«Dadles vosotros de comer» - Alfa y Omega

La encíclica Deus caritas est recoge unas palabras que me impresionaron desde que las leí: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). ¿Por qué me impresionan? Logré experimentar y ver en ellas la imagen cristiana de Dios y también la imagen consiguiente del hombre y de su camino. Son palabras que se completan con estas otras: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». ¿Por qué me atrevo a proponeros que hagamos vida esas palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer»? Porque solamente desde una profunda experiencia de comunión con Dios, e invadidos e insertados en su amor, se pueden hacer realidad. Jesucristo nos ha manifestado que permanezcamos en su amor; por eso creer en el amor, volver a decir con fuerza que «hemos creído en el amor de Dios», es la opción fundamental de nuestra vida. Y desde la que podemos dar de comer a todos los hombres.

¡Qué importante es descubrir en este mundo en el que vivimos, en las circunstancias en las que estamos, el mandato de Jesús: «Dadles vosotros de comer»! Son palabras dichas a los Apóstoles y, en ellos, a todos los discípulos, también a nosotros. Jesús, ante una inmensa muchedumbre que ha deseado escucharle, no puede desentenderse de sus necesidades reales, y nos enseña a no desentendernos. Él ha venido a comunicarnos el rostro de Dios que es Padre de todos los hombres. Y quiere y desea que nosotros, ahora, comuniquemos el rostro de Cristo, sirviendo al mundo y a todos los hombres en un desarrollo pleno e integral de la persona. ¡Qué bueno es encontrarse con Jesucristo! ¿Cómo haríamos para que todos los hombres puedan hacerlo? El encuentro con Él nos permite ver siempre en el prójimo no solo al otro, sino reconocer en él la imagen divina.

¿Tiene sentido que el Señor nos diga todavía: «Dadles vosotros de comer»? ¿Es necesario para el hombre de nuestro tiempo, que hizo grandes descubrimientos, que alcanzó la Luna y Marte, y está dispuesto a conquistar el universo? ¿Es necesario escuchar al Señor para unos hombres que investigan los grandes secretos de la naturaleza y logran descifrar los códigos del genoma humano? ¿Será necesario que nos diga: «Dadles vosotros de comer» a unos hombres que hemos inventado la comunicación interactiva e internet, y que hemos convertido la Tierra en una aldea global? Sinceramente, tiene más sentido que nunca pues, a pesar de todos estos descubrimientos, hay una enfermedad en el ser humano que llamaría corazón con raquitismo, es decir, corazón pequeño, pues no logra dar esas palpitaciones que lleguen a los hombres en todas las circunstancias en las que se encuentren, y puedan percibir que tienen hermanos.

Porque siguen existiendo hombres muriendo de hambre, sed, enfermedad, pobrezas de todo tipo; esclavitudes muy diversas y disimuladas con aires de dar libertad falsa y engañadora; explotaciones de todo género donde lo que vale es tener más y no la persona humana que es imagen de Dios; ofensas muy diversas a la dignidad humana; odios raciales, políticos, religiosos, intolerancias diversas, también religiosas, discriminaciones, coacciones físicas y morales, violencias que impiden una convivencia en paz. Alimentar como Jesús de su persona a los hombres, que hace tener al ser humano un corazón grande donde todos caben y son capaces de vivir juntos; ayudarse, animar y cambiar la historia, haciéndola más humana, con el humanismo de verdad… Eso es precisamente hacer vida esas palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer». ¿Estamos dispuestos a vivir de la Eucaristía para hacer verdad ese mandato? La Eucaristía tiene a Cristo mismo; es por eso por lo que, alimentados de Jesucristo, podemos dar de comer y hacer gustar la eternidad en el tiempo.

Es muy elocuente la expresión de los Apóstoles, cuando Jesús les manda que den a la multitud lo que necesitan para saciar el hambre: «Dadles vosotros de comer». La respuesta fue: «No tenemos más que cinco panes y dos peces». Y era verdad. Ellos por sí mismos no tenían, pero lo poco en manos de Dios es abundancia. Y sigue siendo verdad: desde nosotros y por nosotros mismos, con nuestras fuerzas, con lo que somos y tenemos, no podemos saciar a nadie, siempre quedarán con hambre. Solo con Cristo que nos muestra el verdadero ser de Dios, con su amor, con la fuerza de su gracia que transforma nuestra vida, desde la fuerza de la comunión con Él, podemos entender que «no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da idea verdadera de la vida humana» (Caritas in veritate, 16b).

Me atrevo a deciros que seamos capaces de acoger una propuesta, de hacer el regalo que el Señor mismo nos ha dado y entregárselo y mostrárselo a los hombres:

1. Acojamos la propuesta que nos hace Dios mismo: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo». Vivamos por, desde y con la santidad de Dios que se nos da en Cristo. Camina por el mundo con la vida que te regaló Jesucristo. Te ha dado su Vida para que la hagas vida en ti y la manifiestes.

2. Demos el regalo que Dios mismo nos ha dado: somos templo de Dios, tenemos su Vida, la que Él nos ha dado por el Bautismo. Demos de esa vida. Regalemos esa sabiduría. Expresemos que somos templo de Dios. ¿Qué significa para ti ser templo de Dios?

3. Desarmemos el corazón de rencor y odio, ese ojo por ojo, y hagamos presente el amor de Dios sin medida, que rompe leyes, arranca violencias. Venzamos el odio con amor, que resuene el amor de Dios en nuestro mundo como radical novedad que arranca toda suciedad. Tengamos y mostremos ese amor que no hace diferencias, que respeta y mira con misericordia.