La audacia de Fátima - Alfa y Omega

Para identificar el núcleo del misterio de Fátima, los obispos españoles han explicado que los grandes acontecimientos de la historia están vinculados, en su raíz más profunda, al movimiento del corazón del hombre: apertura o cerrazón a la llamada de Dios. Esa es la audacia que proclama el santuario levantado para custodiar el lugar de las apariciones que tuvieron lugar hace cien años. De esa apertura depende la suerte de cada momento de la historia.

Todos los Papas han mirado al mundo desde esa perspectiva cuando han acudido allí. Lo hizo Pablo VI cuando ya se presentía el estallido del Mayo del 68 y la Iglesia sufría una gran convulsión interna en el posconcilio. Juan Pablo II llegó por primera vez en 1982, cuando el comunismo se revolvía ante la llegada de un polaco a la Sede de Pedro, y volvería a hacerlo en 1992, tras la caída del Muro de Berlín, y en 2000, para agradecer a María el segundo milenio de la era cristiana. Benedicto XVI acudió en 2010, en plena tormenta por los casos de abusos perpetrados por sacerdotes y cuando el mundo afrontaba una brutal crisis económica cuyos frutos se desvelan ahora.

Francisco ha llegado a Fátima en el tiempo del gran éxodo migratorio, del yihadismo global y de los populismos que rebrotan. Quiere llevar a los pies de la Madre los corazones heridos de los hombres y mujeres de esta época convulsa y desorientada. Quiere hacer llegar a los cuatro puntos cardinales el mensaje del Evangelio, que Fátima condensa con una sencillez que desarma: en Jesús, Dios se ha implicado con cada uno, le importa nuestro destino, nos sigue llamando. Y para hacerlo más fácil, llama a través de la Madre. Sólo la Misericordia impone su límite al mal. Hoy como hace cien años.

José Luis Restán / ABC