Mi amigo Benedicto XVI - Alfa y Omega

Mi amigo Benedicto XVI

El presidente de la República italiana, el histórico comunista Giorgio Napolitano, ha hablado, en una entrevista al diario vaticano, L’Osservatore Romano, de su amistad personal con el Papa. Lo hizo tras asistir al concierto ofrecido a Benedicto XVI por el maestro Daniel Barenboim, en Castel Gandolfo, en el día de san Benito. Fue precisamente el presidente Napolitano quien acercó al Papa y al director de orquesta

L'Osservatore Romano

Benedicto XVI lo acoge y lo saluda con el calor que se debe a un antiguo y querido amigo. El maestro Daniel Barenboim lo indica como «el arquitecto» del acontecimiento vivido el miércoles 11 de julio, al atardecer, en una velada histórica en Castel Gandolfo. Él, el presidente de la República italiana Giorgio Napolitano, se manifiesta complacido por haber logrado que se conocieran más de cerca dos hombres que difunden el mismo mensaje de no violencia y de paz. Uno, el Papa, con su palabra que resuena en todos los rincones de la tierra. El otro, el maestro Barenboim, recorriendo esos mismos caminos al ritmo de una sinfonía de paz interpretada por jóvenes artistas israelíes, palestinos, sirios, libaneses, egipcios, estadounidenses, alemanes, españoles y argentinos. Con su innata cordialidad, con su excepcional disponibilidad al diálogo, que nunca ha faltado tanto ante los grandes temas de la vida como ante los pequeños, el presidente ha aceptado de buen grado hablar de ello con L’Osservatore Romano.

Primero el cardenal Ravasi y luego el maestro Barenboim han revelado un pequeño secreto: que usted fue el inspirador y el arquitecto de una velada que ha ido más allá de su valor artístico y cultural, ya excepcional. ¿Nos quiere explicar por qué quiso con tanto empeño este momento?
Desde hace muchos años conozco y mantengo una relación de admiración y amistad profunda con el maestro Barenboim. También conozco bien su orquesta de jóvenes. Más aún, me alegró mucho donar el premio Dan David, que me habían concedido el 15 de mayo de 2011 en Tel Aviv (una bolsa de un millón de dólares, N. d. R.) a esta orquesta para ayudarla a consolidar y desarrollar su actividad en el mundo. He visto imágenes maravillosas de sus conciertos en el mundo. Me ha impresionado el concierto que tuvieron en Ramallah: es increíble cómo estos muchachos logran hermanar a tantos jóvenes diversos, cómo la música da lo que por desgracia aún hoy los gobiernos y la política no logran dar, es decir, un sentido de paz, de participación, de compartir valores comunes que hablan de solidaridad, de espiritualidad. Valores que realmente podrían facilitar la solución de un añoso y dramático problema como el de la relación entre israelíes y palestinos. Por eso, el Papa debía conocer esta realidad.

¿Cuándo maduró la idea de promover este encuentro?
Hace algún tiempo tuve ocasión de hablarle personalmente de esta orquesta de jóvenes, del mensaje que difunden por el mundo. El Papa mostró inmediatamente que comprendía su importancia y quiso saber algo más. Y luego está el gran regalo. El regalo que él ha hecho a estos jóvenes acogiéndolos en su casa. También para el maestro Barenboim ha sido un gran regalo. Han quedado profundamente impresionados por su gran sensibilidad.

¿De dónde nace su manifiesta sintonía con el Papa Ratzinger?
Han transcurrido seis años desde el inicio de mi mandato. En mayo comenzó el último de los siete previstos. No dudo en confesar que uno de los componentes más hermosos que han caracterizado mi experiencia ha sido precisamente la relación con Benedicto XVI. Hemos descubierto juntos una gran afinidad, hemos vivido un sentimiento de grande y recíproco respeto. Pero hay algo más, algo que ha tocado nuestras cuerdas humanas. Y yo le estoy muy agradecido por esto. Hoy, por ejemplo, hemos pasado juntos un momento caracterizado precisamente por una grande y sencilla humanidad. Hemos paseado juntos, hemos hablado como personas que mantienen una relación de franca amistad, con todo el aprecio que yo siento por él y por su altísimo ministerio, por su altísima misión. En cierta manera, nos sentimos cercanos también porque estamos llamados a gobernar realidades complejas. El Papa, naturalmente, además de ser un jefe de Estado, es también y sobre todo guía de la Iglesia universal. Yo me encuentro en el vértice de las instituciones de la República italiana en un momento realmente muy difícil. Es necesario lograr que en cualquier contexto prevalezcan fuertes motivaciones de serenidad, de paz, de moderación. Y precisamente yo siento mucho esta misión mía de moderación. ¿Y qué decir de la análoga misión de moderación del Pontífice?

Además, los une también precisamente el ideal de paz.
Yo creo, por cierto, que los continuos llamamientos del Papa en favor de la paz son acogidos y compartidos por muchísima gente en todo el mundo. Naturalmente, las exhortaciones a la paz, sobre todo en zonas como Oriente Medio, chocan contra cierta costra de conflictos y contrastes. Como sucede siempre cuando pasan decenios y decenios sin lograr encontrar una solución, hay algo que luego se transforma en una costra muy dura de romper. Cada uno de nosotros hace lo que puede y el Papa puede hacer mucho con su inspiración, con la constancia de su acción. Esto es, al menos, lo que yo deseo.

¿Cómo ve la relación entre Benedicto XVI e Italia?
No olvidaré nunca el mensaje que nos dirigió con ocasión de las celebraciones por el 150° aniversario de la unidad de Italia; lo llevo y lo llevaré siempre conmigo como herencia de mi mandato presidencial. Ciertamente, se podía esperar un mensaje cordial, formal, pero no tan comprometedor como en cambio fueron sus palabras y también su juicio histórico. Y esto demuestra verdaderamente que el Estado y la Iglesia en Italia, como pueblo de la República y pueblo de la Iglesia, están muy profunda e íntimamente unidos.

Mario Ponzi / L’Osservatore Romano