Monseñor Aguirre, el último obispo defensor civitatis - Alfa y Omega

Desde la antigüedad ha existido la figura del obispo defensor civitatis. Cuando la autoridad pública era ya incapaz de proteger a la población que le había sido confiada, el obispo asumía su defensa con las únicas armas de la palabra y el testimonio. Ejemplos tenemos hasta nuestros días. La novedad del caso de Bangassou, en la República Centroafricana, es que el obispo Juan José Aguirre ha protegido no solo a los que eran su porción más inmediata, los cristianos, sino que ha arriesgado la vida para impedir que fuesen masacrados numerosos musulmanes de la ciudad, amenazados por la sed de venganza de un grupo guerrillero.

No todos los miembros de su comunidad lo han entendido, pero esta dramática situación le ha permitido emprender su catequesis más profunda. Porque seguramente nunca es más completo el testimonio de Cristo que cuando se realiza su mismo gesto de entrega gratuita para salvar a quien, a primera vista, podemos considerar un extraño; a veces, incluso, un enemigo. «Son nuestros hermanos de sangre», ha dicho monseñor Aguirre refiriéndose a los vecinos musulmanes, respecto a los que no pocos cristianos alimentan comprensibles recelos por historias no demasiado lejanas. Aguirre las conoce muy bien, pero «son nuestros hermanos de sangre» y su vida es preciosa a los ojos de Cristo, que vino para salvar al mundo.

Mientras arreciaba la tormenta el obispo abrió su casa, su catedral y la que llama «la joya de nuestros proyectos», el seminario menor, para que 2.000 musulmanes estuviesen a resguardo. Con él han estado sus curas y monjas, ofreciendo un hermoso testimonio de comunión que no puede dejar de suscitar preguntas en todos, los propios y los ajenos. En eso consiste también la misión.

El desgaste de estos días ha sido enorme. Ciertamente el justo vive de la fe, porque sin ella se sentiría desesperado ante una malicia tan estúpida. «Es el Espíritu Santo el que nos sostiene», y cuando lo escuchas entiendes que no hay una milésima de literatura en esa sencilla confesión. Mientras tanto Aguirre pide gasóleo y aspira a que llegue un contingente de cascos azules que sepa hacer bien su trabajo, porque el testigo de la fe es un hombre realista que no pierde de vista los detalles concretos. Entre tanto, consuela y reprende, reparte comida y entierra a los muertos.

Jesús sigue caminando en la tierra.