Cristianismo, garante de la democracia - Alfa y Omega

Los estados democráticos o estados de Derecho están basados en la aprobación de la mayoría para constituir y reconocer un parlamento y un gobierno, y en función de esa mayoría, gobernar legítimamente. Esto es correcto. Pero la legitimidad de esa mayoría no puede dar legitimidad a estructuras contrarias a la persona en su plena dimensión. Esta se mueve en la complejidad de la existencia social y ética. Por tanto, debe afirmarse este aspecto ético y moral en toda la dimensión de la persona. El que no quiera reconocer esta dimensión moral debe saber que su rechazo no implica la no existencia de la moral. El reconocimiento de esta facultad por parte de otros ciudadanos abre la puerta a la necesidad de aceptarla, aunque existe también el peligro de que se asuma esa moral utilizándola para fines que no son propiamente morales, lo cual destruiría la paz interna de la persona y de la sociedad.

Esto nos deja entrever que gobernar apoyado en la mayoría no implica una certeza de juicio, ni siquiera una evidencia en el consenso, ya que este está apoyado en la mayoría y no en el derecho (por ejemplo en el derecho natural). Las estructuras estatales y sociales deben estar dirigidas a garantizar no solo su aspecto de consenso, sino su eficiencia mediante un derecho de autenticidad. Porque desde el momento que la única base para desarrollar un estado libre sea la mayoría como apoyo del individuo, esta dirigirá a la nación en un vaivén de corrientes políticas donde el único objetivo sea alcanzar ese cuórum necesario para poder imponer su autoridad. Así, de nuevo, se muestra que las democracias pueden ser un ejercicio de poder consensuado por los ciudadanos donde el único objetivo político sea imponer su sistema como protección para su propia corriente política y como detrimento de las contrarias.

¿Constitucionalidad o adoctrinamiento?

Ante estas perspectivas, las estructuras necesarias para desarrollar una sociedad estarán dirigidas a fomentar los aspectos que queremos reforzar con nuestra política de gobierno, disfrazando de constitucionalidad lo que quizás es adoctrinamiento. Si esto se da, entonces el poder judicial estará influenciado por esas corrientes políticas que han sido apoyadas por la mayoría; la prensa, el cuarto poder, deberá estar sujeto a unas normas que respeten la libertad de expresión impuestas; incluso el llamado tercer sector, las entidades sin ánimo de lucro, estará influenciado por las ayudas que según los objetivos políticos de los gobiernos serán predominantes.

Pero también debemos reconocer que los sistemas democráticos han sido los que han fomentado la participación y el consenso social y ciudadano. Por tanto, es necesario encontrar estructuras que ayuden a estos sistemas a basar su compromiso en el progreso del país. Estructuras que, lejos de la influencia de la corriente política de turno, creen la estabilidad necesaria para la mejora mutua.

Uno de los organismos fundamentales de colaboración para el estado es el cristianismo. Pero atención, no podemos caer en el error de interpretar que los grupos religiosos formen parte de las estructuras políticas y, por tanto, actúen dentro de la creación de un gobierno, sino que el orden temporal y el espiritual deben estar siempre en contacto, como colaboración mutua para el crecimiento de la persona en todas sus dimensiones. Gracias a esta separación, la creación de estados libres debe su origen a la interpretación cristiana de la persona, superando, a través de ella toda visión partidista de la sociedad. Es decir, el reconocimiento de esta separación entre lo religioso y lo estatal ayuda a reconocer la existencia de la otra parte, ampliando la colaboración en lo que de positivo y constructivo aporta.

Esta es una de las diferencias entre los estados democráticos actuales (todos surgidos con fundamentos cristianos) y las dictaduras basadas en las religiones de sumisión. Así, en los países donde imperen estas religiones de sometimiento, nunca podrá existir la relación entre gobierno y religión, ya que la subordinación es la garantía de existencia de ese estado. En cambio, para los estados democráticos, la libertad es herramienta de progreso para todos los ciudadanos. Libertad importada desde el concepto de persona en el cristianismo y que introduce al hombre en un dinamismo que le hace ser protagonista de las decisiones tomadas. Libertad de construir la propia historia. Libertad que introduce al individuo en la realización de sí mismo a través de la construcción de la historia de la Salvación, sirviéndose, para ello, de la construcción de la historia de su propio estado.

P. Antonio Aurelio Fernández, OSST

El trinitario Antonio Aurelio Fernández, presentó este jueves, en la Sala Capitular de la catedral de la Almudena, de Madrid el libro Libertad, comunión, verdad. Las sociedades democráticas como reflejo de la Trinidad. Intervinieron en el acto el cardenal Carlos Osoro; la delegada de Gobierno, Concepción Dancausa; el expresidente del Congreso de los Diputados José Bono y la periodista Ana Rosa Quintana.