Con su pueblo, hasta el final - Alfa y Omega

Con su pueblo, hasta el final

Los autores del libro Cuando todos se van, ellos se quedan (publicado por Ediciones Encuentro en colaboración con Ayuda a la Iglesia Necesitada) aseguran que las vidas de los misioneros entrevistados en esta obra son de película. En estos casos, la realidad supera la ficción. Ejercen de profesores, médicos, padres adoptivos, mediadores en conflictos… Remunerar su labor sería impagable. ¿Irse cuando comienza el conflicto y dejar a su gente? ¡Jamás!

Raquel Martín
La misionera comboniana Expedita Pérez, en El Cairo, con uno de sus jóvenes alumnos en brazos

En 1977 llegó a Angola Ascensión Fuertes. Entonces el país estaba sumergido en plena guerra civil. Vivió en primera persona el conflicto más largo de África, ya que duró 27 años. Fueron años de gran sufrimiento: raptos, incendios, minas antipersona, destrucción de infraestructuras, mutilaciones… Esta misionera de las Hermanas del Amor de Dios ha compartido el dolor de violaciones masivas de mujeres, ha llorado con impotencia el secuestro de religiosas de su comunidad y ha escuchado demasiadas veces decir a niños soldados: «Primero se mata para sobrevivir, luego se hace por placer».

«Sólo viviendo la guerra una sabe valorar lo que significa Paz», dice. Nunca se le pasó por la cabeza abandonar al pueblo angoleño.

Como Ascensión, el sacerdote salesiano Miguel Ángel Ruiz soñó con ir a las misiones desde que era un niño. Es misionero en Pakistán desde 2005, uno de los países más intolerantes con la libertad religiosa. No ha dejado de sufrir ataques y persecución. «Siempre he tenido presente que la comunidad cristiana no nos va a abandonar, y que lo que se pierda, de lo material, se va a reponer, de eso no tienes que tener miedo. Lo único a nivel personal que se puede perder es mi vida, y ése es el riesgo que yo he asumido al ir allí como misionero. A veces te sientes muy solo y se te sigue pidiendo lo mejor. Por eso hay que abrazar la cruz con fuerza y con fe».

Extenuada por un trabajado agotador, brotes continuos de malaria, dos grandes operaciones en las carótidas… Así se encontraba la salud de la misionera comboniana Expedita Pérez después de dejar Sudán y antes de su nuevo destino: Egipto.

Expedita atiende en El Cairo tres centros educativos para refugiados. Un trabajo callado y que, en muchas ocasiones por las revueltas islamistas, hay que volver a empezar de cero: «Pero lo que no cae o acaba tan fácilmente es lo que, con la ayuda de Dios, se ha ido trabajando, construyendo en el corazón y en la vida de tantas personas. Todo el bien y el amor que Dios ha ido construyendo, a través de nosotras, en el corazón de las personas encontradas, seguirá vivo y activo en medio de tanta destrucción y sufrimiento. Y nuestra labor continuará también a través de ellos».

Recién ordenado sacerdote, con 26 años llegó a República Centroafricana el ahora obispo de Bangassou, monseñor Juan José Aguirre. El segundo país más pobre del mundo es, en la actualidad, ingobernable. El grupo terrorista islámico Seleka ha arrasado reiteradamente su diócesis. «Quemaron 900 cabañas, casas de ladrillo, abusaron de nuestras mujeres, destrozaron la pediatría, nos robaron 30 coches, saquearon todo a su paso».

«Nos habían robado casi todo, pero no la fe», asegura Aguirre. «Gracias a la esperanza, sabemos que, después de la tempestad, viene la calma. Como decía un sabio: trabajemos como si todo dependiera de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Él, porque todo está en sus manos».

Ésta es la certeza con la que los misioneros dan su vida. Están seguros que el amor de Dios cambia al hombre. Así lo están monseñor Aguirre, Ascensión Fuentes, Luis Pérez, Jean-Pierre Schumacher, Miguel Ángel Ruiz, Expedita Pérez, María Isabel Día, Manuel Gallego…