Álvaro, de macarra a sacerdote - Alfa y Omega

Acabamos de celebrar la Pascua del Espíritu, Pentecostés. A los hombres que desearon desde siempre gozar de la fuerza y el poder de los dioses e, incluso, intentaron robarlo a sabiendas de que cualquier error supondría un terrible castigo… a esos hombres, como tú y como yo, que desearon salir de la estrecha condición humana y quisieron ser hijos de Dios, se nos ha concedido lo que anhelábamos. Sin robo alguno, sin mérito, se nos ha concedido el Fuego de Dios, el Espíritu.

Cuando llegan a nosotras las noticias de violencia, de terrorismo, que surcan nuestro mundo, comprendemos que la vida se debate en esos dos fuegos: el de la destrucción y el de la vida nueva. Seguimos persiguiendo robar el fuego sagrado, tener en nuestras manos la vida de los otros, imponer nuestros criterios, jugar a ser dioses y señores en un juego mortal que puede llegar a términos increíbles. Pero la historia cristiana es totalmente otra. Jesús nos ha dado su Espíritu de comunión y de vida, de paz, de gozo y de alegría. El Fuego de Dios no tiene nada que ver con el fuego de la violencia y de la agresividad.

Esa es la experiencia de Álvaro. Hoy es sacerdote, aunque hasta casi ayer mismo era un macarra que iba dando golpes a diestro y siniestro y, por supuesto, contra sí mismo. Un día se encontró con un cura que le mostró confianza y amistad y ese amor vivo, real y concreto se impuso en esta vida joven hasta cambiar su destino. El Fuego del Espíritu cambia. Estar cerca de este Fuego transforma. Fuera de este Fuego, la vida corre peligro de muerte.

Vivir Pentecostés es saberse visitado por el Fuego de Dios, por el Espíritu, llegado a nosotros por múltiples vías, y reconocer hasta acogerlo plenamente que esa visita nos ha dejado un sello imborrable y transformador. No somos los mismos. No hubo necesidad alguna de robárselo a los dioses. Dios en persona nos lo ha entregado porque nos ama inmensamente y quiere que vivamos en ese amor. Solo Él disipa toda violencia, agresividad y fundamentalismo, porque el amor no es una idea, menos una ideología. Es una persona.