«El único extremismo permitido es la caridad» - Alfa y Omega

Durante su visita a Egipto –donde vivieron patriarcas y profetas, donde Dios hizo resonar su voz y la Sagrada Familia encontró refugio y hospitalidad ante las amenazas del rey Herodes–, el Papa Francisco ha hablado en nombre de Cristo, se ha acercado a la pequeña comunidad de católicos, ha vivido una vez más esa dimensión ecuménica con los cristianos coptos ortodoxos y ha mostrado la urgencia y necesidad de vivir la dimensión interreligiosa con los musulmanes. Es todo un camino que nos propone el Sucesor de Pedro, actualizando lo que tan bellamente nos dice el Concilio Vaticano II, tanto en las constituciones como en los decretos de ecumenismo y de relaciones con otras religiones.

Os escribo esta carta cuando acabamos de comenzar el mes de mayo, que la Iglesia dedica muy especialmente a la Virgen María. Para todos los discípulos de Cristo, este mes se convierte en una provocación a vivir en y desde la caridad, es decir, en y desde el amor mismo de Dios manifestado en Jesucristo. Viene bien hacer memoria de la página del Evangelio en la que se nos narra la Visitación de María a su prima santa Isabel. El texto no puede ser más expresivo para nosotros: en María se nos presenta la primera discípula de Cristo, en la actitud en la que debemos estar todos los cristianos: en salida, como nos dice tantas veces el Papa Francisco.

Recibida la noticia y aceptada por María, ya habiendo sido engendrada por obra del Espíritu Santo, se puso en camino. Nos dice el Evangelio que atravesó una región montañosa, es decir, con dificultades, pero lo hizo llena de confianza y esperanza por lo que había dicho el ángel de parte de Dios, «para Dios nada hay imposible». Y así llegó a casa de su prima Isabel provocando lo que todos los cristianos deberíamos provocar: «Saltó de gozo el niño que Isabel llevaba en su vientre». E Isabel reconoció lo grande que se hace el ser humano cuando cree en lo que Dios dice: «Dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Cómo veis, María nos regala tres dones necesarios para vivir el único extremismo que nos está permitido a los cristianos: salir al mundo donde están los hombres; llevar a Dios en y con nuestra vida que une a todos y hace sentir el gozo de la confortadora alegría de la Buena Noticia, y vivir sintiendo la dicha de fiarnos de Dios, el don de la fe, de la confianza en Él por encima de todas las cosas.

El Papa de la paz

El Papa Francisco nos propone a los cristianos el modo de vivir y de hacer de nuestra Madre María. Como la Sagrada Familia que marchó a Egipto, cuando intentaban hacer desaparecer a Dios de este mundo, el Papa con este viaje nos hizo ver realidades que no podemos olvidar. La misión de los cristianos es llevar a todos los hombres la Paz, que para nosotros tiene rostro: Jesucristo. Es necesario recobrar la unidad de los cristianos para ser creíbles en este mundo, tal y como fue el deseo de Cristo, y establecer relaciones con todas las religiones promoviendo la paz que es de Dios y la quiere para todos los hombres. El lema del viaje es bien significativo y orientador para todos los cristianos, estemos donde estemos: El Papa de paz en el Egipto de paz. Ya en el logo se ve el Nilo, símbolo de la vida, junto a las pirámides y la esfinge que evocan la historia de esta nación; por otra parte, se contemplan la cruz y la media luna, que representan la coexistencia entre las distintas religiones del pueblo egipcio, y la paloma símbolo de la paz, con la imagen del Papa Francisco. Tres pasiones han movido al Papa y nos invita a que sean las nuestras también:

1. La pasión de Cristo, amar a pesar de todo. El Papa Francisco nos lo ha dicho con una expresión clara y fuerte: «El único extremismo permitido es la caridad». Y hay que entenderlo como nos dice el apóstol san Pablo en el himno a la caridad: a) que es paciente y no se deja llevar por impulsos, reconoce que el otro tiene derecho a vivir, que no es un estorbo, es un don y me invita a vivir en permanente compasión; b) que es servicial, es decir, amar es hacer siempre el bien, donde se experimenta la felicidad de dar; c) que no tienen envidia, no hay malestar por el bien del otro, al contrario, valora los logros y el derecho a la felicidad del otro; d) no hace alarde y no es arrogante, nunca aparece como superior a los demás, no se agranda, no pierde el sentido de la realidad, ni se cree más grande, no a la lógica del dominio de unos sobre otros; e) que no obra con dureza, pues detesta ver sufrir a los demás, quiere llevar hasta el límite las exigencias del amor, no se detiene en los límites del otro; f) que no busca su propio interés, ni se irrita, es decir, nunca lo suyo, si lo del otro, acaricia y nunca termina el día sin hacer las paces; g) no lleva cuentas del mal, excusa siempre y perdona siempre, se alegra y goza con la verdad, disculpa todo, ve lo bueno siempre, confía y se fía siempre como Dios mismo se fía de nosotros, nunca desespera pues sabe que el otro puede cambiar; lo soporta todo, es decir, amor a pesar de todo.

2. La pasión de Cristo, llamar por el nombre a las cosas. No predicamos una doctrina, hablamos de una persona; no damos unas verdades abstractas, sino que deseamos comunicar el Misterio vivo de Dios. Como nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, «Jesús hizo y enseñó». Con estos dos verbos se nos muestra la misión de Jesús, que ha de ser la de la Iglesia. «Hizo», a Jesús le preguntan: «¿Qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?». «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo», responde y nos narra la parábola de buen samaritano. «Enseñó»: «todos los días me sentaba en el templo a enseñar», «les enseñaba como quien tiene autoridad»… Una imagen majestuosa, familiar, impresionante, tranquilizadora, llena de vida, escuchada hasta por los enemigos, pues había coherencia y fuerza persuasiva.

3. La pasión de Cristo, por afirmar que Dios y la religión no son un problema. Nunca la violencia puede estar asociada al nombre de Dios, a Él hay que asociar la defensa de la dignidad de la persona humana, la manifestación con obras y palabras de los derechos que tiene. En ese sentido, cuando el poder político privatiza la religión, en el fondo y en la forma conculca los derechos humanos, que hacen de la humanidad una familia de hombres y mujeres libres. En el cristianismo la laicidad es principio evangélico –«Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César»– y promueve el respeto a la dignidad de la persona, es provocadora de la paz social y es autentificadora de la legitimidad política.