El Manifiesto del nuevo milenio - Alfa y Omega

El Manifiesto del nuevo milenio

Juan Pablo II, un mes después del inolvidable encuentro de Asís, celebrado el pasado 24 de enero, ha hecho llegar a los Jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo el Decálogo de la paz, documento histórico no sólo para recordar, sino sobre todo documento actual y de futuro para poner en práctica. Son los diez compromisos que fueron asumidos y firmados solemnemente aquel día y que cualificados observadores han calificado ya como «el mejor manifiesto político del nuevo milenio». Político, sí, en el sentido más auténtico y más noble de la palabra, cuando toda una estrategia de nuevos muros amenaza con desplazar y agostar las esperanzas suscitadas por la caída del emblemático Muro de Berlín. Alfa y Omega, consciente de la importancia trascendental del actual momento histórico que vive la Humanidad, reproduce, como conclusión de este número 15 de sus suplementos especiales, en el que se ofrecen los textos íntegros de los discursos de la memorable Jornada de Asís, este Decálogo y el texto de la carta del Pontífice a los Jefes de Estado y de Gobierno

Redacción
El simbólico olivo del encuentro de paz, Asís

Mañana del 24 de enero de 2002:
Saludo del Papa Juan Pablo II a los representantes de las confesiones cristianas y de las diversas religiones

Os acojo a todos con alegría y doy a cada uno mi cordial bienvenida. Gracias por haber aceptado mi invitación, participando, aquí en Asís, en este encuentro de oración por la paz, que trae a la memoria el de 1986, y del que constituye como una significativa prolongación. El objetivo es siempre el mismo, es decir, orar por la paz, la cual es, ante todo, don de Dios, que hay que implorar con ferviente y confiada insistencia. En los momentos de más intenso temor por el destino del mundo, se siente con mayor fuerza el deber de comprometerse personalmente en la defensa y en la promoción del bien fundamental de la paz.

Dirijo un saludo especial al Patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, y a cuantos lo acompañan; al Patriarca de Antioquía y de todo Oriente, Su Beatitud Ignace IV; al catholicós Patriarca de la Iglesia asiria de Oriente, Su Santidad Mar Dinkha IV; al arzobispo de Tirana, Durrës y de toda Albania, Su Beatitud Anastas; a los delegados de los Patriarcas de Alejandría, Jerusalén, Moscú, Serbia y Rumanía; de las Iglesias ortodoxas de Bulgaria, Chipre y Polonia; a los delegados de las antiguas Iglesias de Oriente: el Patriarcado siro-ortodoxo de Antioquía, la Iglesia apostólica armenia, el Catholicosado armenio de Cilicia y la Iglesia siro-ortodoxa de Malankar. Saludo al representante del arzobispo de Canterbury, Su Gracia George Carey, y a los numerosos representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales, federaciones y alianzas cristianas de Occidente; al Secretario General del Consejo ecuménico de las Iglesias y a los representantes del judaísmo mundial, que se han adherido a esta especial Jornada de oración por la paz.

Asimismo, deseo dar mi más cordial bienvenida a los exponentes de las diversas confesiones religiosas: a los representantes del Islam, que han acudido aquí de Albania, Arabia Saudí, Bosnia, Bulgaria, Egipto, Jerusalén, Jordania, Irán, Irak, Líbano, Libia, Marruecos, Senegal, Estados Unidos, Sudán y Turquía; a los representantes del budismo, que han venido de Taiwan y Gran Bretaña, y a los del hinduismo, que han venido de la India; a los representantes pertenecientes a la religión tradicional africana, que vienen de Ghana y Benin, así como a los que vienen de Japón en representación de diferentes religiones y movimientos; a los representantes sijs de la India, Singapur y Gran Bretaña; a los delegados del confucianismo, del zoroastrismo y del jainismo. No me es posible nombrarlos a todos, pero quisiera que mi saludo no olvidara a ninguno de vosotros, amables y gratos huéspedes, a quienes agradezco una vez más el que hayáis aceptado participar en esta significativa jornada.

Mi gratitud se extiende a los venerados cardenales y obispos presentes; en particular, al cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York, ciudad tan duramente probada en los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre; saludo asimismo a los representantes de los episcopados de las naciones donde se siente con mayor fuerza la exigencia de la paz. Dirijo un saludo especial al cardenal Lorenzo Antonetti, delegado pontificio para la basílica patriarcal de San Francisco en Asís, y a los queridos Frailes Menores Conventuales, que, como siempre, nos brindan una acogida generosa y una hospitalidad familiar.

Saludo con deferencia al Presidente del Gobierno italiano, señor Silvio Berlusconi, al ministro de Infraestructuras y Transportes y a las demás autoridades que nos honran con su presencia, así como a las fuerzas de policía y a cuantos contribuyen a asegurar el buen desarrollo de esta jornada.

Por último, os saludo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas presentes, y especialmente a vosotros, queridos jóvenes que habéis permanecido en vela durante toda la noche. Dios nos conceda que, de este encuentro, broten los frutos de paz, para el mundo entero, que todos deseamos de corazón. Libia, Marruecos, Senegal, Estados Unidos, Sudán y Turquía; a los representantes del budismo, que han venido de Taiwan y Gran Bretaña, y a los del hinduismo, que han venido de la India; a los representantes pertenecientes a la religión tradicional africana, que vienen de Ghana y Benin, así como a los que vienen de Japón en representación de diferentes religiones y movimientos; a los representantes sijs de la India, Singapur y Gran Bretaña; a los delegados del confucianismo, del zoroastrismo y del jainismo. No me es posible nombrarlos a todos, pero quisiera que mi saludo no olvidara a ninguno de vosotros, amables y gratos huéspedes, a quienes agradezco una vez más el que hayáis aceptado participar en esta significativa jornada.

Mi gratitud se extiende a los venerados cardenales y obispos presentes; en particular, al cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York, ciudad tan duramente probada en los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre; saludo asimismo a los representantes de los episcopados de las naciones donde se siente con mayor fuerza la exigencia de la paz. Dirijo un saludo especial al cardenal Lorenzo Antonetti, delegado pontificio para la basílica patriarcal de San Francisco en Asís, y a los queridos Frailes Menores Conventuales, que, como siempre, nos brindan una acogida generosa y una hospitalidad familiar.

Saludo con deferencia al Presidente del Gobierno italiano, señor Silvio Berlusconi, al ministro de Infraestructuras y Transportes y a las demás autoridades que nos honran con su presencia, así como a las fuerzas de policía y a cuantos contribuyen a asegurar el buen desarrollo de esta jornada.

Por último, os saludo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas presentes, y especialmente a vosotros, queridos jóvenes que habéis permanecido en vela durante toda la noche. Dios nos conceda que, de este encuentro, broten los frutos de paz, para el mundo entero, que todos deseamos de corazón.