Que también hoy España siga dando frutos de santidad - Alfa y Omega

Que también hoy España siga dando frutos de santidad

Redacción
El Santo Padre, en el aula Pablo VI del Vaticano

Amadísimos hermanos y hermanas: Deseo comentar hoy el Viaje apostólico que realicé, el sábado y domingo pasados, a España y que tuvo por tema: Seréis mis testigos.

Doy gracias al Señor que me concedió visitar por quinta vez esa noble y amada nación, y renuevo la expresión de mi cordial agradecimiento al cardenal arzobispo de Madrid, a los pastores y a toda la Iglesia que está en España, a Sus Majestades el Rey y la Reina, así como al jefe del Gobierno y a las demás autoridades, que me acogieron con tanta solicitud y afecto.

Desde mi llegada, expresé la estima del sucesor de Pedro por esa porción del pueblo de Dios, que desde hace dos mil años peregrina en tierra ibérica y ha desempeñado un papel destacado en la evangelización de Europa y del mundo. Al mismo tiempo, quise manifestar mi aprecio por los progresos sociales del país, invitando a fundarlos siempre en los auténticos y perennes valores que constituyen el valioso patrimonio de todo el continente europeo.

2. Fueron dos los momentos principales de esta peregrinación pastoral: el gran encuentro con los jóvenes, en la tarde del sábado, y la santa misa con la canonización de cinco Beatos, el domingo por la mañana.

En la base aérea de Cuatro Vientos, en Madrid, la Vigilia de los jóvenes, que tuvo como telón de fondo la oración del Rosario, me permitió volver a proponer en síntesis el mensaje de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae y del Año del Rosario que estamos celebrando. Invité a los jóvenes a ser cada vez más hombres y mujeres de sólida interioridad, contemplando asiduamente, junto con María, a Cristo y sus misterios. Precisamente en esto reside el antídoto más eficaz contra los peligros del consumismo, al que se encuentra expuesto el hombre de hoy. A la sugestión de los valores efímeros del mundo visible, que proponen algunos medios de comunicación, es urgente contraponer los valores duraderos del espíritu, que sólo se pueden alcanzar entrando de nuevo en la propia interioridad mediante la contemplación y la oración.

Asimismo, constaté con alegría que los jóvenes saben ser entre sus coetáneos, cada vez más, protagonistas de la nueva evangelización, dispuestos a gastar sus energías al servicio de Cristo y de su reino. A la Virgen encomendé a los jóvenes de Madrid y de toda España, que son el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la sociedad de esa gran nación.

3. Al día siguiente tuvo lugar la solemne celebración eucarística en la central plaza de Colón. En presencia de la Familia Real, del episcopado y de las autoridades del país, ante una vasta asamblea con representantes de todos los componentes eclesiales, tuve la alegría de proclamar santos a cinco hijos de España: Pedro Poveda Castroverde, sacerdote y mártir; José María Rubio y Peralta, sacerdote; y las religiosas Genoveva Torres Morales, Ángela de la Cruz y María Maravillas de Jesús.

Estos auténticos discípulos de Cristo y testigos de su resurrección son un ejemplo para los cristianos del mundo entero: sacando de la oración la fuerza necesaria, supieron cumplir las tareas que Dios les confió en la vida contemplativa, en el ministerio pastoral, en el campo de la educación, en el apostolado de los ejercicios espirituales y en la caridad con los pobres. En ellos, de manera particular, han de inspirarse los creyentes y las comunidades eclesiales de España, para que también en nuestros días esa tierra bendecida por Dios siga produciendo abundantes frutos de perfección evangélica.

Con este fin, exhorté a los cristianos de España a permanecer fieles al Evangelio, a defender y promover la unidad de la familia, a conservar y renovar continuamente la identidad católica que constituye el orgullo de la nación. En virtud de los valores perennes de su tradición será como ese noble país podrá dar su contribución eficaz a la construcción de la nueva Europa.

4. Este quinto Viaje apostólico a España ha confirmado en mí una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa conservan un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el genio y la historia de los pueblos respectivos. Por desgracia, el secularismo amenaza los valores fundamentales, pero la Iglesia desea trabajar para mantener siempre viva esta tradición espiritual y cultural.

Apelando a la grandeza del alma española, formada en sólidos principios humanos y cristianos, dirigí especialmente a los jóvenes las palabras de Cristo: «Seréis mis testigos». Repito hoy esas mismas palabras, asegurando a la Iglesia y al pueblo de España, así como a todos vosotros, aquí presentes, mi oración, avalada por una especial bendición apostólica.