El Papa valiente - Alfa y Omega

En enero de 2002 fui a ver al rabino jefe de Chile, que pasaba unos días en Roma. Me contó que, la noche anterior, había salido a dar un paseo y, al ver la ventana iluminada del Papa, casi a medianoche, se había vuelto al hotel para seguir con un texto que se le resistía: «Si este hombre de Dios está todavía trabajando, yo no me puedo ir a dormir».

Creo que la seguridad de que Juan Pablo II fue -es- un hombre de Dios es una de las percepciones más universales de la Humanidad de las últimas décadas. He oído hablar de él con admiración a ortodoxos rusos y sirios; a luteranos alemanes; a budistas taiwaneses; a evangélicos norteamericanos; a monofisitas armenios y a musulmanes turcos. Quien le ha visto rezar o celebrar Misa se percataba que lo suyo no era normal, que no se distraía como nosotros.

Podría aceptarse que ser un hombre de Dios es lógico para un Papa, va casi con el cargo: si él no lo es, ¿quién podrá serlo? De hecho, todos los Papas del siglo XX han sido indudablemente personas rezadoras, con una vida intachable, llenos de virtudes. Y, sin embargo, decir que Karol Wojtyla era -es- un hombre de Dios va más allá: lo comparten los que no creen en Dios e incluso los que piensan que rezar es, cuanto menos, una pérdida de tiempo.

En el caso de Juan Pablo II, ser hombre de Diossignifica mucho más: que ha sido un hombre a la medida de Dios, el hombre que Dios necesitaba para una misión. Hay como una especie de consenso universal (con las excepciones inevitables: siempre hay daltónicos espirituales) en que Karol Wojtyla tenía como único referente hacer la voluntad de Dios costase lo que costase, como decía la Santa de Ávila.

A mí, lo que más atrae del Papa polaco fue su valentía. Valentía para estudiar en un seminario clandestino; valentía para decir las verdades a los poderosos, como cuando tronó contra la guerra en Irak, por mucho que le hicieran caso omiso; valentía para ir a sitios donde muchos le odiaban, porque le esperaban las almas; valentía para amenazar con su dimisión como Papa y volver a Polonia, si los tanques rusos invadían su tierra; valentía para pedir lo imposible sin rendirse, como viajar a Rusia y a China; y valentía para mostrar a sus hijos cómo decaía físicamente hasta morir consumido.

Y valentía por haber creado las Jornadas Mundiales de la Juventud, cuando la Iglesia creía poco en los jóvenes, y los jóvenes menos aún en la Iglesia. Gracias, Dios mío, por habernos dado un valiente por Patrono.

Yago de la Cierva es Director de Comunicación de la JMJ