«Podemos tener diferencias, pero nunca romper la fraternidad» - Alfa y Omega

«Podemos tener diferencias, pero nunca romper la fraternidad»

Ramón Jáuregui, portavoz del PSOE en el Parlamento Europeo, conversa con Fernando Vidal (director del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia de Comillas) sobre la crisis de la socialdemocracia, los retos de la globalización y las difíciles relaciones de la Iglesia con los socialistas cuando aparecen en la agenda asuntos como el aborto

Ricardo Benjumea
Foto: María Pazos Carretero

Desde que se afilió, en 1973, no ha habido período en el que Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) no haya desempeñado algún papel protagonista en el PSOE. A sus 68 años es hoy portavoz de los socialistas españoles en el Parlamento Europeo y uno de los encargados de la ponencia política en el 39 congreso que celebrará su partido en junio. No es creyente, pero ha sido siempre uno de los grandes valedores de la corriente Cristianos Socialistas. Fue ministro de la Presidencia con José Luis Rodríguez Zapatero, durante uno de los períodos de mayores desavenencias entre la Iglesia y el PSOE.

Le une una amistad de muchos años a Fernando Vidal (Vigo, 1967). El presidente de la Fundación RAIS, la mayor organización de ayuda a las personas sin hogar en España, es además director del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia de Comillas.

La conversación –celebrada el 25 de febrero en el Congreso de los Diputados– comienza con la situación interna del PSOE. Jáuregui la achaca a la «gestión de la crisis económica» y a que «la transición desde Zapatero no ha sido precisamente un éxito», especialmente en el último año, en el que «hemos gestionado muy mal la derrota electoral». Fernando Vidal apunta a limitaciones estructurales que afectan a todas las corrientes ideológicas en Europa, aunque de manera especial a la socialdemocracia, fruto de la dificultad de seguir financiando determinados servicios sociales. «Todo lo que alabemos al Estado del bienestar es poco, pero necesitamos ir más allá, que la sociedad civil se haga cargo de gestionar bienes públicos a través de conciertos, de convenios, de autogestión…». «Los partidos, ¿han sido capaces de integrar a la sociedad civil?», se pregunta. «¿Qué pasa con las familias, con las empresas, con la comunidad católica (que es el 70 % de este país)?».

Ambos señalan con preocupación «el desafecto hacia el sistema democrático», con el agravante de la ausencia de un debate serio sobre los problemas actuales. «Con las redes sociales se han multiplicado por millones los comunicadores, pero se ha banalizado el debate político, y esto hace extraordinariamente difícil la pedagogía ante decisiones políticas complejas en un mundo que está hiperinformado pero solo epidérmicamente», constata el político vasco. Llegamos así al auge de los populismos.

¿Trump es un síntoma definitivo de la crisis del sistema surgido tras la II Guerra Mundial?

Ramón Jáuregui: Nadie lo sabe, pero yo soy de los que cree que es un peligro importante. 2017 en Europa no va a ser tan catastrófico. Pienso que Le Pen no va a ganar en Francia y que va a haber un Gobierno europeísta y democrático en Holanda. Pero las tentaciones populistas y las tendencias electorales son enormemente peligrosas.

Fernando Vidal: La solución a la mayor parte de problemas que estamos viendo es unir a la sociedad civil en un gran contrato. Eso es apostar por el vínculo, mientras los populismos representan nostalgias de volver al control: al poder de la nación, al poder de una sola etnia blanca… Y eso genera división. Pero lo decisivo no es hoy tener más poder, sino mayor capacidad de vinculación, lo cual requiere llegar a acuerdos, reconocimiento del otro…

Le han criticado, Ramón, por ser uno de los grandes defensores en el Parlamento Europeo del CETA, el acuerdo de libre comercio con Canadá.

R. J.: Hay muchos jóvenes de izquierdas que son muy antiguos. Creo que la izquierda moderna debe tener una agenda no contra la globalización, sino para regularla. ¿Que el CETA es imperfecto? Probablemente, pero deja muy atrás la Ronda de Doha con nuevos estándares sociolaborales, medioambientales, de defensa de la justicia pública… Yo sinceramente creo que marca el primer paso de una regulación progresista del comercio internacional. Hay otros retos pendientes en la gobernanza de la globalización, como el control de los movimientos de capitales, involucrar a las empresas en el respeto a los derechos humanos en todo el mundo, la cooperación al desarrollo y el cambio climático. Para mí esta es la manera de afrontar la globalización, no convertirnos en luditas que se oponen a la máquina.

Eso es casi doctrina social de la Iglesia.

F. V.: Sí, estoy muy de acuerdo. Y señalaría también una crisis de la democracia sentimental, de la vinculación emocional al proyecto político. Frente a lo cual necesitamos alianzas con las comunidades religiosas y otros grupos, sin olvidar un factor tan importante como la incorporación de las clases medias de Latinoamérica, África y Asia. Van a cambiar la sociedad civil global y necesitamos establecer puentes con la ciudadanía de estos lugares.

Ramón Jáuregui durante el coloquio. Foto: María Pazos Carretero

R. J.: Eso es muy importante. Con los movimientos migratorios no es que hayamos fracasado en Europa –que por supuesto lo hemos hecho–, es que ni siquiera nos hemos planteado cómo resolver esta cuestión. Es como un señor que se sienta a ver un documental del National Geographic en su butaca diciendo: «Qué interesante todo esto que está pasando», sin comprender que se están removiendo los cimientos del suelo en que nos encontramos.

¿Hablamos de cristianos y socialistas? Fernando ponía antes en valor la «capacidad de vinculación». Usted, Ramón, ha reclamado que en su partido los cristianos «puedan expresarse con libertad sin perder su compromiso con la fe».

R. J.: Lo primero que quiero aclarar es que no soy persona de fe, aunque en mi partido me han puesto esa etiqueta.

En el libro 50 cartas a Dios, escribió usted: «No te veo, pero te tengo por un aliado».

R. J.: Yo pienso que el cristianismo es una fuente de enriquecimiento de nuestra ideología y diría incluso que de autentificación, porque quienes desde el Evangelio se incorporan al PSOE vienen con la pureza y la grandeza de convicción de estar con los humildes. Por eso he pretendido superar la peligrosa confusión histórica de un partido anticlerical y antirreligioso. Esta es mi convicción, pero inclusive desde una perspectiva más táctica creo que esta es una conexión sociológica que no debemos perder.

F. V.: Hay varias cuestiones en juego en la relación con el PSOE o cualquier partido: la comunidad y la familia, la libertad en la educación… Y una agenda de asuntos éticos no resueltos en la sociedad, como la eutanasia, la maternidad subrogada, el aborto… La política puede alcanzar soluciones momentáneas, pero es en la cultura donde tenemos que dar la batalla. Mientras tanto, para que las cosas funcionen, deben resolverse estas controversias desde la prudencia. Dicho esto, los católicos son ideológicamente muy plurales, y la Iglesia debe ser capaz de acompañarlos como madre y animarlos a la participación política en todas las opciones legítimas.

¿Qué pasa con esos temas más polémicos, como el aborto?

R. J.: Yo reivindico como Habermas que la Iglesia tenga libertad de expresión. Acepto y agradezco su punto de vista, siempre que ella acepte el límite de que solo expresa su propia moral y no puede imponérsela al conjunto de la sociedad. Y creo que en eso hemos avanzado bastante, porque en los primeros años de los gobiernos de Zapatero la Iglesia adoptó una posición beligerante contra el derecho del Parlamento a decidir sobre ese tipo de cuestiones. En cuanto a los cristianos en el PSOE, les dimos la oportunidad de enriquecer nuestro propio debate, lo hicieron fantásticamente bien y después no han sido correspondidos desde el partido. Yo siento una cierta frustración por todo eso.

No es antidemocrático criticar decisiones de una mayoría parlamentaria, como tampoco es antidemocrático criticar a Trump, un presidente democráticamente elegido.

R. J.: Siempre que no se cuestione que el poder legislativo tiene el derecho de elaborar una ley.

F. V.: Creo que a veces hemos optado más por estrategias de poder que por generar comunidad. Esto no solo ha generado una reacción negativa en el ámbito socialista, sino que dentro de la comunidad católica hemos sufrido una ruptura fuerte, que todavía no se ha conseguido coser. Se dilapidó el legado de la Iglesia de la Transición con toda esa idea del encuentro.

R. J.: Yo recuerdo cruzarme con manifestaciones, esos sábados en los años duros del Gobierno de Zapatero, en la que los manifestantes lo mismo estaban contra el matrimonio homosexual que contra el estatuto de Cataluña, con mucha gente traída en autobuses desde parroquias.

F. V.: Esto conecta con algo que ocurrió en EE. UU. a finales de los 70, cuando se produce una concertación de las iglesias evangelistas, pentecostalistas y parte del mundo católico, y se termina asumiendo que la sociedad no se va a cambiar por una convicción o por la vía de expandir una espiritualidad, sino que hay que hacerlo al asalto. Eso llevó al poder a Reagan, pero también a que la nación más teísta del mundo esté en estos momentos en las mayores tasas de laicismo de su historia, y con enormes fracturas sociales.

R. J.: Un paréntesis: en la profunda crisis que vivimos en España, en los sectores más pobres, la Iglesia es un agente fundamental, ya sea con los comedores o con la red de Cáritas.

¿Habría algún posible punto de entendimiento en el aborto, por ejemplo en el trabajo para evitar que ninguna mujer se vea abocada a ello?

R. J.: No creo que tengamos dificultad en encontrarnos en eso. Yo no estoy en contra de las políticas pronatalidad. Ni creo que nadie quiera el aborto, ni siquiera las más acérrimas defensoras. No veo problemas en eso.

F. V.: El problema no está en la política, sino en la cultura. Yo estoy totalmente en contra del aborto, pero tengo que reconocer que hoy parece existir un gran consenso en el Parlamento. Por eso creo hay que profundizar en todas estas cuestiones. Y para eso necesitamos sentarnos juntos. Si no tenemos la comensalidad, si se ha dividido tanto la población en bandos que parecen irreconciliables, se hace imposible el diálogo. Puede haber diferencias, pero nunca se puede romper la fraternidad. No puedes hacerte una caricatura y disparar tus balas contra una gente que ni conoces, y esto va por una parte y por la otra. Aquí, al lado del Congreso, a 100 metros, hemos tenido una instalación donde los diputados podían ver todos los días un gran póster de un niño colgando de una mano y abajo una dentadura de cocodrilo. ¿Quien pasara por ahí iba a sensibilizarse, o a sentirse insultado?

Fernando mencionó antes la educación concertada, donde el acuerdo político tampoco es siempre fácil.

F. V.: La concertación es posiblemente la fórmula más acabada de colaboración de lo público con la sociedad civil. También en esto hay que huir de caricaturas que presentan una imagen elitista de la escuela concertada. Y nos falta perspectiva. En Francia hay más alumnos concertados que en España, lo que debería llevarnos a quitarnos ese complejo de una laicidad negativa para ir hacia una laicidad participativa.

R. J.: Estoy bastante de acuerdo.