Un líder evangélico perdona a los asesinos de su hermano - Alfa y Omega

Un líder evangélico perdona a los asesinos de su hermano

Redacción
Guérékoyamé (derecha), con el imán Layama y el cardenal Nzapalainga. Foto: www.livenet.ch

Alindao, a 200 kilómetros de Bangassou, ha sido otra de las localidades centroafricanas golpeadas estos días por la violencia. Entre los casi 40 muertos están el hermano menor y el sobrino de Nicolas Guérékoyamé-Gbangou, presidente de la Alianza Evangélica del país. La semana pasada, dos miembros de un grupo escindido de los seleka acuchillaron al sobrino del líder evangélico y dispararon cuatro veces contra el padre del chico. El motivo pudo ser el compromiso de Guérékoyamé con la paz.

El líder evangélico es el tercer mosquetero del grupo que forman el arzobispo de Bangui, cardenal Dieudonné Nzapalainga, y el imán de la mezquita central del país, Omar Kobine Layama. Desde el comienzo de la guerra en la República Centroafricana, en 2013, los tres líderes religiosos denunciaron que se instrumentalizara la religión para alimentar el conflicto.

Según la antropóloga Berta Mendiguren, que recorrió el país en 2011 y ha participado en el documental Los ojos cerrados de Centroáfrica, el aparente conflicto religioso se debe a que, después de décadas de tensión y golpes militares, «se recurre mucho a la diferenciación entre nosotros y ellos, en función de algún rasgo fácilmente reconocible: la religión, la etnia…».

Para la antropóloga, sin embargo, el factor clave del conflicto fue la ausencia del Estado en todo el país, agravado en el norte —musulmán— porque no había labor social de las iglesias, y por la presencia de grupos paramilitares.

Mendiguren valora muy positivamente la labor de los líderes religiosos, que han recorrido el país fomentando la convivencia, aunque también «hace falta la conversión y el compromiso de todos».

El asesinato de los familiares de Guérékoyamé es solo el último ejemplo del alto precio que han pagado los líderes religiosos por su lucha por la paz. El imán Omar Kobine, por ejemplo, tuvo que refugiarse durante seis meses, junto con su familia, en casa del cardenal Nzapalainga. Monseñor Aguirre ha sufrido dos infartos en los últimos cinco años. También la hija de Guérékoyamé sufrió un problema cardiaco por estrés. En su caso, le causó la muerte.

El Colectivo de Musulmanes Centroafricanos —cuenta su portavoz, Farah Mahamat— ha transmitido sus condolencias a Guérékoyamé. «Es un hombre de Dios. Me ha respondido que perdona a los asesinos y reza por ellos y por la paz».