Gracias, Chiara - Alfa y Omega

A los 15 años me encontré con personas que vivían la espiritualidad de la unidad y que, de una forma muy sencilla, me propusieron poner en práctica el Evangelio en mi vida cotidiana. Me acuerdo vagamente de aquel año de 1976: el curso, las amigas, el grupo de scouts, la familia, la religión. Una vida hecha de partes bien diferenciadas. Pero de todas nacía una pregunta: ¿Por qué no soy feliz del todo?, ¿por qué existe el dolor, la tristeza que experimento a menudo?

Así empezó mi verdadero encuentro con Dios. No el de la Misa, a la que iba con mis padres, sino el Dios Amor al que Chiara Lubich había elegido como Ideal de su vida. ¡Empecé a vivir el Evangelio!… Ama al prójimo como a ti mismo; Dad y se os dará; Perdona setenta veces siete… Mi vida se fue unificando y, poco a poco, Dios entró en ella.

Chiara nos animaba a amar, a poner a Dios en el primer lugar de nuestra vida, a ser radicales, a ir contracorriente, a descubrir en el grito de Jesús en la Cruz el camino para poder construir la unidad, para poder superar toda dificultad, dolor personal y también dar sentido al dolor de la Humanidad. Fueron años de vivir por nuestra propia gente, yendo al encuentro de las necesidades de las personas que nos rodeaban; de trabajar para ayudar al pueblo bangwa en África; nos reuníamos en grupos, convencidos de que la fuerza para llevar adelante la revolución que Chiara nos proponía estaba en el compartir nuestra vida y mantener viva la presencia de Jesús en medio nuestro. Hago mías las palabras de una canción que expresan lo que viví en esos años: «Ama si quieres comprender, ama y todo cambiará, ama y no quedará el dolor, solamente el amor… verás la luz nacer en ti».

Ella nos estimulaba con su vida a vivir con ella aquello que Dios le hacía comprender. Sin ocultarnos que no era un camino fácil, que en la vida no hay rosa sin espina, ni espina sin rosa. Poco a poco, descubríamos que lo que nos proponía era una original y comunitaria forma de ir hacia Dios: ser uno en Cristo según el evangelio de Juan: «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, así estén también ellos en nosotros» (Jn 17, 21). Una vez terminada la universidad, quise hacer mío este camino: darme toda a Dios, dejar todo, padre, madre, hijos y campos para seguirlo a Él y ponerme completamente a disposición del Movimiento en cualquier lugar del mundo.

El 27 de enero, se abrió la Causa de beatificación de la Sierva de Dios Chiara Lubich. Miro atrás y sólo me queda dar gracias a Dios por haberla conocido, por haber podido ver con mis propios ojos cómo se abre paso un carisma en la Iglesia a través de una persona, quien, como un pincel en manos de un pintor, se convierte en instrumento de Dios para muchos. Y, al mismo tiempo, le pido, como nos decía Maria Voce –actual Presidenta de los Focolares–, poder ser un testimonio vivo de lo que Chiara vivió, anunció y compartió con tantos, en el compromiso común de hacernos santos juntos.

Mercè Salleras Gomis