Tanto amó Dios al mundo - Alfa y Omega

Tanto amó Dios al mundo

Domingo de la Santísima Trinidad

Daniel A. Escobar Portillo
Niños posan junto al Cristo crucificado al finalizar el vía crucis en Abiyán (Costa de Marfil). Foto: AFP Photo/Sia Kambou

En esta solemnidad la liturgia nos anima a alabar a Dios por sus obras en favor nuestro y, ante todo, por cómo es Él. Se nos invita a contemplar lo más íntimo de Dios, que es la unidad en la trinidad, máxima comunión de vida y de amor.

El acceso a Dios a través de su Palabra y de su obra

Lo primero que viene a la cabeza a muchos cuando llega el momento de pensar en la Trinidad es que estamos ante una realidad que parece fundamental en la fe cristiana, pero que, al mismo tiempo, es uno de los elementos más complicados de comprender racionalmente. Sin embargo, un acercamiento a lo que la Palabra de Dios nos presenta hoy puede resultar iluminador, no solo para saber algo sobre Dios, sino también para comprender con mayor hondura al hombre, creado a imagen y semejanza de ese Dios trino.

Toda la Sagrada Escritura nos habla de Dios. Él mismo se nos revela a través de su Palabra y se manifiesta como creador del universo y salvador de los hombres. En la primera lectura de hoy, tomada del libro del Éxodo, escuchamos algo fundamental acerca de la esencia de Dios. En ese pasaje ocurre algo excepcional: Dios pronuncia su propio nombre en presencia de Moisés: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34, 6). A través de estas palabras descubrimos que el nombre de Dios es compasión, misericordia, clemencia y lealtad.

Pero para comprender a Dios es oportuno acudir también a su modo de obrar en la historia. Dice el primer versículo del Evangelio que «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna». La primera afirmación es, por lo tanto, referente al inmenso amor de Dios con el hombre. El mismo san Juan se refiere a Dios como Amor (1Jn 4, 8). Sabemos que, para que exista el amor, ha de haber una relación con alguien. Y para que exista esa relación, ha de haber una apertura. Por consiguiente, si Dios ama con tanta fuerza, su búsqueda por el hombre y su apertura hacia él es máxima. Así nos lo revela la historia de la salvación. Frente a la imagen de un Dios tremendamente distante con el hombre, encerrado en sí mismo y autosuficiente, la Escritura pone ante nosotros a un Dios que es ante todo vida que tiende a comunicarse y busca constantemente establecer el máximo vínculo con el hombre, sin menoscabar por ello su naturaleza divina. Así lo muestran las palabras como compasivo, misericordioso o rico en clemencia, del libro del Éxodo. El que da el amor no pierde nada, sino todo lo contrario. Y Dios ha mostrado su amor en modo máximo entregando a su Hijo único para que nosotros tengamos vida eterna. En esta entrega de Dios por medio de su Hijo interviene toda la Trinidad: el Padre, que nos da lo que más ama; el Hijo, que se abaja entregándose por nosotros; el Espíritu Santo, que es precisamente el vínculo firme y duradero de amor entre el Padre y el Hijo, y que se nos da en plenitud.

Conocer a Dios y al hombre

Ciertamente, estamos ante imágenes y conceptos de una gran belleza. Sin embargo, llegados a este punto, corremos el riesgo de pensar que estos razonamientos, pensados y elaborados a lo largo de siglos en la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, poco tienen que ver con nuestras situaciones y problemas reales cotidianos. Sin embargo, acceder algo al conocimiento de Dios implica desvelar también el misterio del hombre. Así pues, si afirmamos que Dios es unidad en relación, la persona humana, creada a su imagen y semejanza, es un espejo de esa manera de ser. Esto quiere decir que estamos llamados a entrar en relación con otras personas y a amar a los demás. Y en concreto a vivir la misericordia, la clemencia y la lealtad. Asimismo, observamos que si Jesús es Hijo, en constante relación con el Padre, también nosotros necesitamos tener al Dios Padre como referencia y orientación última de nuestro ser y actuar. La comprensión cristiana de Dios uno y trino tiene consecuencias igualmente para la dimensión social del hombre. Frente al individualismo y la autosuficiencia, el saber que Dios es relación y que ha inscrito en nosotros un deseo de apertura hacia los demás nos permite entender que solo viviremos en plenitud si permanecemos en comunión con los demás.

Evangelio / Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.