La santa que no hizo nada..., y lo hizo todo - Alfa y Omega

Santa Teresa del Niño Jesús, cuya fiesta hemos celebrado ayer, es virgen, Doctora de la Iglesia y Patrona de las misiones.

Da la impresión de que estamos ante una mujer que dedicó una vida longeva a recorrer cientos de kilómetros anunciando el Evangelio y que desgastó horas y horas de pluma y tintero para enseñarnos sobre Cristo. Sin embargo, descubrimos a una joven que partió al cielo con veinticuatro años, que vivió desde los quince en el convento carmelita de Lisieux y prácticamente con una sola obra escrita, su autobiografía Historia de un alma.

Esta aparente paradoja explica lo que fue la vida de la pequeña Teresa, y la luz que Dios regaló a través de ella: no hizo nada y, sin embargo, lo hizo todo.

Es fácil sentirse cómodo a su lado cuando percibimos, en Historia de un alma, a una mujer profundamente transparente consigo misma, sin ocultar su fragilidad, sus enfermedades tanto físicas como psicológicas, sus vacíos y las dificultades que fue afrontando a lo largo de su vida. Vemos en sus escritos el camino que hace una persona pobre, y que llega a la santidad ¡sin dejar de serlo!

¿Qué es lo que sucedió para que se transformaran en luz todas sus experiencias negativas? ¿Cómo aprendió a convivir con sus límites e imperfecciones? ¿Cuál es el secreto de Teresa? La confianza absoluta en el amor misericordioso de Dios.

En una época, como ella misma cuenta en Historia de un alma, donde el miedo a Dios, la veneración de su justicia y la obsesión por las obras ocupaban un lugar demasiado grande en la espiritualidad, nuestra santa supo ver en Jesús un amor sin juicio, sin fianza y sin factura, que arrastró su corazón en el deseo de buscarle, de pertenecerle y de ser completamente suya.

Es el misterio de la misericordia divina, que va a estar mucho más presente en la vida de la Iglesia desde la publicación y difusión de su Historia de un alma: cuanto más débil es el hombre, más próximo se hace Jesús para enriquecer y llenar de sus dones. Un amor que desciende a nuestra realidad tal como es, que la abraza y la dignifica. Por tanto, la manera de agradarle y responder a su voluntad es dejándose amar por Él y tener las manos vacías para que su amor sea todo. En palabras de santa Teresita: «Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia… He aquí mi único tesoro» (Carta 197). De aquí nace su vocación misionera, que se clarifica durante el verano de 1896. Ella misma narra en su autobiografía cómo entendió que sólo el amor es el que puede salvar. Y sintiendo un deseo ardiente de llevar este amor a todos, encontró en la Primera Carta de san Pablo a los Corintios la imagen de la Iglesia como un cuerpo con muchos miembros. Teresa de Lisieux comprendió entonces que la Iglesia tiene un Corazón que transmite el amor a todos y les da vida, descubriendo la misión que Dios le confía a ella y a cada uno: «En el corazón de mi madre, la Iglesia, seré el amor» (Historia de un alma. Manuscrito B).

Santa Teresa del Niño Jesús no hizo nada. Y, sin embargo, lo hizo todo.

Rubén Inocencio González