridad mediante el modo de presentarse ante los discípulos: al decir «se dijo…pero yo os digo», por un lado se sitúa como el nuevo legislador, se sitúa en el lugar de Dios. Ciertamente, la redacción admite una interpretación que contrapondría lo que se dijo frente a lo que Jesús dice. Sin embargo, el contenido no solo refrenda la enseñanza anterior a él, sino que le aporta mayor radicalidad. El Señor nos llama a una adhesión interna y total a la voluntad de Dios, que nazca de lo más profundo del corazón del hombre. No se trata únicamente de no matar, sino de no albergar en el interior ninguna violencia. Ese mismo dominio del corazón se nos pide en relación con el adulterio. Asimismo, se nos llama a una sinceridad perfecta, que no solo ha de concretarse en los momentos más solemnes de la vida, sino con el día a día de una vida transparente.

Evangelio / Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehenna.

Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer –no hablo de unión ilegítima– y se casa con otra, comete adulterio.

También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».