Orar con santa Teresa: «¡Oh, cristianos, ayudad a llorar a vuestro Dios!» - Alfa y Omega

Orar con santa Teresa: «¡Oh, cristianos, ayudad a llorar a vuestro Dios!»

Para santa Teresa de Jesús, acompañar al Señor en sus dolores por los pecados de los hombres, habla más del amor de Dios por los pecadores que de la infidelidad de quienes le traicionan o ignoran. Por eso, enseña que contemplarle a Él y emocionarse con Él, incluso hasta las lágrimas, lejos de un ejercicio angustioso es un don del Espíritu, un acto liberador que ayuda a acercarse a Cristo, a estrechar la amistad con Él, a sentirse amado por su Corazón y a querer responderle con agradecida generosidad. De estas lágrimas habla la Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana, centrada en la primera parte de la Exclamación «Y Jesús lloró»

José Antonio Méndez

A lo largo de sus numerosos escritos, santa Teresa de Jesús habla muchas veces del llanto como un don que otorga el Espíritu, que surge al contemplar los dolores y padecimientos de Cristo, y que enternece el corazón del creyente. Lejos de ser un llanto desesperanzado, agónico, triste o melancólico, cuando las lágrimas son fruto de la contemplación del Señor, Dios de la misericordia, el llanto para santa Teresa es un acto liberador «de gran provecho», porque ayuda a identificarse con Dios también en sus padecimientos, es decir, ayuda a compadecer con Él, ayuda a padecer-con el mismísimo Jesucristo. Ayuda, en último término, a estar con Él, a pasar tiempo con Él, a acopañarlo personalmente. Nadie llora por una idea, ni por una deidad abstracta y de rostro indefinible. Llorar con y por Cristo enfatiza una verdad que cambia la vida: Dios es una Persona real, con sentimientos reales, y que tiene que ver con nosotros.

Así, al contrario de la piedad oscurantista y morbosa en la que podían incurrir algunos clérigos de su época (y de tantas otras), centrada en el castigo divino que le espera a los pecadores irredentos o en el dolor patético de la cruz, santa Teresa propone una vía diferente para acompañar el sufrimiento de Cristo: la perspectiva del amor de Dios. El dolor del Señor por los pecados de los hombres y sus lágrimas por nuestra dureza de corazón, en realidad habla más del amor de Dios por sus hijos que de las infidelidades humanas. Ver así el dolor de Jesús lo cambia todo, porque el centro de la oración para santa Teresa no está en el pecador que peca ni en el débil corazón del que reza, sino en la misericordia del Dios que escucha la oración y que sufre de amor incluso por quien le ignora.

Ése es el verdadero dolor de los pecados según lo enseña la Iglesia, y por eso ésta ha reconocido en santa Teresa a una magna Doctora de su doctrina. Una enseñanza que se aprecia también en la Exclamación teresiana «Y Jesús lloró», cuya primera parte publicamos hoy para nuestra Oración Teresiana para el Año Jubilar, de esta semana. Como todos los demás, este texto se aprovecha mucho más delante de un Sagrario o, al menos, poniéndose mentalmente en la presencia de Dios. Y si se medita y surgen las lágrimas… ya sabe: no las contenga. Pueden ser «de gran provecho».

+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

¡Oh Dios de mi alma, qué prisa nos damos a ofenderos y cómo os la dais Vos mayor a perdonarnos! ¿Qué causa hay, Señor, para tan desatinado atrevimiento? ¿Si es el haber ya entendido vuestra gran misericordia y olvidarnos de que es justa vuestra justicia? «Cercáronme los dolores de la muerte» (Sal 18) ¡Oh, oh, oh, qué grave cosa es el pecado, que bastó para matar a Dios con tantos dolores! ¡Y cuán cercado estáis, mi Dios, de ellos! ¿Adónde podéis ir que no os atormenten? De todas partes os dan heridas los mortales.

¡Oh cristianos!, tiempo es de defender a vuestro Rey y de acompañarle en tan gran soledad; que son muy pocos los vasallos que le han quedado y mucha la multitud que acompaña a Lucifer. Y lo que peor es, que se muestran amigos en lo público y véndenle en lo secreto; casi no halla de quién se fiar. ¡Oh Amigo verdadero, qué mal os paga el que os es traidor! ¡Oh cristianos verdaderos!, ayudad a llorar a vuestro Dios, que no es por solo Lázaro aquellas piadosas lágrimas, sino por los que no habían de querer resucitar, aunque Su Majestad los diese voces. ¡Oh Bien mío, qué presentes teníais las culpas que he cometido contra Vos! Sean ya acabadas, Señor, sean acabadas, y las de todos. Resucitad a estos muertos; sean vuestras voces, Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la vida, se la deis para que después, Dios mío, salgan de la profundidad de sus deleites.

Amén.