El Papa desautoriza los catastrofismos apocalípticos ante la Virgen en Fátima - Alfa y Omega

El Papa desautoriza los catastrofismos apocalípticos ante la Virgen en Fátima

El Sumo Pontífice defiende que sería «una gran injusticia contra Dios» verle como un castigador implacable frenado solo por María

Juan Vicente Boo
Foto: REUTERS

En una noche iluminada por las velas de cientos de miles de peregrinos reunidos en Fátima para celebrar el centenario de las apariciones de 1917, el Papa Francisco ha rechazado una línea de interpretación catastrofista que falsea la relación con Dios, centrándola en el temor en lugar del amor.

En su saludo a los peregrinos antes de comenzar el rezo del rosario nocturno, el Papa ha abordado frontalmente una anomalía: la obsesión por los castigos apocalípticos y las pseudorevelaciones catastrofistas.

Francisco ha descartado las deformaciones que ven a la Virgen de Fátima como «una “santita” a la que se acude para conseguir gracias baratas» o la imaginan «deteniendo el brazo justiciero de Dios», es decir «una María mejor que Cristo, considerado juez implacable».

Con palabras muy fuertes, Francisco ha advertido que «cometemos una gran injusticia contra Dios y su gracia afirmando en primer lugar el castigo de los pecados sin anteponer, como enseña el Evangelio, que son perdonados por su misericordia».

Ha insistido en que «hay que anteponer la misericordia al juicio», y tener presente que «en cualquier caso, el juicio de Dios se realiza siempre a la luz de su misericordia». Jesús vino al mundo para perdonar los pecados, incluso los de quienes le estaban dando muerte.

Su saludo nocturno a trescientos mil peregrinos, no ha podido ser más claro y directo: «Dejemos de lado cualquier clase de miedo y temor, porque eso no es propio de quien se siente amado». Su deseo es que los cristianos «seamos, con María, signo y sacramento de la misericordia de Dios que siempre perdona, perdona todo».

Ante la imagen dulce de la Virgen de Fátima, el Papa ha recordado algunos puntos de su primer documento programático, «La alegría del Evangelio», como una cita muy característica: «Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y el cariño».

Por eso, su invitación a los peregrinos y al mundo ha sido «que seamos, con María, signo y sacramento de la misericordia de Dios que siempre perdona, perdona todo».

El Santo Padre canoniza este sábado por la mañana a los dos pastorcillos, Francisco y Jacinta, fallecidos muy jóvenes en 1919 y 1920. Como han señalado los distintos postuladores de la causa de beatificación y canonización: no se les eleva a los altares por haber visto a la Virgen sino por haber vivido las virtudes cristianas de un modo ejemplar, heroico, en medio de las dificultades.

Juan Vicente Boo / ABC. Fátima

Palabras del Papa durante la bendición de las velas

Queridos peregrinos de María y con María.

Gracias por recibirme entre vosotros y uniros a mí en esta peregrinación vivida en la esperanza y en la paz. Desde ahora, deseo asegurar a los que os habéis unidos a mí, aquí o en cualquier otro lugar, que os llevo en mi corazón. Siento que Jesús os ha confiado a mí (cf. Jn 21, 15-17), y a todos os abrazo y os confío a Jesús, «especialmente a los más necesitados» —como la Virgen nos enseñó a pedir (Aparición, julio de 1917)—. Que ella, madre tierna y solícita con todos los necesitados, les obtenga la bendición del Señor. Que, sobre cada uno de los desheredados e infelices, a los que se les ha robado el presente, de los excluidos y abandonados a los que se les niega el futuro, de los huérfanos y las víctimas de la injusticia a los que no se les permite tener un pasado, descienda la bendición de Dios encarnada en Jesucristo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).

Esta bendición se cumplió plenamente en la Virgen María, puesto que ninguna otra criatura ha visto brillar sobre sí el rostro de Dios como ella, que dio un rostro humano al Hijo del Padre eterno; a quien podemos ahora contemplar en los sucesivos momentos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su vida, como recordamos en el rezo del Rosario. Con Cristo y María, permanezcamos en Dios. En efecto, «si queremos ser cristianos, tenemos que ser marianos, es decir, hay que reconocer la relación esencial, vital y providencial que une a la Virgen con Jesús, y que nos abre el camino que nos lleva a él» (Pablo VI, Homilía en el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria, Cagliari, 24 abril 1970). De este modo, cada vez que recitamos el rosario, en este lugar bendito o en cualquier otro lugar, el Evangelio prosigue su camino en la vida de cada uno, de las familias, de los pueblos y del mundo.

Peregrinos con María… ¿Qué María? ¿Una maestra de vida espiritual, la primera que siguió a Cristo por el «camino estrecho» de la cruz dándonos ejemplo, o más bien una Señora «inalcanzable» y por tanto inimitable? ¿La «Bienaventurada porque ha creído» siempre y en todo momento en la palabra divina (cf. Lc 1, 45), o más bien una «santita», a la que se acude para conseguir gracias baratas? ¿La Virgen María del Evangelio, venerada por la Iglesia orante, o más bien una María retratada por sensibilidades subjetivas, como deteniendo el brazo justiciero de Dios listo para castigar: una María mejor que Cristo, considerado como juez implacable; más misericordiosa que el Cordero que se ha inmolado por nosotros?

Cometemos una gran injusticia contra Dios y su gracia cuando afirmamos en primer lugar que los pecados son castigados por su juicio, sin anteponer —como enseña el Evangelio— que son perdonados por su misericordia. Hay que anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios siempre se realiza a la luz de su misericordia. Por supuesto, la misericordia de Dios no niega la justicia, porque Jesús cargó sobre sí las consecuencias de nuestro pecado junto con su castigo conveniente. Él no negó el pecado, pero pagó por nosotros en la cruz. Y así, por la fe que nos une a la cruz de Cristo, quedamos libres de nuestros pecados; dejemos de lado cualquier clase de miedo y temor, porque eso no es propio de quien se siente amado (cf. 1 Jn 4, 18). «Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. […] Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización» (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 288). Que seamos, con María, signo y sacramento de la misericordia de Dios que siempre perdona, perdona todo.

Llevados de la mano de la Virgen Madre y ante su mirada, podemos cantar con alegría las misericordias del Señor. Podemos decir: Mi alma te canta, oh Señor. La misericordia que tuviste con todos tus santos y con todo tu pueblo fiel la tuviste también conmigo. Oh Señor, por culpa del orgullo de mi corazón, he vivido distraído siguiendo mis ambiciones e intereses, pero sin conseguir ocupar ningún trono. La única manera de ser exaltado es que tu Madre me tome en brazos, me cubra con su manto y me ponga junto a tu corazón. Que así sea.