Las mujeres que salvan Siria y rescatan niños en Burundi - Alfa y Omega

Las mujeres que salvan Siria y rescatan niños en Burundi

«Aún tengo fe en la paz. Porque las mujeres pueden cambiar los corazones y torcer el destino de la guerra». Shadan tiene esa certeza, aunque sabe que todavía falta tiempo. Mucho tiempo. Hasta 2015, junto a su hermana gemela Nagham, ayudaba a niños a lidiar con la violencia y la sangre, en su natal Siria. Hasta que no pudo más y salió como refugiada hacia Europa. Su historia y la de otras tantas mujeres, como la africana Margarite Baranktise, han sido las protagonistas del encuentro Voices of Faith. Una cumbre sobre el poder transformador femenino, convocada en el corazón del Vaticano en el Día Internacional de la Mujer

Andrés Beltramo Álvarez
Foto de grupo de las participantes en el cuarto encuentro Voices of Faith en el Vaticano. Foto: Voices of Faith

Es cristiana y tiene más de 25 años. Su apellido y edad los prefiere mantener en reserva, por cuestiones de seguridad. Habla con sorprendente calma, mientras recuerda una vida atravesada por un conflicto más grande que ella. En su Homs natal, la tercera población siria, era profesora de inglés. Cuando comenzó el conflicto decidió mudarse a Damasco y después a Mashta al-Helu.

En 2011 empezó a trabajar en un centro para niños del Servicio Jesuita a Refugiados. La idea era dar una oportunidad a los pequeños de 6 a 12 años para lidiar con los horrores de la guerra. «Con películas y juegos les ayudábamos a reconocer sus sentimientos, a expresar su ira y su enfado, a hacerles entender lo importante que es vivir en paz con uno mismo, primero, y con los otros, después», cuenta Shadan a Alfa y Omega. «Pero era muy difícil, la situación era muy dura y los niños lo percibían. A veces, los padres eran secuestrados o asesinados frente a ellos y, entonces, los niños llegaban a negar sus sentimientos, decían que no sentían nada o que era normal vivir cotidianamente con ira».

En el centro, que recibía tanto a cristianos como musulmanes, no se hablaba de religión explícitamente. La idea era generar un ambiente de paz y de convivencia en medio de la locura, hacer olvidar la guerra a los pequeños y enseñarles a compartir el momento juntos.

Se suponía que Mashta al-Helu, en las cercanías de Tartus (noreste), era la localidad más segura del país. Pero cuando dos mujeres fueron asesinadas frente a ella «simplemente porque eran de otra religión», Shadan y su hermana decidieron escapar. En ese momento, la joven se dio cuenta de que el conflicto no tenía vuelta atrás.

Ambas dejaron en Siria a sus padres, a su hermano y a su cuñado. Iniciaron un viaje «duro, peligroso y agotador». Para atravesar desde Turquía a Grecia tuvieron que subir a barcos robados y afrontaron cuatro horas en el mar. «Fue el momento más terrorífico de toda mi vida», explica la muchacha.

Margarite Baranktise, con los niños de la Casa Shalom en Burundi. Foto: Casa Shalom

Así llegaron finalmente hasta Bélgica, donde se establecieron como refugiadas en la localidad de Gante. Graduadas en Literatura Inglesa, aceptaron sumarse al cuarto encuentro de Voices of Faith, una iniciativa anual de la Fidel Götz Foundation en colaboración con la Santa Sede y la Compañía de Jesús. De este modo, el 8 de marzo, el poder transformador de las mujeres acaparó la atención en la Casina Pío IV, sede de la Academia Pontificia para las Ciencias.

El cambio empieza por la mujer

Era la primera vez que Shadan pisaba el Vaticano. Y aunque no vio a Francisco, porque se encuentra fuera de Roma en sus ejercicios espirituales de Cuaresma, se considera una afortunada por poder tomar la palabra para lanzar un mensaje al mundo. «Tengo mucha esperanza en el Papa, creo que es un hombre especial y que muchas cosas buenas van a pasar gracias a él. Dios no tiene nada que ver con la guerra y la violencia, la fe puede ayudarnos a cambiar con paz y amor. Pero no para que la gente luche entre sí, eso no es Dios», dice.

Y añade: «Creo que las mujeres pueden hacer mucho por cambiar los corazones en Siria. Cuando trabajamos con las madres nos damos cuenta de que los cambios son más profundos. Las madres son las que tienen el rol más importante en la vida de los niños, ellas pueden ser un medio para salvar Siria, pueden romper el círculo vicioso de la violencia. Nosotros buscamos la paz y las mujeres tienen el papel más importante».

En eso parece coincidir Margarite Baranktise, la madre nacional de Burundi, fundadora de la Casa Shalom y salvadora de unos 30.000 niños en el genocidio de ese país africano. Ella también fue invitada al encuentro vaticano, para compartir un pasado de lucha y supervivencia, de determinación y tenacidad.

En 1979, cuando apenas tenía 23 años y no estaba casada, comenzó a recibir niños ajenos. Llegó a adoptar a siete. Quería mandar un mensaje claro: es posible la convivencia entre etnias en medio de un sanguinario conflicto fratricida. Cuatro de sus hijos adoptivos eran hutu, tres eran tutsi.

Siete años antes, en 1972, había tenido lugar la gran masacre de los hutus a manos de los tutsis. Pero no se dio por vencida. «Me convertí en maestra por toda la gente de Burundi», dijo entonces. Pensó que ella misma podía ser germen de paz.

Pero en 1993 la tragedia volvió a abatirse sobre su pueblo y sobre su familia. Un nuevo genocidio dejó 400.000 personas muertas. En octubre de aquel año, bandas tutsis asesinaron a 16 miembros de su familia ante sus ojos. Lo perdió todo, así que fue hablar con el obispo.

Más adelante advirtió a los líderes étnicos: «No seamos estúpidos, somos todos cristianos, podemos estar juntos». Pero los tutsis le replicaron: «Tú eres solo una traidora». Y asesinaron a 72 personas ante ella. Mientras recuerda ese episodio, en la entrevista, sus ojos se llenan de lágrimas y su voz se quiebra.

La Casa Shalom

Entonces decidió crear la Casa Shalom, una mansión de paz. Se propuso enseñar a los niños a romper el círculo vicioso de la violencia, mostrarles la compasión y la comprensión. La obra creció rápidamente. Margarite fundó un hospital, creó una aldea, ayudó a recuperar prisioneros, y construyó escuelas, una universidad, un cine, piscinas y hasta un banco capaz de ofrecer microcréditos.

Shadan (a la derecha) y su hermana posan juntas durante su estancia en el Vaticano. Foto: Voices of Faith

«Todo eso ahora ya no existe», dice, mientras muestra con nostalgia fotografías aéreas de un pueblo impresas sobre un viejo folleto. En 2015 se vio obligada a abandonar su país después de que algunos de sus muchachos salieran a protestar contra los intentos del presidente, Pierre Nkurunziza, de cambiar la Constitución y modificar los acuerdos de paz firmados en el año 2000, que garantizaban una precaria pacificación.

«Hicieron una protesta y los comenzaron a matar. Salí a las calles a decir que no podían matar a mis chicos. Ellos quisieron arrestarme y matarme, pero me echaron. Fui a Luxemburgo para pensar y volví a Ruanda, a vivir en un campo de refugiados», relata.

Hoy por hoy Margarite Baranktise es una exiliada. Aunque el anterior presidente, Domitien Ndayizeye, la calificó como madre nacional y le otorgó dos premios. Pero el resentimiento no invade sus ojos. En su voz se nota la determinación por una nueva vida, igual a las anteriores. Muestra con orgullo las fotos del campo de refugiados donde actualmente está su Oasis de paz, un centro de convivencia.

«No puedo volver a Burundi, hay una orden de arresto contra mí. Pero nadie podrá detenerme y obligarme a dejar de enseñar amor, yo seguiré adelante, el amor siempre vencerá», asegura. «El Papa Francisco es un regalo, es una bendición, yo estoy orgullosa de ser católica y ahora más, porque él está dándole dignidad a los más pobres, a los oprimidos, a los sin techo, a los prisioneros, a las mujeres y a los niños», prosigue.

Y sobre el rol de la mujer en la Iglesia católica, esta mujer enfundada en un vistoso traje típico africano no tiene dudas: «A veces tengo reuniones con obispos y sacerdotes, y siempre les recuerdo una cosa: nosotros decimos “madre de la Iglesia, ruega por nosotros”, “madre de Dios, ruega por nosotros”. Las mujeres tienen una vocación especial: si tú dejas a tu madre fuera y no le das un lugar, estás dejando fuera al amor, la ternura. Y el poder más grande en la vida es el amor».