Adiós a don Ángel - Alfa y Omega

Adiós a don Ángel

Después de una intensa vida sacerdotal y, una vez ordenado obispo, ejerciendo el ministerio episcopal al frente de las diócesis de Almería, Málaga, Santiago de Compostela y Madrid, el cardenal don Ángel Suquía tuvo también un destacado papel al frente de la Conferencia Episcopal Española. Así se expresaba, al alcanzar la jubilación en su actividad pastoral: «Quiero vivir mi sacerdocio y mi episcopado hasta mi última respiración»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Tercero de 16 hermanos, Ángel Suquía Goicoechea nació en un caserío de Zaldibia (Guipúzcoa), el 2 de octubre de 1916. Afectuoso y familiar, decía acerca de sus padres, José Ignacio y Justa: «Uno de los más grandes tesoros que tenemos son nuestros padres; nuestro padre y nuestra madre. Recibí de ellos la experiencia de la oración, la amistad de Dios a lo largo de todo el día. He visto en mis padres lo que es ser bueno con todos, misericordioso con quienes nos necesitan».

De su primera infancia, el cardenal Suquía recordaba: «De pequeño era un gran aficionado al ciclismo, porque tenía que ir al colegio en bicicleta. Me gustaba el fútbol y el boxeo, y también me gustaba mucho la poesía». Entró en el Seminario a los doce años, y tuvo que interrumpir sus estudios, con motivo del estallido de la Guerra Civil: «Como era seminarista, no me enviaron al frente. Fui nombrado maestro de analfabetos y hacía de todo, desde rezar el Rosario hasta escribir cartas de amor a las novias de los soldados. Un día, ya en Zaldibia, oí dos tiros; salí de casa y vi a dos hombres a los que habían fusilado; me arrodillé y recé por ellos. Cuando nos reunimos en el Seminario después de la guerra, nos propusimos superar los enfrentamientos y ponernos al servicio de la unidad». En la guerra perdió a su hermana Josefina, en un bombardeo.

Fue ordenado sacerdote en Vitoria, el 7 de julio de 1940, y seis años más tarde fue enviado a Roma para completar sus estudios. De vuelta en España, ocupó diversas tareas pastorales en Madrid y Vitoria, hasta que, en 1966, Pablo VI le nombra obispo de Almería, siendo el primer obispo español nombrado tras el Concilio Vaticano II. Esta sede la abandonará tres años más tarde, cuando fue nombrado obispo de Málaga. En esta diócesis permaneció hasta 1973, cuando se hace cargo de la archidiócesis de Santiago de Compostela; al frente de la misma tuvo la alegría de recibir al Papa Juan Pablo II, que en 1982 realizó su primer Viaje apostólico a nuestro país. Diez años más tarde, el 12 de abril de 1983, Juan Pablo II le asignó la tarea de regir la archidiócesis de Madrid, sucediendo al cardenal Tarancón. El 11 de junio hizo su entrada solemne en Madrid, y así se presentó a sus diocesanos: «Me gustaría que lo que más se percibiera de mí fuera la imagen de un hombre de Dios que busca irradiar el Evangelio». Bajo su responsabilidad pastoral se desmembró, en 1991, la archidiócesis de Madrid-Alcalá, de manera que fuera más gobernable, creándose las diócesis de Alcalá de Henares y de Getafe; y en 1993 se acabaron las obras de la catedral de la Almudena, que fue consagrada, el 15 de junio, por Juan Pablo II. DonÁngel quiso salir de la que fue su última carga pastoral de manera discreta, sin afán de protagonismo, con la humildad de quien sabe que todo, hasta las tareas que encomienda el Señor, es puro don.

Fue Presidente de la Conferencia Episcopal Española durante seis años (1987-1993), y miembro de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos.

El nacimiento de Alfa y Omega coincidió en el tiempo con la jubilación del cardenal Suquía. En el número 2 de la primera etapa de nuestro semanario, de 16 de octubre de 1994, publicamos un editorial bajo el título Adiós a don Ángel, en el que dábamos gracias a Dios «por su persona, y por estos once años de ministerio pastoral al frente de la archidiócesis de Madrid. Es una gratitud que brota de la fe, de la certeza que tenemos los fieles católicos de que el obispo es, en virtud de la sucesión apostólica, el vínculo necesario de nuestra participación en la gracia y en la vida que Cristo nos da».

Quienes le conocían dicen de él que trataba con un tacto exquisito a todos aquellos con los que tenía relación: «Primero son las personas a las que tenemos que servir –decía–, después somos nosotros. Los papeles pueden esperar, pero las personas no pueden esperar».

Con motivo de su jubilación, concedió una entrevista en la que hablaba de sus planes de futuro: «Todo ser humano debe proyectarse al futuro, aun en la ancianidad, con esperanza. Sin esto, se quiebra de medio a medio a la persona. En cuanto a mi programa de vida a partir de ahora, quiero vivir mi sacerdocio y mi episcopado hasta la última respiración. Venimos de Dios, y a Dios vamos». Descanse en paz don Ángel.

Su magisterio

Libertad religiosa: «Aún no se da una verdadera aconfesionalidad del Estado, que respete la religiosidad de la sociedad. Lo que tenemos, y no sólo en el campo de la enseñanza, es un Estado confesional laicista, que pone dificultades a la libre manifestación de religiosidad, que no respeta suficientemente la sensibilidad religiosa y moral del pueblo. Es algo que no beneficia a nadie, y hace daño a todos. Iglesia y Estado deben permanecer separados; fe y responsabilidad política, no».

Democracia: «La democracia sin valores morales se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como muestra la Historia. Si no existe una verdad última que oriente la acción política, las acciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder».

Terrorismo: «El terrorismo es intrínsecamente perverso, porque dispone deliberadamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población e impone violentamente sus ideas y proyectos mediante el amedrentamiento. La colaboración con las instituciones o personas que propugnan el terrorismo no puede escaparse del mismo juicio moral».

Medios de comunicación: «El respeto a la persona lo condicionan, hoy en día, los medios de comunicación, que influyen de manera decisiva en las costumbres. Por supuesto, ofrecen aspectos positivos; es impagable el servicio que prestan. Todos debemos ser conscientes de las ventajas y riesgos que llevan consigo».

Iglesia: «La sociedad tiende juzgar a la Iglesia desde esquemas que le son familiares. Estos esquemas son, a menudo, políticos, porque prevalecen en ellos los datos y cálculos, las estrategias o las expectativas de poder, los intereses económicos y políticos. Esta forma de entender la Iglesia se da, por supuesto, en los medios de comunicación. Tal modo de comprender la Iglesia deja fuera su identidad más profunda, lo más propio y rico».

Matrimonio: «A los recién casados que me piden un consejo el día de su boda, les digo: Siempre es mejor amar que tener razón. Amar es vivir para el otro. Hoy hay millones de personas, creyentes o no, pendientes del matrimonio cristiano».

Familia: «La familia es una institución sagrada anterior al mismo Estado, cuya responsabilidad es protegerla. Los que tienen responsabilidades públicas deben cuidar de la institución básica de la sociedad. La familia garantiza la continuación del género humano, preciosa ayuda para la realización de las personas, para la paz y la prosperidad de los pueblos».

Sacerdotes: «Los sacerdotes nacemos del pueblo y vivimos para el pueblo. Con lo que he gozado y he sufrido más estos años ha sido con mis sacerdotes. He experimentado en mí la voluntad de quererlos y amarlos. Los hombres de hoy quieren sacerdotes como Cristo».

Seglares: «Hay que confiar en ellos y estimularlos más de lo que lo hacemos. Son ellos los que tienen que evangelizar el mundo. No se puede entender su misión sino dentro de la comunión eclesial, no porque la unión hace la fuerza, sino porque la Iglesia-comunión es el contenido central del designio divino de salvación de la Humanidad».

Sectas: «El origen de las sectas está en la carencia religiosa: la reducción del Evangelio a una preocupación casi exclusiva por lo temporal es incapaz de saciar al hombre, y hace que éste busque fuera de la Iglesia. El futuro es hacer de la parroquia una comunidad de comunidades, donde las personas se sientan acogidas y puedan vivir la fraternidad».