No tengáis miedo a los que matan el cuerpo - Alfa y Omega

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo

XII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: AFP Photo/A. Majeed

Desde los comienzos del cristianismo estas palabras han sido fuente de confianza de tantos y tantos fieles que han afrontado con gran valor y fidelidad las dificultades a las que han tenido que enfrentarse a lo largo de su vida. El modelo de tal valentía lo representan los mártires. Basta con acceder a los testimonios de los últimos momentos de vida de muchos de ellos para comprender la fuerza que las palabras del Evangelio de hoy han ejercido en ellos: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma».

Una tarea no siempre sencilla

La liturgia anticipa el relato del Evangelio con la lectura del libro de Jeremías. El profeta es blanco de las iras de sus enemigos. Ante esa situación, Jeremías está convencido de que «el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes». El Señor sabe que la misión es difícil y el anuncio de quien va en su nombre no está exento, a menudo, de graves dificultades. Muchas veces se trata de indiferencia por parte de los oyentes, pero, especialmente cuando se trata de presentar a las claras la verdad del Evangelio, no es extraño que la incomodidad se convierta en maledicencia y esta se transforme en abierta persecución.

Sin llegar necesariamente al martirio, todos sufrimos en mayor o menor medida momentos de dificultad, debidos a nuestra condición creyente. A veces los problemas proceden de nosotros mismos. No siempre nos encontramos con la misma energía y preparación para responder a cuanto Dios nos pide. La pereza o la debilidad de nuestras convicciones pueden influir en cierta medida en nuestra vida de fe. Por otra parte, es casi ya un tópico afirmar que la sociedad actual poco ayuda a ser fieles al camino que Dios tiene para nosotros. Pero, precisamente por eso, Jesús nos puso al tanto de las implicaciones del seguimiento a su persona. Si el Maestro sufría persecución, los discípulos habían de correr la misma suerte. Se identifica, de hecho, la condición de discípulo con la de perseguido.

Un itinerario de fidelidad

El pasaje de este domingo insiste en otra faceta imprescindible para la vida de fe: la fidelidad. La clave del seguimiento a Jesucristo se halla en la perseverancia ante las adversidades que nos encontramos a lo largo de la vida. El mejor ejemplo lo tenemos en el mismo Señor, objeto de contradicciones, que acabó en la cruz. Las pruebas de la vida no nos deben desalentar. En primer lugar, debemos ser comprensivos con nosotros mismos: la condición humana está sujeta a la debilidad, como hemos señalado, lo cual resta ímpetu a la hora de colaborar en la misión de evangelización. En segundo lugar, hemos de ser conscientes de que la Iglesia promueve un mensaje que no siempre se adapta a los intereses y valores apreciados por el mundo. Así pues, no hemos de escondernos ante el anuncio de Cristo. Con frecuencia la vida del cristiano no será aparente. Sin embargo, el trabajo oculto con los pequeños y quienes necesitan una palabra de aliento, cuando se realiza cumpliendo el mandato misionero del Señor, goza del mismo Cristo como valedor ante el Padre.

Así pues, el verdadero freno a que la misión evangelizadora se realice con fluidez no son las dificultades internas o externas que pueden presentarse en nuestro camino, sino la cobardía y la infidelidad. Ante esas tentaciones, el itinerario es alimentar nuestra fe de un modo más fuerte a través de la vida de la Iglesia, con todo lo que ello implica. La escucha asidua de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y la puesta en práctica de la caridad fraterna son algunos de los medios que contribuyen a ser fieles y valientes en el día a día.

Evangelio / Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».