Jerusalén: amada y encontrada - Alfa y Omega

Jerusalén: amada y encontrada

Han pasado ya tres años desde que el cardenal Carlo María Martini, arzobispo emérito de Milán, se retirase, una vez alcanzada su jubilación, a Jerusalén, para dedicarse a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura. «Deseo irme a Jerusalén para dedicarme a una vida de oración, de estudio y de intercesión por todos los que allí sufren. Mi relación con Jerusalén es casi un arquetipo de la conciencia», decía poco antes de que el Papa aceptase su renuncia por razones de edad. El mensual italiano Qui touring? ha publicado recientemente una reflexión del cardenal Martini sobre la situación de la Ciudad Santa y su vocación a la paz

Colaborador
Vista de Jerusalén desde la iglesia Dominus flevit, en el Monte de los Olivos

¿Qué podemos encontrarnos hoy en Jerusalén? No es fácil emprender en nuestros días una peregrinación o siquiera un viaje a esta ciudad. El conflicto en curso y los actos de terrorismo disuaden a muchos que querrían venir aquí. Son sobre todo las imágenes transmitidas por los medios de comunicación las que alimentan el sentimiento de miedo. En cambio, aquellos que han tenido el ánimo de venir a Jerusalén se han encontrado con una buena acogida, no han tenido ningún incidente y han experimentado la fascinación que esta ciudad sabe transmitir. Debo constatar que, después de un largo período en que las peregrinaciones disminuyeron, ahora se han reemprendido; y quien ha vivido esta experiencia, cuando regresa a casa, no dice: Se puede ir a Jerusalén, sino Hay que ir a Jerusalén. Porque, para un cristiano y para cualquier ciudadano de este mundo, Jerusalén tiene una importancia única. Es una ciudad que no puede ser simplemente visitada; Jerusalén debe ser encontrada. Las premisas para este encuentro son un amor sincero, un respeto delicado que exige atención y un interés particular. Este afecto es también participación en sus sufrimientos, en sus angustias, en sus dolores indecibles del pasado remoto y próximo, así como del presente. Es necesario partir, sobre todo, del deseo de amar Jerusalén y sufrir con ella, y, por tanto, conocer su historia, su literatura, su arte, su música, sus expresiones culturales y sociales, sus problemas y sus dolorosísimas vivencias históricas. Jerusalén ha sido siempre una ciudad muy amada, y por ello muy controvertida.

Este destino tuvo su inicio hace 3.000 años, cuando la ciudad no contaba con más de 2.000 habitantes. Su existencia como capital pacífica, aun en medio de grandes trabajos y sufrimientos, dura 400 años. Después, el resto de su historia es una sucesión de invasiones y conquistas: egipcios, babilonios, persas, tolomeos, seléucidas, romanos, árabes, cristianos de Occidente, sultanes egipcios, turcos…, y así hasta los años recientes. André Chouraqui se expresa de este modo: «Durante toda su historia, Jerusalén ha sido la ciudad mártir, la gran crucificada». Cuando uno se encuentra con Jerusalén, se encuentra con las trazas y signos vivos de esta historia, que continúa también hoy. Dice Chouraqui: «Jerusalén es central para Israel, central para la Iglesia universal, para la casa del Islam, y se yergue en la encrucijada donde Asia se encuentra con África y se vuelve a Europa».

El cardenal Carlo María Martini

Aquí aparece el trágico dilema que ha acompañado su historia desde siempre: ¿ciudad del encuentro y del diálogo, o crisol de tensiones y desencuentros, como aquel al que asistimos hoy? Si se da la paz en Jerusalén, se dará la paz en todo el mundo, afirma un antiguo dicho. Por ello, es necesario venir a Jerusalén con sentimientos de paz, como operadores de paz. Esto conlleva poner en lo alto de la escala de valores el respeto por el otro, por aquel que es distinto de nosotros. De aquí nace la esperanza que vive en cada uno de nosotros cada vez que se viene como peregrino a Jerusalén, la esperanza de que minaretes y campanarios se conviertan en símbolos de respeto para todos, en la convicción de que todos los que reconocen a Dios se puedan sentir como sus criaturas y sus hijos, amados por igual.

Quien vive en Jerusalén sabe que aquí existen pequeñas iniciativas encaminadas al diálogo, encuentro, comprensión, reconciliación y perdón. Las llevan adelante personas que trabajan en silencio y en el anonimato, sin el reconocimiento de los medios de comunicación. Son los que han entendido que la paz tiene un precio, y que cada uno debe pagar su parte. También para quien viene a Jerusalén por unos pocos días puede ser una experiencia extraordinaria descubrir esta realidad, conocer y hacer conocer este empeño por la paz. Encontrarse con Jerusalén significa precisamente encontrarla para amarla, y recoger -en medio de las tensiones que siempre ha vivido y continúa viviendo- la llamada a convertirse en operadores de paz.

+ Carlo María Martini