Cada hijo es único - Alfa y Omega

Cada hijo es único

Las recientes palabras del Papa Francisco sobre la paternidad responsable han hecho que muchas personas, católicas y no católicas, se planteen preguntas no siempre fáciles de responder: ¿De qué habla la Iglesia cuando habla de paternidad responsable? ¿Se opone el Magisterio a espaciar los embarazos? ¿Y a no buscar más niños? ¿Por qué no usar anticonceptivos? Para las respuestas, los mejores expertos… son las familias

José Antonio Méndez
Gonzalo y Gloria, junto a sus hijos Gabriela, Lucas, Nico, Jacobo, Javier y Gonzalo

Gloria nos abre las puertas de su hogar y, a su espalda, los ojos vivarachos de Jacobo nos dan la bienvenida. Aunque es el pequeño de la casa y sólo tiene tres años, no muestra esa típica vergüenza de los niños ante los desconocidos: se nota que está acostumbrado a tratar con mucha gente. Acto seguido, comienzan a desfilar los nombres y las sonrisas: Ésta es Gabriela…, éste Gonzalo…, él es Javier…, éste es Lucas… ¡Y yo soy Nico!, se adelanta una voz colándose entre los brazos de su madre. Cuando llega Gonzalo –el padre– y los niños se van a otra habitación a jugar, vigilados por los dos mayores (tienen experiencia, porque muchos viernes se quedan a cargo de los pequeños para que sus padres se puedan ir a cenar solos y tranquilos), Gloria y su marido previenen al periodista: «Piénsatelo bien, que no sabemos si te vamos a servir para un reportaje sobre paternidad responsable. Que somos gente muy normal…» No saben que, precisamente por eso, ellos, los Castañeda Maurer, son un testimonio perfecto para mostrar que la doctrina de la Iglesia puede vivirse en el día a día.

Ya sentados en el sofá (ellos, en uno de Ikea), salen enseguida a colación las recientes palabras del Papa Francisco, tras su viaje a Filipinas, sobre la fecundidad, los medios lícitos para espaciar los embarazos, y sobre cómo, «para ser buenos católicos, no hace falta tener hijos como conejos». Antes de que se lo digamos nosotros, ellos mismos aclaran la expresión del Santo Padre, y utilizando unas palabras diferentes, vienen a decir lo que aclaró, hace unos días, monseñor Becciu, Sustituto de la Secretaría de Estado, al reconocer que, «al ver los titulares de los diarios, el Papa se mostró sorprendido por el hecho de que sus palabras, voluntariamente simples, no hubieran sido plenamente contextualizadas respecto a un pasaje clarísimo de la Humanae vitae sobre paternidad responsable». Y añadía, en una entrevista en el diario Avvenire, que «la frase del Papa revelaba que el acto procreador no puede seguir la lógica del instinto animal, sino que es fruto de un acto responsable que se enraíza en el amor y en la donación».

Lo cierto es que, más allá de la polémica, sobre la expresión de los conejos, que ha llenado los titulares de medios de comunicación de todo el mundo, la cuestión sobre la paternidad responsable ha puesto sobre la mesa de muchos hogares una batería de preguntas: ¿es bueno, o malo, tener muchos hijos? ¿De qué habla la Iglesia cuando habla de paternidad responsable? ¿Da razones el Magisterio para que unos esposos decidan no tener hijos?

Antes de entrar, de la mano de Gloria y Gonzalo, en el día a día de unos esposos que viven la paternidad responsable a la luz de lo que propone la Iglesia, lo primero es aclarar el concepto. Porque, como explica monseñor José Mazuelos, obispo de Jerez, miembro de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal, y doctor en Teología y en Medicina, «la expresión paternidad responsable está muy deteriorada y desviada de su verdadero sentido, pues ha sido malinterpretada hasta hacerla equivalente a tener pocos hijos, o a cerrarse a la paternidad». Y nada más lejos de la realidad: «La paternidad responsable supone ser consciente de que, engendrar una nueva vida, no es algo simplemente biológico, sino que implica a los padres en su amor, en su razón, en su voluntad y en su dimensión espiritual». O dicho de otro modo: el punto de partida no tiene tanto que ver con buscar un número mayor o menor de hijos, sino «buscar, de manera consciente y generosa, la voluntad de Dios para la familia, y decidir el modo de realizarla».

La responsabilidad de cuidar al hijo

Para la Iglesia, la paternidad responsable implica también el cuidar la vinculación de los padres con sus hijos. La doctora Carmen Peña, canonista de la Universidad de Comillas y auditora en el pasado Sínodo de la Familia, explica que este aspecto es tan importante, que incluso determina la validez del sacramento: «Si los cónyuges contraen matrimonio excluyendo la posibilidad de tener hijos, el matrimonio es nulo. Y para la Iglesia, la generación y la educación de la prole van de la mano». Carmen Peña asegura que, «como la Iglesia basa el matrimonio en el derecho natural, al hablar de educación de la prole no se refiere sólo al cuidado material de los niños, y ni siquiera se refiere sólo a la educación en la fe, sino a dotar a los hijos del afecto, el cariño, la atención y de aquellas dimensiones esenciales de la persona que la capacitan para ser libre, madura y útil ante Dios, ante sí misma, ante la Iglesia y ante la sociedad». Por eso, «la responsabilidad de los padres abarca no sólo cubrir las necesidades económicas y materiales de los niños, sino también las afectivas». Y esto «vale para todos, cristianos o no. Así, un matrimonio en el que un cónyuge contrayese el sacramento negándose a educar a los hijos en la fe no sería nulo, pero si lo hiciera no queriendo tener hijos, o dispuesto a no ocuparse de ellos tras nacer, sí lo sería».

Los niños, fruto del plan de Dios

Gloria y Gonzalo, que llevan 19 años casados y vivieron un noviazgo cristiano de 8 años, explican que, «para nosotros, ésa es la forma lógica de vivir la familia: tú buscas a Dios, y Él ya se encarga de hacerte feliz». No son un caso excepcional. También María y Nacho son un buen ejemplo de cómo las palabras de monseñor Mazuelos se pueden encarnar en el día a día. Ellos son padres de dos hijos (Ignacio, de dos años y medio; y Carmen, de ocho meses), y explican que, «desde novios, sabíamos que no nos íbamos a casar para tener niños, sino para ir cumpliendo el plan de Dios. Para nosotros, ese plan pasa por la felicidad de compartir la vida con la persona que Él ha pensado para cada uno desde toda la eternidad; y por ahora, el fruto de ese amor que Dios nos ha regalado son Ignacio y Carmen. Nuestros hijos nos enseñan que Dios confía en nosotros y nos pone en las manos unas vidas que son más suyas que nuestras».

En todas las facetas del amor

La experiencia de familias como la de Nacho y María, o Gloria y Gonzalo, no hace sino explicitar, en el día a día, lo que enseña el Magisterio citando a san Pablo: que del Padre procede toda paternidad. Cita que aparece también en uno de los documentos eclesiales de mayor peso a la hora de hablar de paternidad responsable: la encíclica Humane vitae, de Pablo VI. Firmada en julio de 1968, en pleno fragor de la revolución sexual, la Humane vitae recuerda que el amor conyugal, por ser plenamente humano y querido por Dios, une la sexualidad con la fecundidad, y explica las tres consecuencias que tiene la paternidad responsable para los esposos: «Conocer y respetar los procesos biológicos» del cuerpo humano; controlar «las tendencias del instinto y de las pasiones» con el ejercicio de la razón y la voluntad; y en relación «con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales» poner en práctica la paternidad responsable, «ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos, y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo, o por tiempo indefinido».

Todo esto significa, como explica monseñor Mazuelos, que «la fecundidad debe incluir una dimensión humana guiada por la razón, y por la virtud que la perfecciona: la prudencia». Algo que está en las antípodas de esa presunta inconsciencia, o irresponsabilidad, en la que incurrirían las familias abiertas a la vida, tal y como esgrime un tópico muy extendido en ciertos ámbitos culturales y políticos.

De presiones sociales saben bien Gloria y Gonzalo, que cuentan con una sonrisa cómo, «muchas veces, hay personas que te cuestionan por qué tienes tantos hijos, o te dicen ¡Cómo vas a tener más! ¡Que la vida no está para tener tantos! Aunque siempre respondemos: Eso es cosa de nosotros dos, y de Dios. ¿O los vas a criar tú?».

Libertad y prudencia

En realidad, como explica monseñor Mazuelos, la paternidad responsable es un antídoto contra las presiones, y «un canto a la libertad y al amor de los esposos, que son los que tienen que discernir, en el marco del bien de la familia, del estado de salud, y de las posibilidades de los cónyuges, los hijos que pueden tener. La paternidad responsable no se ha de entender sólo en sentido restrictivo, como derecho a evitar nuevos nacimientos, sino en sentido positivo, como criterio para que nazcan nuevos niños».

Según explican los Castañeda Maurer, «en un matrimonio, tener hijos es lo natural (es lo que Dios quiere), y por eso, aceptarlo te hace feliz. No es tanto cuestión de métodos para no tenerlos, sino de mentalidad: ¿Puedo tener más hijos? ¿Puedo aceptar un hijo más? En nuestro caso, hemos ido aceptando a cada hijo como un regalo de Dios. Y cuando hemos visto que convenía esperar, por problemas de salud (nuestros o de nuestros hijos), o porque la tarea con los niños te desborda y no podrías atender bien a otro más, hemos esperado, siguiendo los métodos naturales y fiándonos de la Iglesia, porque sabemos que compensa».

Gonzalo y Gloria apuntan en la misma dirección que lo hacía el Papa al regresar de Filipinas, cuando explicó que, para ayudar a las familias en el ejercicio de su paternidad responsable, «están en la Iglesia los grupos matrimoniales, los expertos, los pastores», que muestran las «muchas soluciones lícitas que ayudan en esto».

La pregunta, por tanto, cae de suyo: ¿Cuáles son las razones y los medios lícitos para frenar, definitiva o temporalmente, los embarazos?

¿Qué métodos son o no lícitos?

Monseñor Mazuelos recuerda que «los motivos de salud, o las condiciones económicas, psicológicas y sociales hacen necesaria la capacidad de deliberar si hacer crecer o no la familia. Es una decisión que corresponde a los cónyuges, lo cual no excluye la conveniencia de buscar el asesoramiento de otros, sean pastores o matrimonios con madurez cristiana. La paternidad responsable conlleva asegurar que, si en conciencia se decide espaciar los nacimientos, este deseo no nazca del egoísmo. Y frente a medios artificiales como el preservativo o el DIU [que además es abortivo], que excluyen una dimensión del cónyuge (la fertilidad) en su entrega al otro, los métodos naturales afirman la sabiduría de Dios, que ha dispuesto los períodos de no fertilidad en la mujer». Además, como apunta monseñor Mazuelos, elegir los ritmos naturales de fertilidad y utilizar bien los métodos naturales (como el Bilings o el Sintotérmico) es tan efectivo o más que los anticonceptivos, y es mejor para la pareja, pues «comporta la aceptación de los tiempos de la esposa, el diálogo, el respeto mutuo, la responsabilidad común, el dominio de sí, y construye el amor, donde la sexualidad es respetada y enriquecida como don y entrega».

Una vida que exige generosidad

De hecho, como enseña la Humane vitae, amor, unión, fecundidad y procreación van de la mano; y una cosa lleva a la otra. O sea, que tener hijos ayuda a amar: «Aceptar una familia numerosa –dicen Gloria y Gonzalo– ensancha el corazón, te hace ser menos egoísta y ayuda a cuidar el matrimonio, porque, si no, no puedes cuidar a los niños. Y cuando te fías de Dios, Él responde y provee en lo material, incluso más de lo que uno puede esperar. Pero también es una gran responsabilidad: los problemas se multiplican cuantitativa y cualitativamente: hay más platos que limpiar (¡encima tenemos cinco chicos, que son termitas!), gastan más ropa, libros…; y, sobre todo, necesitas más tiempo para dar a cada uno el cariño y la atención que merece. Cada hijo es un diamante en bruto que hay que pulir individualmente».

La paternidad responsable que propone la Iglesia es, por tanto, la capacidad de reconocer y vivir lo que, el pasado diciembre, enseñaba el Papa: «Cada hijo es una criatura única que no se repetirá más en la Historia. ¡Cuando se comprende que cada uno ha sido querido por Dios, quedamos asombrados ante el gran milagro de un hijo!» Porque, con Dios, ya sean muchos o pocos, cada hijo es único.

La entrevista completa con monseñor José Mazuelos puede leerla aquí