No me gusta el té si sabe a sangre, sudor y lágrimas - Alfa y Omega

Vivo rodeado de té. Nuestra casa y nuestra escuela están al ladito de una de las muchas plantaciones en esta zona de Bangladés. Cada día hablo con las mujeres que recogen una a una las preciadas hojas de los arbustos, y en la escuela tenemos a sus hijos e hijas. Confieso que antes de venir aquí no me gustaba el té, me sabía un poco como a medicina. Y confieso que, cuando te tomas una taza de té en casa de esta gente, sabe de otra manera. Está riquísimo. Porque lo hacen con hojas frescas, recién arrancadas, con un color anaranjado y un aroma especial. Además, sabe a amistad, a sonrisa, a sencillez.

Pero cuando sabes que las personas que lo recolectan tienen un salario de menos de un dólar diario, que viven en casas paupérrimas que no les pertenecen, que no poseen la tierra en la que viven, que tienen condiciones de trabajo inhumanas, entonces ya no me gusta el té. Y cuando visitas la casa del propietario de la plantación, un auténtico palacio, con doce dormitorios, cuatro salones, muebles de caoba y doce criados a su servicio, a solo 50 metros de las casas de los trabajadores que viven en casitas de adobe sin luz, ni agua, ni mobiliario, ni nada de nada, entonces ya no me gusta el té. Y cuando tienes en tu escuela a sus hijos e hijas, y ves que tienes que enseñarles cómo usar un grifo o un sanitario antes de enseñarles las ecuaciones de primer grado, entonces ya no me gusta el té. Y cuando entras en sus casas y te das cuenta de que sus hijos están malnutridos y que la madre y el hijo que lleva en brazos, juntos, pesan 38 kilos, entonces ya no me gusta el té.

Si para que muchas personas se den el placer de saborear una taza del preciado líquido hace falta que estas gentes vivan en condiciones de semi-esclavitud en pleno siglo XXI, entonces ya no me gusta el té.

No me gusta el té si sabe a sangre, sudor y lágrimas. No me gusta el té si, para que yo me lo beba, otros tienen que sufrir injusticias y vejaciones. No me gusta el té cuando me entero de que la mujer de la foto tiene 35 años.

Los maristas de Bangladés nos hemos lanzado de alguna manera al vacío al construir una escuela para sus hijos; una escuela difícil de sostener porque los alumnos no pueden pagar, pero que intenta sacarlos del agujero negro en el que la vida les ha metido sin su permiso. Confiamos en Dios para lograrlo, sabemos que sin Él esto no puede ir adelante. Por Él estamos aquí, quisiéramos ser su rostro amable para estas gentes estupendas. Así, sí… así quizá un día me guste el té.