Así se vivió el Triduo Pascual en la catedral de la Almudena: «Tenemos la misma luz de Cristo» - Alfa y Omega

Así se vivió el Triduo Pascual en la catedral de la Almudena: «Tenemos la misma luz de Cristo»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un momento de la Vigilia. Foto: José Luis Bonaño

A los cristianos, a los «miembros vivos de la Iglesia», el Señor «nos hace experimentar el gozo de esta noche santa, haciendo ver para nosotros y para los demás que tenemos la misma luz de Cristo», dijo el cardenal Osoro durante la vigilia pascual en la catedral de la Almudena. «El Señor –afirmó durante la homilía el arzobispo de Madrid– nos dice hoy a nosotros: “No temáis, no temáis, estoy con vosotros, os he regalado mi vida, tenéis mi vida y mi triunfo. Enseñad a los hombres que buscan. Enseñadles y dadles mi vida. He resucitado”. Jesús el crucificado ha resucitado. El que ha dado la vida por los hombres, el que ha dado la vida por amor, quiere hacernos iguales a Él: que demos la vida por amor. Este acontecimiento de la resurrección es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza».

El triduo lo comenzó el cardenal Osoro el Jueves Santo visitando a los internos del centro penitenciario de Soto del Real, junto a quienes celebró la Eucaristía y el rito del lavatorio de los pies, y a los que regaló una imagen de un cuadro sobre el regreso del hijo pródigo, con una dedicatoria personal. Más tarde, ya en la catedral, el arzobispo presidió la Misa de la Cena del Señor, celebración de «un día memorable» en el que «el amor de Jesús traspasa el espacio y el tiempo y llega a nosotros; nos regala su permanencia en la Eucaristía y nos regala el ministerio sacerdotal para que sigamos celebrando en todas las partes de la Tierra esta Cena del Señor, y nos convoca a la revolución de la ternura». Aludiendo asimismo al lavatorio, lanzó la pregunta: «¿Cómo pretendes limpiar al mundo si tú no te dejas limpiar?», y pidió «acoger el amor que Dios te quiere entregar», a diferencia de Pedro, «que no se dejó amar», cuando en realidad «todos necesitamos que Jesús limpie nuestra vida».

La mirada del Viernes Santo se dirigió a la Cruz, «donde descubrimos el gran amor de Dios a los hombres. En ella Jesús nos ha mostrado que hay que darse sin reservas, amar hasta dar la vida». La muerte de Jesús «es uno de los hechos más dramáticos de la historia de la humanidad. Jesús es arrojado a un pozo de odio y de rechazo. Aparentemente su vida es un fracaso, el odio parece haber vencido sobre el amor. Pero Jesús sigue padeciendo hoy, es crucificado en las víctimas de los conflictos armados, de los terrorismos, en los refugiados, en los sufrimientos de poblaciones enteras…» Para el arzobispo de Madrid, «la sed de Jesús es uno de sus mayores tormentos, la sed de hacer libres a los hombres, sed de vida para este mundo, sed de amor y de paz. Pero Jesús – el rostro de la bondad y de la misericordia– tiene sed y recibe vinagre», lamentó.

El tono de la liturgia cambió durante la celebración de la vigilia pascual, pues con la resurrección de Jesús «el amor ha vencido el odio, la misericordia ha roto y destruido el pecado, el bien, que es el mismo Cristo, ha vencido al mal. La vida que es el Señor vence a la muerte». Esta Buena Noticia de Cristo resucitado «no es solo una palabra, es salir de uno mismo para ir al encuentro del otro, es estar al lado de todos los heridos de la vida, es compartir con quien carece de lo necesario, es permanecer junto al enfermo, junto al anciano, junto al excluido…». Solo así se manifiesta «que creemos en la resurrección, que la tenemos en nuestra vida», aseguró.

Por eso, «si el Señor se ha desbordado de amor con nosotros, no vale tacañería. No vale para un cristiano maquillarnos de vez en cuando. Cristo ha hecho posible que nazcamos de nuevo, por eso, con esa gozosa esperanza, nos dirigimos al Señor resucitado y le decimos: “Señor, ayúdanos, que podamos amarte y adorarte; ayúdanos a derrotar todo lo que trae la muerte a esta humanidad”», concluyó.