El perdón ante la muerte - Alfa y Omega

Visito una sala en el tanatorio. Una mujer sola vela al difunto, un varón de 52 años. Le sugiero: «Quería rezar una despedida, pero quizás espera a más familiares». Me responde que es una cuñada, que los hijos están en el bar y no sabe si tienen interés en esa despedida. Le propongo que intente contactarlos y yo vuelvo en 20 minutos.

Cuando regreso están presentes tres hijos. Intuyo que las circunstancias de la muerte han sido especiales y con alguna situación violenta por medio. Reitero mi oferta y, aunque el ambiente no es muy propicio, ellos aceptan y, con delicadeza, les invito a despedirse de su padre, con el que, sin duda, han compartido momentos gozosos y también dolorosos. Hago referencia a Dios, que «cierra los ojos a los pecados del hombre para que se arrepienta. Lo perdona todo porque es amigo de la vida y su aliento está en todos nosotros».

Recuerdo a Jesucristo, que insistía a su amigo Pedro: «No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete». Incluso para los que le estaban clavando en la cruz, invocaba: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». «Vuestro padre, sin duda, tenía buen corazón, pero no acertó en la vida; sufrió mucho y os ha causado muchos contratiempos a vosotros».

Ellos se fueron emocionando y la hija terminó hecha un mar de lágrimas. Lo llamativo es que, después, acudieron a la Misa en el oratorio. Estuvieron respetuosos y atentos. Les hablé de que ese momento de la Eucaristía suponía para ellos un momento de paraíso, de comunión con Dios, de reencuentro con el que se fue. «Agradecedle sus desvelos y los buenos momentos vividos junto a él. Concededle el perdón, perdonaos vuestras equivocaciones, no os hagáis más reproches, confiad en Dios y quedaos en paz».

En labios del padre, puse esta súplica: «Hazme otra vez alfarero; recréame con tus dedos, aliéntame con tu aliento, pon en mi carne tu fuego. Mete tu mano en mi entraña, forma mi cuenco frágil, pequeño, donde solamente quepa un corazón bueno». Al final de la Misa se fueron emocionados, pacificados y agradecidos.