Juan Pablo II llevó el amor de Dios a los jóvenes - Alfa y Omega

Juan Pablo II llevó el amor de Dios a los jóvenes

La víspera de la beatificación de Juan Pablo II, los peregrinos madrileños, con una gran presencia de jóvenes, celebraron la Eucaristía, presidida por el cardenal Rouco Varela, en la basílica romana de San Lorenzo in Damaso, de la que es titular el arzobispo de Madrid. En ella habló de Juan Pablo II y de la especial vinculación con la Divina Misericordia del ya nuevo Beato de la Iglesia

Redacción

Nos reunimos en Roma para celebrar la Eucaristía por un motivo que nos llena de gozo, que nos llena de gratitud al Señor y nos anima a hacer una plegaria especial, en esta Eucaristía que celebramos inmediatamente antes de la Vigilia de oración del Circo Máximo, y sobre todo antes de la gran celebración en la que va a ser declarado y proclamado Beato Juan Pablo II. Somos una representación, privilegiada, pero simbólica de los muchos madrileños que han llegado a Roma de forma muy espontánea, pero que están aquí participando de la celebración que presidirá el Santo Padre. Con ello ponemos un signo de comunión con la Iglesia: pertenecemos a la Iglesia católica; somos una Iglesia particular, dentro de la comunión de la Iglesia católica, y queremos unirnos a una gran celebración de toda la Iglesia que preside el sucesor de Pedro. Lo hacemos de una forma visible, palpable, estando aquí, físicamente aquí, y también espiritualmente.

Le pedimos al Señor que la beatificación de Juan Pablo II suponga, para la Iglesia y para toda la Humanidad, un signo de fe, esperanza y, sobre todo, de misericordia. No ha sido una casualidad que el Santo Padre haya fijado el Domingo de la Divina Misericordia para la beatificación de Juan Pablo II. Él, en los últimos años de su vida, había subrayado la dimensión de la misericordia en la celebración de este segundo domingo de Pascua, con el que concluye la Octava de Pascua. La liturgia está llena de ese eco de un amor que se llama misericordia. Los jóvenes pueden decir: ¿Misericordia y amor tienen que ver entre sí? Muchísimo. En la raíz del amor está la misericordia de Dios, de la que Jesucristo se convierte en gran testigo, de una forma que le lleva a dar la vida por nosotros, a morir por nosotros.

Cardenales de la Iglesia veneran los restos mortales del Beato Juan Pablo II

¿Qué quiere decir amor misericordioso? Amor hacia el que necesita ser amado en lo más hondo de su ser. Todos necesitamos ser amados. Cuando no funcionan las cosas bien en nuestra vida, podemos usar la expresión, que los niños entienden bien, de que ese alguien que es malo por dentro necesita que alguien le cure, le ame. Cuando uno ofende a los padres, a los hermanos, a los amigos…, llega un momento en que se arrepiente y pide que el otro le ame, que tenga misericordia, que le perdone. En el fondo, esto es lo que es Jesucristo y lo que hace la Iglesia es esto: ser cauce, instrumento de ese amor de Dios que se dirige al hombre, que lo necesitaba porque se había apartado de Él, se había hecho, de algún modo, enemigo de Él, y que necesitaba de la iniciativa de Dios y de un amor de Dios que fuese por delante de Él mismo.

Aunque tú no me quieras…

Y, claro, eso después tiene que ver con todos los aspectos de la vida; no sólo con ése, más hondo y profundo, de la conciencia, el alma, la libertad y el corazón; sino también, después, con la forma de vivir en casa, en la familia, en la sociedad. Nosotros vivimos en un tiempo en que muchos jóvenes lo pasan mal, sufren mucho; a veces no tanto por razones materiales, que también, sino porque no saben qué hacer con su alma, su corazón, su conciencia. Buscan el camino del bien, y no lo encuentran; buscan el camino de la felicidad, y no lo encuentran. Y se sienten, a veces, deprimidos, mal. Necesitan que el Señor les ame como Él sabe, misericordiosamente: sin pasarles cuentas, sino sencillamente queriéndolo. Pero también necesitan responder, tocados por ese amor, hacer de su corazón un corazón que, libremente, responde a ese amor también con amor, y con amor misericordioso. Cuando no se ama misericordiosamente, parece que se ama, pero no es así. El que no ama misericordiosamente quiere que el amado le dé algo: Te quiero, si tú me quieres. ¡Hombre, no!: Yo te quiero, aunque tú no me quieras. Jesús dirá: aunque seas mi enemigo…

El cardenal Rouco, con fieles madrileños, tras la celebración

Queremos ser de la Virgen

No es ninguna casualidad que el Santo Padre haya elegido el segundo Domingo de Pascua para proclamar a Juan Pablo II Beato, primer grado del reconocimiento de que es un santo. Si tuviésemos que decir algo que resumiese de algún modo su vida, su servicio a la Iglesia y a la Humanidad, diríamos: ha sido un testigo del amor misericordioso de Jesucristo, que ha triunfado en la Pascua y Resurrección. Lo ha sido, de una manera muy especial, para los jóvenes; por eso puso en marcha las Jornadas Mundiales de la Juventud -en agosto celebraremos la próxima en Madrid-. Este Domingo de la Misericordia del año 2011, le pedimos al Señor que lo sea para todo el mundo y, en especial, para Madrid, teniendo en el horizonte la Jornada Mundial de la Juventud, que nos sintamos animados para ser testigos del Evangelio de la Misericordia, sostenidos espiritualmente por el Papa Juan Pablo II, y que entendamos una de las claves de su vida: él, para su escudo papal, eligió la frase Totus tuus, dedicada a la Virgen: Soy todo tuyo. Si queremos entender cuál es la fuente del amor misericordioso de Dios, tenemos que colocarnos al lado de la Virgen, al pie de la Cruz, estar con ella allí. Si nos apartamos de ella, nos apartaremos de la Cruz; y si nos apartamos de la Cruz, nos apartamos del amor del Corazón de Cristo, del amor misericordioso, y nos perdemos y nos entregamos a la derrota. Pongámonos también nosotros al lado de la Virgen, siguiendo el ejemplo de Juan P ablo II, y digámosle que queremos ser de ella, porque queremos ser de Él.