«Entrad, como Cuerpo de Cristo, en este mundo lleno de heridas, rupturas y enfrentamientos» - Alfa y Omega

«Entrad, como Cuerpo de Cristo, en este mundo lleno de heridas, rupturas y enfrentamientos»

Carlos González García
Foto: José Luis Bonaño

Este domingo, 9 de abril, el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, bendijo las palmas y los ramos en el atrio de la catedral de la calle Bailén y presidió la Eucaristía del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. En su homilía, pronunciada ante una catedral repleta de fieles, el purpurado destacó la «singularidad» de esta fiesta, ya que «expresa el deseo más grande del ser humano: encontrar a alguien que nos haga vivir en la paz, nos entregue la vida para ver más allá de nosotros mismos y nos dé esa capacidad para entender y descubrir cada día con más hondura que los otros, quienes están a mi lado, son hermanos».

Un corazón donde salir de la esclavitud

A la luz del salmo proclamado, les invitó a «contar la fama del Señor a los hermanos» y a ver «cómo Jesús era distinto, entraba en un borrico que representa la sencillez, la pequeñez, la cercanía a los hombres y la capacidad de entrega». Un Dios que «no entraba como entraban los reyes de Jerusalén», sino «con otra fuerza distinta, y es la que quiere que tengamos también nosotros, miembros vivos de la Iglesia, Cuerpo de Cristo que tiene la misión de entrar, también, en este mundo lleno de heridas, rupturas y enfrentamientos».

Además, incidió en que tal y como Jesús entra en Jerusalén, «así quiere entrar en todas las ciudades de este mundo, también en nuestro propio corazón» porque «es aquel que nos puede hacer salir de la esclavitud y hacernos partícipes de una vida más humana con el verdadero humanismo que nos entrega».

Dios es necesario y no una anécdota

«Dios es necesario», aseveró el arzobispo de Madrid, y «no es una anécdota». Y el Dios cristiano, destacó, «no es un Dios de muerte, sino de de vida, de reconciliación, que no utiliza la fuerza para hacerse presente entre los hombres; utiliza el amor, la entrega de sí mismo, y es la que quiere que utilicemos nosotros, los discípulos del Señor». Y el Señor «nos invita a hacer lo que Él hizo: dar la vida para que todos los hombres tengan esa vida». Así, todo ser humano, señaló el cardenal, «necesita a alguien que no le dé muerte, sino vida», que «le impulse a vivir y a entregar lo mejor de sí mismo». Nosotros, dijo, dirigiéndose a todos los presentes, «tenemos la vida del Señor por el Bautismo; tenemos esta vida y nos invita a hacer su camino».

Asimismo, invitó a todos los presentes, en el inicio de esta Semana Santa, a hacerse una pregunta: «¿Por qué caminos nos quiere conducir el Señor, qué espera de nosotros en este siglo XXI?». Y continuó: «¿Espera que sigámonos matándonos, espera que esta Nueva Jerusalén de la que nosotros somos parte, entregue al mundo y manifieste lo que necesita este mundo?».

Libres de toda ambición de poder

El prelado, además, les animó a «dar la mano» a ese Jesús que, siendo Mesías y Rey, «llegó a Jerusalén, incluso, en un asno prestado». De esta manera, «nos invita a vivir libres de toda ambición de poder, libres de ser importantes, porque ya lo somos, somos hijos de Dios». También «a no vivir del tener y a vivir de la sabiduría que Dios nos regala cuando entra en nuestro corazón».

Finalmente, alentó a cada uno de los fieles a llevar la vida de Jesús: «Un Dios que se manifiesta y rompe todos los esquemas de los hombres y se acerca a los más abatidos, a los más pobres». Porque no es el Dios de la grandeza, «es el Dios que viene a nosotros lleno de paz y mansedumbre, y nos ofrece el camino de la vida y de la paz». El Señor, como en Jerusalén, concluyó, «nos invita a entrar como Él en esta Tierra para llevar su amor».

Puede ver una galería fotográfica de la celebración en este enlace.

Homilía en vídeo