Entrar en el dinamismo de la acogida y del encuentro - Alfa y Omega

Ha llegado este tiempo de verano y quiero dirigirme a todos los cristianos y hombres de buena voluntad. Son muchas las personas que en este tiempo salen de Madrid, pero también otras muchas llegan a visitar nuestra ciudad de otros lugares del mundo; sois muchos los madrileños que viviendo aquí, os trasladáis a otro sitio, ya sea para pasar unos días en el lugar de origen o en otro lugar donde con vuestro esfuerzo habéis conseguido una casa de vacaciones; otros muchos os quedáis en el mismo lugar de siempre pero viviendo este tiempo con unas connotaciones especiales. Los cristianos que caminamos en Madrid tenemos una nueva oportunidad de acoger y de anunciar a Jesucristo, de hacerlo creíble. Muchos jóvenes y niños estáis en campamentos, realizando el camino de Santiago, ayudando en tareas que dignifican la vida de los demás, y aportáis lo mejor de vosotros mismos. Gracias por esta entrega que os hace crecer como personas y posibilitar el crecimiento de los demás llevando el amor de Jesucristo.

¿Cómo es el dinamismo de la acogida, del encuentro? En estos ámbitos nuevos en los que desarrollamos nuestra vida, tenemos la posibilidad de encontrar la originalidad que tiene esa nueva manera de vivir que nos ofrece Jesucristo. ¿Por qué no hacemos la experiencia? Un hombre excepcional como san Pablo lo hizo en el camino de Damasco. Sin ningún miedo se dejó interpelar por Jesucristo, que le salió al camino. Con aquella luz que lo cegó, vio que se le ofrecían otras posibilidades para hacer el camino de su vida. Y él las aceptó, porque descubrió la vida con un sentido diferente y más hondo. ¿Por qué nosotros no podemos ser aquellos que reciben sin miedos la luz que viene de Jesucristo? Ciertamente la experiencia enseña que, quien se deja iluminar por esa luz, tiene una manera nueva de estar en la vida; ahí tenemos a la pléyade de testigos de la fe, muchos de los cuales han caminado con nosotros.

Permitidme que os diga a los jóvenes, a las familias cristianas, precisamente en este tiempo, que os dejéis iluminar por esa luz. La familia tiene una capacidad original y única de transformación de la sociedad. Dejad que la luz de Jesucristo entre en vuestras vidas: en la de los esposos y en la de los hijos. ¡Qué diferencia más abismal de perspectivas! En verano vais a estar más tiempo juntos; las relaciones se van a hacer más intensas y pueden ser más profundas, ya que tenéis más tiempo para vivir desde la hondura de lo que sois. Todas las familias cristianas tenéis una oportunidad de vivir la gracia de lo que es la familia cristiana. Vivid la comunión interpersonal de amor y de vida. En este momento de la historia, cuando hemos comenzado una época nueva, necesitamos más que nunca que pongáis el acento en el amor interpersonal auténtico, un amor fiel, único, exclusivo, totalizante y para toda la vida. Descubrid la grandeza del mismo. Sed una comunidad abierta con proyección social y eclesial, positiva y solidaria. Orientad así vuestra acción de esposos y la educación de vuestros hijos mediante la transmisión de los auténticos valores. Vosotros, los jóvenes, lanzaos a vivir con la fuerza del amor de Cristo que os hace mirar siempre hacia adelante y siempre a los demás. Creedme que la fe, la esperanza y el amor de Cristo contribuyen a la transformación y santificación del mundo desde dentro a modo de fermento. Podemos y debemos ser fermento.

Hacerse verdaderos

Este verano, estoy seguro de que el Señor nos ofrece la posibilidad de vivir nuevas realidades que enriquecen nuestra existencia. Suscitemos el dinamismo de la acogida y del encuentro:

1. Seamos capaces de suscitar un nuevo dinamismo que mueva la historia: la acogida y el encuentro. Seamos capaces de suscitar un nuevo dinamismo en la vida y en las vidas de los que nos rodean, que nace de la acogida y del encuentro. Ese dinamismo confiere la tensión de la búsqueda permanente, que nos hace más humanos. Quien busca, encuentra. El dinamismo de la acogida y del encuentro es que el nos enseña Jesucristo con su vida. Nadie se sintió al lado del Señor extraño, indiferente, pasando de todo. Nunca el Señor se puso en contra del otro, sino que su acogida suscitaba situarnos ante nosotros mismos y a favor del otro. A este respecto, recuerdo el encuentro de Jesús con Zaqueo. La acogida del Señor de su persona y de toda su familia suscitó en Zaqueo la necesidad de situarse ante sí mismo y de descubrir que tenía que hacer un cambio de vida. Por otra parte, le llevó también a situar la vida a favor siempre de los otros (cfr. Lc 19, 1-10). En verano tenemos la posibilidad de realizar y suscitar más acogida y encuentro: más tiempo en la familia, más tiempo con los amigos, más posibilidades de conocer nuevas personas… Hagamos vida lo que aquí, en Madrid, siempre se dio por parte de quienes fueron construyendo esta comunidad: lugar de acogida y de encuentro, nunca lugar de aparcamiento, siempre lugar de distensión y de formular la vida desde el encuentro. Acojo al otro para que se dé al otro; no lo acojo para mí, lo acojo para sí. Hagamos de nuestras vidas escuela de proximidad, semillero de fraternidad, escuela de solidaridad.

2. Seamos capaces de potenciar la acogida inteligente en nuestra vida: estamos en el mundo para hacer lo mismo que el Señor hace con nosotros, cuando lo dejamos entrar en nuestra vida. En esa entrada nos abre la mente, nos entrega una visión nueva, nos da vista, nos agranda y desatasca el corazón. A la larga todo esto ayuda a vivir en verdad o, como decía un santo, a hacerse verdadero, que es lo mismo que aprender a vivir y tener un criterio de verdad que no es el del ilustrado que responde fríamente a las cuestiones que le preguntan con sus palabras y razones y por eso son respuestas frías, sino que nos hace entrar a la verdad por el amor. A este respecto, recuerdo el texto del ciego de Jericó que, sentado junto al camino pedía limosna y sintió el paso y el amor del Señor a quien gritó con fuerza: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». El Señor lo acoge inteligentemente, sale a su encuentro y le dice, «¿Qué quieres que te haga?». La respuesta del ciego fue contundente: «Rabbuni, que recobre la vista» (cf. Mc 10 46-52). Realmente la acogida que hace el ciego del Señor, le hace ver con una profundidad especial y única, le hace entrar en la verdad regalándole su mismo amor y haciéndole vivir de él. Precisamente por eso, el pueblo, al verlo, alabó a Dios. Un nuevo verano para hacer lo mismo que el Señor y permitir que en la vida de otros suceda la experiencia del ciego: que otros vean lo que realmente hay que ver, que tengan entrada en la verdad por el amor que el Señor hace caer en sus vidas.

3. Seamos capaces de dejarnos acoger por Cristo: nadie se hace grande sin la apertura a quien es realmente Grande, a quien es Camino, Verdad y Vida. La historia nos enseña que la referencia a quien es Roca que sostiene, da seguridad, hace afrontar todo desde unas dimensiones absolutamente nuevas, y nos ha sido revelado por Jesucristo.

Os aseguro que nunca encontré modos de acoger y de encontrarnos los hombres como los que engendra el haber acogido en la vida a Jesucristo. No acoger a Jesucristo introduce al ser humano en un avasallamiento y su existencia se empobrece, se rompe y rompe, se altera su identidad y expulsa la posibilidad de tener un desarrollo de la vida en todas las dimensiones de la misma. Es cierto que la apertura a Jesucristo produce la conversión que es imprescindible para transformar nuestra vida y darle la identidad verdadera. Dejémonos acoger y encontrar por Jesucristo; seamos agradecidos de ser acogidos por Jesucristo, que no tiene inconveniente en enseñarnos a querer, a saber más, a poder mucho más, a esperar siempre y a orar o establecer un diálogo permanentemente con Él.