Jesucristo será Enmanuel hasta el fin de los tiempos - Alfa y Omega

Jesucristo será Enmanuel hasta el fin de los tiempos

Siempre que se habla con el cardenal Javierre, sus kilómetros de alma revientan de Cristología, Patrística, Filosofía, Pedagogía, Salesianidad, para replegarse en magníficas síntesis de Teología y de experiencia

Francisco Rodríguez de Coro

Antonio María Javierre nació el 21 de febrero de 1921 en Siétamo (Huesca). Salesiano desde 1940, licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, ha sido rector de la Universidad Salesiana de Roma, y después secretario de la Congregación para la Educación Católica durante 12 años, y presidente de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos.

Parece que la Iglesia en España cruza la raya del año 2000 con palpables escoras y vientos en contra (baja demografía, desconfianza juvenil, secularización, secularismo). Ante el nuevo milenio, ¿qué puede pasar?
Ante el nuevo milenio, reconozco mi impotencia. No soy profeta ni hijo de profeta. No estoy en condiciones de avanzar pronósticos. Cuento con una certeza: la promesa de Cristo que será fiel a su condición de Enmanuel, o sea, de Dios con nosotros…, hasta el fin de los tiempos. El nuestro tiene aire de comienzo: de año, de siglo, de milenio. Razón de más para imitar la actitud de los primeros cristianos. El cometido es idéntico: predicar y testimoniar. El Evangelio no muda. La actitud exacta: la parresía, la valentía, el arrojo, la seguridad en la misión propia es de Cristo. Se nos pide como ministros fidelidad. Eso es todo.

En la Congregación de la Educación Católica, vivió usted a fondo la experiencia educativa, madurada en los años de su vida salesiana. Desde esa perspectiva magisterial, ¿es hora de hacer balance?
No es el momento de ensayar un balance crítico, que habrán de hacer los historiadores con datos completos y perspectiva temporal suficiente. La marcha sigue. En los planes discutidos minuciosamente a raíz del Concilio Vaticano II, con el inolvidable prefecto cardenal Garrone, estaba prevista una trilogía de Constituciones Apostólicas: para las Universidades eclesiásticas, las Universidades católicas y para los Católicos en la Universidad. Esta última queda aún por hacer. Hay elementos varios; pero a mi juicio reclama una intervención solemne del Papa. Porque el objeto es de la máxima importancia por su naturaleza y proyección futura.

Como Prefecto que fue usted del Archivo y Biblioteca Apostólica Vaticana, ¿en qué medida le sirve la memoria a la Iglesia, en nuestra sociedad del conocimiento y de la globalización?
No pude profundizar los tesoros que laten en el Archivo y la Biblioteca Apostólica. Ni qué decir tiene que me acerqué a ellos con sensibilidad de universitario, de historiador de la Iglesia primitiva, de ecumenista y sobre todo… de educador. Es bien sabido que la escuela tiene por cometido la transmisión crítica y sistemática de la cultura. El depósito cultural de la Biblioteca y del Archivo no admite parangón en todo el mundo. Se impone, por tanto, una actitud de servicio a la Humanidad, cuyo servicio es realeza.

Nos llevaría lejos, don Antonio, hablar de su servicio en la Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos… Los salesianos cumplimos cien años en Madrid. ¿Cuáles pueden ser algunos de nuestros retos, también aquí, en la capital de España?
La primera catequesis de Juan Pablo II, en el domingo después de la pasada Navidad, fue, no por casualidad, sobre la familia. Fue providencial, porque el Papa insiste sobre ella como uno de sus temas preferidos. Los salesianos pueden y deben hacerle coro por fidelidad a don Bosco. Su Oratorio quiso ser un hogar para jóvenes desprovistos de amor familiar: huérfanos sociológicamente. Esa orfandad se acentúa hoy y será una laguna peligrosa en el nuevo milenio. Los hijos de don Bosco han de construir nuevos Oratorios que suplan la orfandad nueva de hoy.

(La máquina de la enorme cultura del cardenal Javierre entra ahora en las calles de don Bosco para soplarnos una palabra al oído sobre los nuevos huérfanos).

La problemática es urgente y grave. Con el agravante de que no es posible recurrir a fórmulas ya hechas de antemano. Don Bosco podía brindar a los jóvenes un hogar que no tenían; pero que existía como paradigma ideal en el entorno cultural. Hoy no es así: la familia sociológicamente no existe. Hay que echar mano de instrumentos nuevos.

O sea, don Antonio, que la vida nos posee a nosotros, no nosotros a ella; que lo que define a un ser vivo —y una Congregación lo es— es que vive: que transcurre y se arriesga.
En efecto, la fidelidad de los salesianos ha de ser dinámica. Atenta a lo sustancial; pero respetuosa con los elementos históricos profundamente nuevos. No exhumamos cenizas, sino brasas.

Don Antonio es un surtidor integral de lo más verdadero, de la jerarquía de valores, un perfecto intelectual, precisamente por su cercanía a la vida cotidiana y a sus problemas. Y porque es el perfecto intelectual es capaz de prestar al colectivo su palabra eficiente y significativa.