21 de julio: san Lorenzo de Brindis, el fraile capuchino que venció a los turcos - Alfa y Omega

21 de julio: san Lorenzo de Brindis, el fraile capuchino que venció a los turcos

Misionero y defensor de la fe católica ante los protestantes, Lorenzo de Brindis fue también un capellán militar al que se le atribuye una victoria decisiva ante el Ejército turco a las puertas de Europa

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Lorenzo de Brindis cura a un chico de Vincenzo Dei. Iglesia de Santa Petronila en Siena (Italia). Foto: Archidiócesis de Siena -Colle di Val D’Elsa- Montalcino.

«Dios me ha llamado a ser franciscano para la conversión de los pecadores y de los herejes», solía decir san Lorenzo de Brindis, y a ello dedicó todos sus esfuerzos hasta el final de su vida.

Nacido en Bríndisi, una pequeña ciudad a las puertas del mar Adriático donde la bota de la península itálica presenta su tacón, Lorenzo fue hijo de una distinguida familia burguesa que le dio la fe y una buena educación. Dicen que de pequeño lograba memorizar largos textos con haberlos oído tan solo una vez, un talento natural que años más tarde le serviría para poder citar pasajes enteros de la Escritura sin tenerla a mano.

Sus padres murieron pronto, pero la vocación del joven ya estaba afianzada. Entró a los 14 años en los capuchinos de Bríndisi, de donde huyó al convento de Verona al estar su ciudad natal amenazada por los turcos. No tardaron mucho sus superiores en darse cuenta de la valía de un muchacho que aprendía con facilidad latín, español, italiano, francés, alemán, griego, siríaco y hebreo.

Ordenado sacerdote en 1583, con semejantes dones fue enviado a predicar. Eran los tiempos de la Contrarreforma y la Iglesia era consciente de que buena parte de Europa necesitaba una catequesis renovada ante el avance de la teología protestante, alentada por los príncipes centroeuropeos que intentaban socavar el poder romano y el de las naciones tradicionalmente católicas.

Después de predicar varios años en Italia, donde ejerció un particular apostolado entre los judíos favorecido por su conocimiento de las lenguas semíticas, en 1599 encabezó la misión en Alemania que el Papa había encargado a los capuchinos. Su celo se transparentaba en exhortaciones en las que era tan frecuente verlo llorar como conmover a otros. Y no improvisaba: cada sermón estaba precedido de no menos de tres horas de oración y estudio, en los que dicen que el santo llegaba a empapar hasta tres pañuelos a base de lágrimas.

Llegó junto a otros once capuchinos a Viena en agosto de 1599, en medio del rechazo general y del miedo que se había propagado por toda la ciudad debido a la peste. Los recibieron a pedradas y cayeron enfermos, pero después de recuperarse no tardaron en salir a predicar, logrando conversiones sobre todo en aquellos católicos de cuna que se habían dejado llevar por el ambiente. No era raro el día en que Lorenzo o alguno de los suyos volvía a casa con la cabeza abierta a causa de una pedrada lanzada por los protestantes. Dos años después, el capuchino se ofreció voluntario para asistir a las tropas católicas que iban a librar batalla contra los turcos. Estos habían perdido la fortaleza de Alba Real, residencia tradicional de los reyes húngaros, y para resarcirse enviaron a la zona a 60.000 hombres que debían enfrentarse a tan solo 18.000 soldados europeos. Durante el choque, Lorenzo fue delante de las tropas dando ánimos a todos, fortaleciendo a los soldados con invocaciones a Jesús y a la Virgen, ofreciendo el último consuelo a los fallecidos y hasta se atrevió a dar sugerencias a los jefes militares para, al final, ganar la batalla.

Cuando las tropas europeas consiguieron la victoria, los generales no dudaron en atribuirla en buena parte a «aquel buen padre con ánimo intrepidísimo y firmísimo, como el mejor soldado y el más curtido del mundo», según palabras de uno de ellos. El mismo fraile comentó que «verdaderamente Dios nuestro Señor ha obrado cosas tan maravillosas que se podían parangonar con las que se cuentan en la Escritura».

Después de aquellos sucesos, su fama de santidad se disparó por toda Europa y los capuchinos decidieron elegirle superior general de la orden. Su vida a partir de entonces fue un ir y venir por todo el continente, siempre a pie, y ni siquiera en esas condiciones dejó su costumbre de dormir en el suelo, de ayunar con frecuencia y de romper la noche para levantar salmos a su Señor.

Tras esa misión, el franciscano llegó a Madrid a quejarse ante el rey Felipe III de los abusos a la población que estaba ocasionando su virrey en Nápoles, el duque de Osuna. Se encontró con el monarca en Lisboa y le profetizó que si no ponía fin a los desmanes en Nápoles moriría al cabo de dos años, como finalmente fue. Lorenzo falleció dos meses después de su entrevista con el rey, se dice que a causa de un envenenamiento, pero su fama de santidad era conocida en todo el continente. Moría así un sencillo fraile que hizo posible que la fe católica sea uno de los fundamentos de la Europa actual.

Bio
  • 1559: Nace en Bríndisi
  • 1583: Se ordena sacerdote
  • 1559: Encabeza la misión papal en Alemania
  • 1601: Participa como capellán en la batalla de Alba Real
  • 1619: Muere en Lisboa
  • 1881: Es canonizado por León XIII