Cuando en el cielo pasen lista - Alfa y Omega

Cuando en el cielo pasen lista

Antonio R. Rubio Plo

En el diálogo entre el cardenal Bergoglio y el rabino Abraham Skorka, transcrito en el libro Sobre el cielo y la tierra, el entonces arzobispo de Buenos Aires mencionó a William Morris, un evangélico protestante que hizo escuela en el tema de la educación argentina. Lo puso como uno de los ejemplos de cómo se forjó una virtud argentina: «aquí se vivió como hermanos, más allá de que siempre hubo algún loco suelto que tiraba petardos, algún extremista». En la Europa posmoderna, en la que vemos deshacerse el sentimiento de continuidad histórica, el sentimiento de pertenencia a una sucesión de generaciones que hunde sus raíces en el pasado, y en la que sólo despierta interés el presente inmediato, tendríamos que tener cierta envidia ante el sentimiento de personas de distintas religiones e ideologías, que se sienten miembros de una misma comunidad, de una patria que nada tiene que ver con los nacionalismos excluyentes. Por tanto, el auténtico patriotismo guarda una estrecha relación con la solidaridad, una idea que también defendía Juan Pablo II, con toda su rica experiencia de la historia y cultura polacas.

Un clásico del cine argentino, Cuando en el cielo pasen lista, de 1945, dirigido por Carlos Borcosque y protagonizado por Narciso Ibánez Menta, me llevó a reflexionar sobre el personaje presentado en esta película, cuyo título se refiere a un himno religioso inglés. Se nos cuenta historia de William Morris, un inmigrante, que a finales del siglo XIX abrió un comedor gratuito en el barrio bonaerense de La Boca para atender a niños de la calle que no tenían otras perspectivas en sus vidas que las de la pobreza, promiscuidad y delincuencia. Esta labor sería continuada con varias escuelas gratuitas y la fundación de la escuela hogar «El Alba», galardonada por la vicaría episcopal de educación del arzobispado de Buenos Aires con el premio Juntos Educar en 2008, concedido a quienes han contribuido al desarrollo de la educación y cultura en Argentina.

Lo que más me llamó la atención de Cuando en el cielo pasen lista fue una frase lapidaria de Morris que aparecía al final de la película: «Pasaré por este mundo una sola vez. Si alguna palabra bondadosa que yo pueda pronunciar, alguna noble acción que yo pueda efectuar, diga yo esa palabra, haga ya esa acción ahora, pues no pasaré más por aquí».

Esta frase puede venir bien a un filántropo, pero también encaja en el ideal de un cristiano. Estoy convencido de que le gusta al papa Bergoglio, pues sabría descubrir en ella el reconocimiento que Jesús hace a los «benditos de mi Padre» en Mt 25, 35-36: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y vinisteis a verme». Esto implica que no se puede separar la fe de la caridad, pues es la fe la que hace descubrir a Cristo en el hermano: «la fe obra por medio del amor»(Gal 5,6). Nuestro tiempo es forzosamente limitado, pero hay suficiente cabida en él para poder alumbrar nuestro camino con la luz de la fe y del amor.

Las imágenes de Cuando en el cielo pasen lista nos recuerdan también una realidad a la que no escapaba ni el Buenos Aires de Morris ni el actual: la situación de los niños de la calle, marginados, despreciados y hambrientos de afecto, pese a haber sido endurecidos por la vida. Forman parte de esa multitud de «no-ciudadanos», «ciudadanos a medias» y «sobrantes» que viven en la gran ciudad, y a la que se refería monseñor Bergoglio en la inauguración de un congreso de Pastoral Urbana el 25 de agosto de 2012. La receta que daba el arzobispo de Buenos Aires sigue siendo válida para todos los tiempos y lugares, también para otras sociedades más desarrolladas, pero no menos necesitadas de un tono más humano y cristiano: «El salir de sí al encuentro del otro se resuelve en cercanía, en actitudes de proximidad. Nuestra mirada siempre tiene que ser salidora y cercana. No autorreferencial sino trascendente».

Antonio R. Rubio / Blog Mundos de Cultura y Fe