Hace falta mucho más que un ¡basta ya! - Alfa y Omega

Hace falta mucho más que un ¡basta ya!

España entera ha sido en los últimos días un grito, una inmensa manifestación pública. En medio del dolor y la rabia contenida se han dicho cosas maravillosas, pero también otras terribles. Es hora de hacer un análisis sereno, y de preguntar: Y ahora, ¿qué?

José Antonio Ullate Fabo

Yo participé activamente en varias de las demostraciones populares que se convocaron el sábado y el domingo de la muerte de Miguel Ángel Blanco, y grité lo mismo que todos los que estábamos allí. Es todo lo comprensible que se quiera. La rabia contenida tiene que expresarse de alguna manera. Es casi un fenómeno de Física. A pesar del maniqueísmo de algunos lemas (Porque somos infinitamente mejores que ellos, leyó Victoria Prego a la millonaria manifestación de Madrid), probablemente encontrásemos en esas concentraciones la porción más viva de una España que no encuentra otras formas más constructivas, eficaces y responsables, de dar pasos hacia adelante.

Todos coreábamos las consignas que, espontáneamente, se gritaban. Sin embargo, pese a la liberación física que la descarga de adrenalina supone, había algo raro, más aún, falaz (se me permitirá hablar así, porque yo era una de aquellas voces). Mostrarse indignado, decir ¡ya basta!, y vo-cear a gritos puede expresar tanto la rabia y el rencor, como, en estos momentos, el deseo de vivir, de amar y de justicia. Pero, ¿no se tratará, quizás, de un desahogo momentáneo? ¿Es correcto, no ya sincero, utilizar así la persona de un asesinado?: Yo también soy Miguel Ángel; ETA, aquí tienes mi nuca. En esos momentos yo no podía no sentir vergüenza. Pero, ¿había alguien que se preguntase a qué servían tales gritos? Al entonces agonizante concejal, no. A veces, al lado de las muestras de solidaridad, daba la sensación, lo mismo ante ciertos exabruptos de la multitud que ante las moderadas declaraciones tópicas de los políticos, de estar presenciando el ritual de exorcismo de un mal que no se tolera, pero en cuyas raíces no se quiere penetrar: hay que expelerlo, aunque sea con conjuros sobre los que no se reflexiona, pero que momentáneamente arrojan una cortina de oscuridad sobre una cruda realidad que exige silencio, reflexión, y un riguroso examen de conciencia.

El enemigo del pueblo (¿un problema vasco?)

Lo primero que se busca es un enemigo del pueblo, y lo encontramos fácilmente en la brutalidad terrorista. ETA asesina; ¿Dónde están? No se ven lo votantes de HB; No son vascos, son asesinos; HB fuera de Navarra; Que se vayan… Hay que localizar el objeto de las iras populares. Algunas consignas son descriptivas (asesinos); otras, son directamente falsas (¿es que cuando un vasco asesina deja de ser vasco?); otras, inconscientes (preguntar ¿dónde están los votantes de HB?, cuando lo último que se desearía es verles asomarse…). Lo importante es tener un enemigo del pueblo. La mentira siempre lleva ropajes prestados de la verdad, y así se cuela. Todas estas frases parecen verdaderas, pero sólo lo parecen. Porque el propósito que tienen no es, en primer lugar, el de conducirnos a la verdad, a ser mejores o a hacer justicia, sino a separar nítidamente los campos: a este lado el pueblo inocente, más allá, los malos. ¡Qué bien! Lejos de nosotros la funesta manía de pensar.

Hay un hombre injustamente muerto y una familia lacerada, pero, más aún (digámoslo claro), hay una sociedad enferma. Y, sin embargo, lo que nos urge es evacuar nuestra rabia…

Entre la mayoría de los españoles existe la propensión de considerar a ETA un cáncer, una lacra que nos afecta a todos… pero también se piensa que es culpa de los vascos. Balones fuera. Aparte de razones históricas que nos implican a todos, hay una razón más profunda que nos acomuna a todos los españoles: La forma de pensamiento, de comportamiento, de concepción de la vida y de la realidad que ha generado el fenómeno del terrorismo no se acaba de inventar en Lasarte ni en Mondragón. La hemos generado entre todos y, por mucho y sinceramente que gritemos, no podemos echar de nosotros, con conjuros inútiles, los efectos no deseados de la sociedad que apuntalamos. No es un problema vasco y de Navarra; es un problema de todos los españoles. No sólo por sufrir sus efectos, sino por alimentar en alguna medida sus causas.

Lo siento. Quizás yo también, apelando a la razón (aunque me equivoque), me convierta en un enemigo del Pueblo. Pero, como dijo el nada sospechoso de reaccionarismo Pasolini, mejor ser un enemigo del Pueblo que un enemigo de la verdad.

Lo que hoy no es

El mismo día en que ETA ejecutó su sentencia de muerte en Miguel Ángel Blanco, y pocas horas antes, se celebró la multitudinaria manifiestación de Bilbao, en solidaridad con él.

Ante el medio millón de congregados, la hermana del secuestrado leyó un comunicado. En uno de los párrafos recordó al Gobierno y a las personas que retienen a mi hermano que todo en esta vida se puede solucionar con buena voluntad, con acercamiento de posturas, con flexibilidad en los razonamientos. Luego no consuela encontrarte con comunicados y proclamas que llegan tarde. Porque las ideas también evolucionan y porque lo que hoy no es, mañana puede ser.

No se puede más que compartir el sufrimiento de esta mujer. Lo que no puedo es compartir el mensaje. La base sobre la que se construye nuestra convivencia social es precisamente aquella que María del Mar Blanco invoca: la «buena voluntad». Pero, ¿qué se entiende por buena voluntad? Hasta los más malvados creen que su voluntad es buena. Si se niega toda referencia a la verdad, ¿quién determina qué es lo bueno y qué es lo malo?

Decía ya nuestra Constitución Pepa, la de 1812, que los españoles serán justos y benéficos. Mejor buena voluntad -que acabó en sangrientas guerras internas- no se puede pedir. Si ingenuidad no fuera una palabra elogiosa, sería la adecuada. Cuando un joven se enrola en las filas de ETA lo podrá hacer ofuscado y es, sin duda, un funesto error. Lo que no me creo es que no tenga buena voluntad. La suya, claro, pero es que la buena voluntad que está en la base de nuestra cultura dominante es, por definición, subjetiva. Incluso cuando nos enzarzamos en una enojosa discusión, no podemos pensar que el otro no tiene buena voluntad.

Los católicos (con perdón) sabemos cómo se llama este trágico y curioso fenómeno: pecado original. Digo con perdón porque parece que la política de buena voluntad consista en que nadie apele a la verdad y que deponga todo lo que no sea una opinión, sin pretensión de verdad.

Lo decía san Pablo, pero también un pagano como Ovidio, dando testimonio de la misma realidad: Veo lo mejor y lo deseo; sin embargo, hago lo peor. No es agradable, pero es verdad. Y no contar con la verdad puede ser más o menos agradable, pero es de consecuencias trágicas.

Tú verdad, mi verdad…

Hemos decidido (¿?) que el ideal de nuestra sociedad es un total privatismo de los individuos, es decir, la renuncia a que la verdad tenga un papel social. La verdad divide, así que cada uno tenga la suya y persiga su particular proyecto vital como quiera, siempre que no impida el de los demás…

La sociedad se convierte en pura forma externa, porque, siendo tantos, necesitamos cierto soporte común para la particular prosecución de los proyectos particulares. A eso se reduce la sociedad, a agencias que nos permitan seguir siendo particulares.

Así las cosas, ¿cómo no considerar hijos de este mismo planteamiento a aquellos exaltados cuyo proyecto particular consiste en imponernos a todos la dictadura de su verdad y su voluntad? Se saltan a la torera el respeto a los demás proyectos, el respeto a la persona, a todo. ¿Pero no les hemos dado nosotros el hierro con el que nos amenazan?

Para poder enjuiciar y condenar a quienes nos atacan haría falta apelar a la verdad, pero como, suicidamente, hemos prescindido de ella, tenemos que reincidir en los fundamentos de nuestra sociedad, los mismos que les han «legitimado» en su barbarie: la buena voluntad (en su caso, evidentemente equivocada y fanática). Ésa es la tragedia.

Lo único en virtud de lo que podemos defendernos es la verdad: que ningún hombre es dueño de la vida de otro, pero también que todos somos responsables de la vida de los demás, de la felicidad de los demás… Pero la verdad la hemos confinado a los límites de la conciencia particular: tu verdad, mi verdad… Entonces, lo único que nos queda frente a la barbarie es el exabrupto intenso. Y efímero.

La asistencia multitudinaria del pueblo español, el lunes siguiente al asesinato de Miguel Ángel Blanco, a las concentraciones convocadas en toda España es un signo expresivo de una innegable vitalidad. Pero parece que lo único que es capaz de congregarnos a todos es la rabia: la reacción común ante un daño común, pero siempre en virtud de consignas emocionales y efímeras.

Un pueblo débil

Somos incapaces de una actividad común, de una búsqueda común, capaz de integrar en su desarrollo todo lo bueno, propio y de los otros. La muestra de la vitalidad de un pueblo es la realización de empresas comunes, no sólo la reacción contra atentados externos.

Es una paradoja, pero para poder integrar lo diverso hace falta un punto comúnmente aceptado: que existe la verdad y que vale la pena buscarla, cada uno desde la posición en la que se halle. Y estar dispuesto a participarla a los demás.

Por ceñirme a la estirpe a la que pertenezco, es fundamental para la sociedad que los católicos aportemos sin disimulo la verdad que nos ha sido dado conocer. No es posible que, ante un acto de violencia, que todos sabíamos era muy probable que acabara mal, los personajes públicos católicos no invitaran con claridad a la gente a rezar por la salvación de Miguel Ángel Blanco. ¿Es que diez minutos de reflexión y solidario silencio, o un aplauso atronador, van a ser más eficaces? ¿Qué preferimos, quedarnos sin más en el consenso de la protesta, o echar una mano a un hombre en serios apuros? No es posible que para aportar algo a la sociedad haya que dejar al margen lo único que nos da identidad y certidumbre. Es hora de darse cuenta que los que dicen que la Verdad ha sembrado la historia de cadáveres, mienten. Con todas las imperfecciones y delitos que han acompañado a los cristianos a lo largo de la Historia, la Iglesia ha generado siempre vida realmente humana, también para los no cristianos. Sin embargo, somos sospechosamente benévolos con los frutos de la Ilustración y de Rousseau. El sueño de la razón engendra monstruos.

Quizá todavía no ha llegado el momento de una amplia revisión de los fundamentos teóricos de nuestra civilización, pero, para quien quiera reconocerlos, los tormentosos efectos de un planteamiento exclusivamente formal de la democracia están a la vista.

No es un problema sólo político, es de todo el hombre, por lo tanto no bastan recetas políticas. Pero es necesario que, desde todas las tradiciones culturales presentes en España, no pretendamos aplicar nuestra receta política, sino reconstruir una vida verdadera.

Espero que todos los españoles, sin distinción de credos ni ideologías, inicien una reflexión sobre el consenso social, para caminar hacia un nuevo pacto social en el que cuente la verdad, no sólo la pluralidad.

Y, más concretamente, deseo que los católicos españoles no hagan cálculos de lo que es políticamente correcto; que nos pongamos ante Aquel en quien creemos: Jesucristo, el salvador del hombre, dispuestos a testimoniar (con todo el respeto pero con toda la firmeza) lo único que de verdad tenemos y de verdad puede aportar humanización al mundo.

Monseñor Blázquez: «Dios puede iluminar el corazón de los asesinos»

Querida familia de Miguel Ángel: Hace muchos años vinísteis desde Orense hasta aquí. En Ermua habéis encontrado trabajo, hogar y amigos. Habéis sentido particularmente estos días el apoyo de esta noble villa. Aquí prosigue la vida; y aquí permanece en el corazón de todos la memoria de vuestro hijo.

El terrorismo ha mostrado su rostro despiadado de crueldad y de horror. No ha sido escuchado el clamor que en toda España ha levantado la conciencia moral, impresa por Dios, que manda respetar el derecho inalienable del hombre a la vida y a la libertad.

La respuesta digna de personas, que quieren sintonizar la inteligencia, el corazón y la actuación responsable, no debe ser la venganza ni el miedo, sino la serenidad y la esperanza. Si en las últimas horas hemos mezclado la oración con las lágrimas, que nos sostenga la esperanza en la promesa del Señor.

No ha sido inútil el clamor de todos, si algunos han empezado a despertar de su confusión y engaño, y si en la sociedad se han afianzado más las actitudes morales, que sólo en Dios hallan su cimiento inconmovible. Dios fortalece nuestro ánimo para no ceder al temor que hace siempre esclavos. Nos ha alentado saber que personas, atrapadas en el mundo de la violencia, ante el horror de la muerte de Miguel Ángel han sacudido su conciencia y han empezado a reaccionar en el sentido del respeto a las personas y del legítimo amor a su pueblo. Dios, que ha creado cada corazón y tiene acceso a él, puede iluminar el corazón de los asesinos y orientarlos a la convivencia justa y democrática, libre y pacífica.

+ Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao (En la homilía del funeral)

Moseñor Rouco: «Sin Dios no se puede vencer el terror»

Durante las 24 horas del suplicio de Miguel Ángel Garrido, monseñor Rouco encabezó las diversas iniciativas de la Iglesia en Madrid para rezar por el secuestrado, a la vez que alentó a todos los madrileños a la firmeza y la serenidad en la protesta, pero, sobre todo, a la oración. En el templo eucarístico de San Martín, y organizado por Rosario Vivo y por la Adoración Nocturna Femenina Española, se rezó el rosario y se celebró una misa, en cuya homilía el arzobispo de Madrid dijo:

No sólo el secuestro y el asesinato son hechos irracionales. Es mucho peor, es fruto del odio, del mal, del pecado de quienes se enfrentan a Dios, de quienes se oponen no sólo a la verdad de la lógica, sino a la verdad de Dios. Sólo con el bien, acogido por la gracia de Dios, se puede vencer al mal. Fuera de la verdad de Dios no se puede vencer al mal y al terror. ¡Señor! que veamos dónde están las raíces de este mal que se convierte en odio y en muerte!

Dios es la raíz de todo bien, y la ausencia de Dios la raíz de todo mal, por eso urge la oración y la conversión. Cuando el hombre inicia el camino de la oración se salva. Los terroristas no rezan. Si se hubiesen parado un momento a rezar habrían liberado a Miguel Ángel. Por eso nosotros si debemos rezar. El que es bueno es sabio. El que alberga la maldad, sobre todo esta maldad, no sabe, se engaña. El hombre sin Dios no sabe lo que es el ser humano, y se convierte en lobo para el hombre.

+ Antonio Mª Rouco Varela
(De la homilía en la Eucaristía por Miguel Ángel Blanco)

¿El fin de la violencia?

Cuando, en 1944, los norteamericanos entraron en el campo de concentración de Buchenwald, encontraron decenas de esqueletos vivientes, martirizados hasta extremos inhumanos por el terror nazi. Su reacción fue instantánea: los soldados, horrorizados, ejecutaron allí mismo a los verdugos de las SS, sin juicio siquiera. El mundo entero, aulló pidiendo venganza. Y rodaron cabezas, aunque para ello hubiese que violar el derecho internacional en los tribunales de Nuremberg.

¿Supuso aquello el final de la violencia? No, al contrario. En este final de nuestro sangriento siglo XX, seguimos hartándonos de ver macabras repeticiones de aquella experiencia. Los nazis cargaron con sus culpas (y se lo ganaron a pulso, por supuesto), pero siguen surgiendo brotes violentos de las mismas características por todas partes. No sólo ETA; también en nombre de la libertad y la democracia.

Hay un pasaje del evangelio tremendamente esclarecedor. Tras recriminar Jesús a los fariseos: ¡Hipócritas! Sabéis apreciar el aspecto de la tierra y el cielo, ¿y cómo no comprendéis el tiempo presente? ¿Por qué no juzgáis vosotros mismos con justicia?, algunos le preguntaron el por qué de la violencia; concretamente, por unos galileos que fueron asesinados y su sangre mezclada con los sacrificios a los ídolos (lo peor que podía hacérsele a un hebreo). Y Jesús les contesta: ¿Pensáis que esos galileos eran los más pecadores de todos los galileos porque sufrieron eso? Os digo que no. Pereceréis todos igualmente si no os arrepentís. Jesucristo, que conoce bien la naturaleza humana, llega realmente al fondo del problema: si el hombre no se vuelve a Dios, no podrá nunca erradicar la violencia de en medio de sí. Porque, no nos engañemos: los etarras no vienen de Marte, sino de nuestro pueblo, de nuestra parentela. La violencia engendra violencia, no surge sola y de la nada, se llame ETA, skin-heads, sectas satánicas o mafias chinas. Si la muerte de Miguel Ángel no sirve para mostrar a nuestra sociedad su propia perdición, sintiéndolo mucho, no habrá servido de nada.

Inma Álvarez

Otra vez una mujer

El pasado viernes, en pleno secuestro de Miguel Ángel Blanco Garrido, servidora txikiteaba con los de HB en la Herriko Taberna de Ermua. Un chaval enorme, moreno y hermoso, me espetaba con cierta violencia: Yo soy vasco. Y somos los vascos los únicos que podemos decidir sobre nuestro destino.

Perfecto. Lo respeto -contestaba yo-. Pero yo soy española y me siento en casa en esta tierra. Pensamos diferente, ¿y por eso me vas a matar?

Y el tío se enfadaba, y repetía que le parecía un insulto que yo lo llamase español, cuando lo único que me estaba atreviendo a apuntar es la existencia de una respetable pluralidad.

Empezamos este siglo triste emparedados entre el nazismo y el comunismo, y lo terminamos entregados a los nacionalismos y los fundamentalismos feroces. Espejismos nacidos de deseos justos, pero con salida directa a los campos de concentración.

Desde Hegel, Europa navega en brazos de ideas distintas, pero cautivadoramente coherentes todas. Tan coherentes que no dejan espacio a quien piense diferente. La versión nacional de estas ideas absolutistas se llama ETA/HB.

Y quien participa de esta droga es capaz de matar como un conejo a un hombre de 29 años, convencido de la valentía y de la justicia de sus actos.

¿Qué nos queda ante esta amenaza? La libertad. La libertad frente a las ideologías. El hombre frente a la masa. El manifestante frente al organizador de homenajes incensatorios. La libertad de adherirnos a lo que creemos justo desde lo más profundo de nosotros mismos. De abrazarnos a algo de lo que hoy da vergüenza hablar cuando se quiere ser políticamente correcto: el bien.

De todo eso nos ha dado una lección magistral Consuelo Garrido, la madre del concejal asesinado en Ermua. Una mujer de fe que ha afirmado: Cualquiera puede entender el dolor tan grande que tengo, estoy rota. Pero si la muerte de mi hijo ha valido para que Euskadi y España y el mundo entero se puedan unir y se entiendan, y se arregle y se termine todo, bienvenida sea la muerte de mi hijo. Lo digo con dolor de madre.

¡Gracias, señora! Hemos rezado y hemos gritado por su hijo hasta que las gargantas nos jadearon de rabia. Sabemos que nuestra pena no se acerca a la suya ni en lo más remoto. Y, sin embargo, la lección nos la ha dado usted. Usted ha hecho el milagro de convertir un asesinato en un gesto de amor. Y eso sólo lo hacen los santos.

Cristina López Schlichting