¡Tenemos Madre! Nos enseña a vivir con esperanza y a construir la paz - Alfa y Omega

Agradezco a Nuestro Señor que me haya permitido vivir unas horas en el santuario de Fátima, muy unido a la Virgen María y expresando la comunión con el Papa Francisco, que llegó como peregrino de la paz y de la esperanza. Han sido unas horas muy especiales. En el centenario de las apariciones y en la canonización de los niños Francisco y Jacinta, hemos podido unirnos al Sucesor de Pedro para poner a los pies de la Virgen María «el destino temporal y espiritual de la humanidad». ¡Qué petición tan importante para todos los hombres! Y no se la hacemos a cualquiera. Está dirigida a la Madre de Dios, que en aquel lugar se dirigió a los tres pastorcitos para recordarnos la necesidad que tenemos los hombres de Dios si no queremos que esta humanidad se convierta en un verdadero infierno, donde actuemos todos por nuestros gustos o ideas, eliminando la presencia de quien es y hace para todos los hombres. Que descubramos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

El Papa Francisco se dirigió a la Virgen con extrema claridad, pidiéndole por su intercesión «que el cielo active aquí una auténtica y precisa movilización general contra la indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía». Porque no podemos ser indiferentes a las realidades que tantos hombres y mujeres, en tantas partes de la tierra, están viviendo. Muchos viven sin ser reconocidos como personas con todos sus derechos, en las pobrezas más extremas, mientras otros están recluidos en sus ideologías, supeditando todo a las mismas y no a la defensa del ser humano en los derechos que tiene y han sido otorgados por Dios mismo. Ser imagen y semejanza de Dios hace que pongamos al ser humano en el centro y todo al servicio de él. ¡Qué palabras sobre la Iglesia resonaron en Fátima, dichas por el Papa Francisco! «Descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, pobre de medios y rica de amor».

Cuando estaban leyendo la declaración del Papa que decía así: «Declaramos y definimos santos a los beatos Francisco Marto y Jacinta Marto, y los inscribimos en el catálogo de los santos, estableciendo que en toda la Iglesia, sean devotamente honrados entre los santos», me venía a la memoria lo que hace cien años había sucedido en ellos y su prima Lucía cuando la Virgen les alertó del peligro de una vida sin Dios. El Papa Francisco, hablándonos de María, nos dice que «de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y yo suplico por todos mis hermanos en el bautismo y la humanidad». El mensaje del Fátima es actual, mira al futuro y nos convoca a todos los hombres a mirar qué estamos haciendo en el presente. Esa referencia a «todos mis hermanos en la humanidad» es el recuerdo que hemos de hacer permanentemente: la unicidad de la familia humana con independencia de la religión o raza.

El Papa fue a Fátima como «pastor universal», recordando al Buen Pastor que sale en búsqueda de todas las ovejas, a fin de poner en manos de María el destino de la humanidad, para que Ella nos devuelva a vivir en la esperanza y en la paz. Para nosotros, los cristianos, ambas realidades tienen rostro y nombre: Jesucristo. Por eso también la canonización de Francisco y Jacinta. Las vidas de estos niños, en la humildad y sencillez de su existencia, nos convocan a construir un futuro diferente. Ese futuro que Dios, haciéndose Hombre y siendo un niño, nos regaló a los hombres. En el caso de Francisco y Jacinta, que incluso sufrieron graves amenazas para que confesaran que todo lo que decían de la Virgen María era mentira, «la presencia divina se fue haciendo más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y el deseo permanente de estar junto a “Jesús oculto” en el sagrario» –en palabras del Papa–.

«Mi vida ha cambiado»

¡Tenemos Madre! Sí. Una Madre que nos cuida, como me decía un amigo al que conozco desde que éramos estudiantes. Él nunca creyó; es más, a sus hijos no los educó en la fe, tampoco a sus nietos. He sido su amigo incondicional, ha compartido conmigo todas las grandes decisiones de su vida para saber lo que pensaba. Aprovechando un viaje de trabajo, por simple curiosidad, pasó la víspera de la llegada del Papa por Fátima. Ya estaban los retratos de Francisco y Jacinta, que con 9 y 10 años fallecieron por enfermedad. Me cuenta que miró los retratos y pasó por la capilla de las apariciones. Sucedió algo en su vida que, como él mismo dice, le llevó a sentir en lo más profundo del corazón que «tengo Madre», una Madre que acerca la verdad de la vida. Comprendió que «sin Dios no es posible la esperanza y la paz». «He visto cómo mi vida en unos instantes ha cambiado, conocía a un Dios a quien temía, en Fátima, ya viejo, he conocido y reconocido que Dios es “amor, compasión y misericordia”», reconocía. El Papa Francisco, al decirnos que «¡tenemos Madre!», desea hacer llegar a través de Ella a este Dios que conocieron Francisco y Jacinta:

1. El Amor de Dios es central para la paz: no hay otra arma para mantener viva la familia humana. Son necesarios mediadores de ese amor, que se dan hasta consumirse, sabiendo que el beneficio es la paz, la esperanza, la fraternidad, la búsqueda del bien común. No seamos intermediadores que aceptemos descuentos a todos para obtener algún beneficio. Solo el Amor de Dios hace mediadores.

2. La Compasión de Dios es necesaria: la que manifestó con quienes se encontró en el camino, entre ellos Nicodemo, Zaqueo, la Samaritana, Lázaro, la pecadora pública, o Pedro, que lo negó y a quien preguntó: «¿Me amas?»… Compasión que nos capacita para el diálogo intercultural y religioso y que va más allá del egoísmo civilizado y del miedo que se defiende matando, haciendo caso omiso de las situaciones de los hombres.

3. La Misericordia de Dios nos urge: hay que ayudar a restablecer relaciones justas con Dios, con los demás y con la creación. Unas relaciones que nos lleven siempre a anunciar a todos los hombres la alegría del Evangelio partiendo de las periferias de todo tipo; no se puede creer en un Dios fuente de violencia. Relaciones que nos lleven a ver, en todos los hombres, hijos de Dios que he de amar con el amor mismo de Dios. Y relaciones con la creación, pues cuidar la casa común es esencial y central para nuestra fe.