Entregado por nosotros - Alfa y Omega

Entregado por nosotros

Domingo de Ramos

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: REUTERS/Eloy Alonso

Escuchar al comienzo de la Semana Santa el relato de la Pasión es una manera de introducirnos en lo que supone el Misterio Pascual de Cristo y, de este modo, ahondar en el método que Dios escogió para llevar al cabo la salvación del hombre. Para el cristiano, que confiesa a Jesucristo resucitado y glorioso, los episodios de sufrimiento no pueden ser desligados nunca de la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Esto tiene sus consecuencias a la hora de analizar cómo Dios nos salva actualmente en la vida de la Iglesia. La eficacia de la gracia que recibimos mediante la recepción de los sacramentos no procede únicamente del dolor y del sufrimiento del Señor, sino de toda su acción sacerdotal, que comienza en su Encarnación y culmina con la Resurrección y Ascensión. Precisamente, en el versículo antes del Evangelio encontramos la vinculación entre el abajamiento y la gloria: «Cristo se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre».

La obediencia al Padre

La Pasión del Señor nos quiere mostrar que Jesús fue dócil plenamente a la voluntad del Padre y que quiso hacerse solidario con el hombre. Ciertamente, Jesús lucha contra la angustia que le produce la cercanía con el sufrimiento y la muerte. Por eso pide al Padre que lo libere de ese trance. Sin embargo, al mismo tiempo se somete a la voluntad del Padre. No es resignación sin más, sino que Jesús cumple la profecía de Isaías: «Yo no me resistí ni me eché atrás», al tiempo que manifiesta una total confianza en el Padre: «El Señor Dios me ayuda […] no quedaría defraudado». El evangelista hace referencia al Antiguo Testamento para hacer ver que lo que sucede forma parte del designio divino.

La solidaridad con los hombres

Por otra parte, Jesús es consciente de que su vida es entregada a sus hermanos como un don. Este es el sentido de que poco antes instituyera la Eucaristía, como anticipo de lo que iba a ocurrir. La Pasión no es solo una oportunidad para ver el sufrimiento de Jesús. Es, más bien, una ocasión para constatar hasta dónde llega su entrega por los hombres.

Y precisamente aquí es donde se comprende el significado profundo de la palabra solidaridad. Normalmente señala la adhesión circunstancial a una causa ajena. Cuando decimos que Jesús se solidariza con el hombre no significa únicamente que nos comprende y apoya, sino que ha llevado esta palabra a su dimensión más radical, haciéndose por completo uno de nosotros, al lado del que más sufre, aceptando un destino humano lleno de dificultades y de humillaciones. Por eso «se dignó padecer por los impíos y ser condenado injustamente en lugar de los malhechores», como señala la plegaria eucarística.

No obstante, el mismo relato de la Pasión presagia la victoria definitiva del Señor, «sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo». El que hoy es aclamado como rey, será crucificado como rey y vencerá como tal.

Evangelio / Mateo 27, 11-54

[…] Jesús compareció ante el gobernador, quien le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Pilato le dijo: «¿No oyes todo lo que dicen contra ti?». Pero él no le respondió nada, hasta el punto de que el gobernador se quedó muy extrañado. Por la fiesta el gobernador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó a todos los que estaban allí: «¿A quién queréis que os deje en libertad? ¿A Barrabás o a Jesús, a quien llaman el mesías?». […] Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. […]Pilato les dijo: «¿Qué haré entonces con Jesús, a quien llaman el mesías?». Todos dijeron: «¡Que lo crucifiquen!». Él replicó: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!». […] Entonces puso en libertad a Barrabás y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado. Luego los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno de él a toda la tropa. Lo desnudaron, le vistieron una túnica de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!». Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar. Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota (que significa la Calavera) dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; pero él lo probó y no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos a suertes. Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Con él crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban por allí le insultaban moviendo la cabeza y diciendo: «¡Tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!». […] Desde el mediodía se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde. Hacia las tres de la tarde Jesús gritó con fuerte voz: Elí, Elí, lemá sabactani? (que quiere decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «¡Este llama a Elías!». En aquel momento uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber. Los otros decían: «¡Deja! A ver si viene Elías a salvarlo». Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron. […]