Santos - Alfa y Omega

Santos

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Santo Domingo Savio y san Juan Bosco llegan a la cabecera de un moribundo

Dijo Juan Pablo II: El hombre, cuando ama, es presencia de Dios para su prójimo. Así fue la presencia de don Bosco para sus chicos. Presencia, voz, corazón, manos de Dios.

Santo joven, que gustaba y gusta a los jóvenes.

Santo fuera de la regla, del sistema, según declaración de san José Cafasso, su confesor: Si no estuviera seguro de que trabaja por el reino de Dios, diría que es un hombre peligroso.

La santidad de los chicos de don Bosco, en Turín, fue sutil, escondida, encarnada en los quehaceres de cada día, en la vivacidad del juego y de la alegría, encabezada por santo Domingo Savio y estirada en Miguel Magone, Francisco Besucco, compatible más tarde en los bachilleratos de Valsalice, con Santiago Maffei, Jorge de Miceli, Ferruccio Terinelli, Guido Basso y Renato Sclarandi.

Desde Savio, cada uno ha sido el fruto del remanso que emana ondas crecientes, el centro del eje de la rueda, el ojo inmóvil del huracán: una especie de amor propio, vaciado en Jesucristo; un aspecto perfeccionado del instinto de conservación. Y ese instinto de conservación es el primer mandato de la misma vida.

Desde Savio hasta hoy, aquellos jóvenes fueron el terreno, el lugar de santidad de don Bosco y de los salesianos. Jóvenes que son la necesidad urgente de hoy, la clave de la esperanza del futuro.

José Carlos Sobejano

Comunicación y Antiguos Alumnos

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