Un convento para el Supremo - Alfa y Omega

Un convento para el Supremo

Joaquín Martín Abad
Foto: Luis García

El monasterio de las Salesas Reales fue fundado el 18 de febrero de 1749. La Orden de la Visitación de Santa María, iniciada el 6 de junio de 1610 por san Francisco de Sales y santa Juana Francisca Frémyot de Chantal en Annecy (Francia), tuvo una expansión rápida por Europa.

A Madrid estas monjas llegaron traídas por Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, quienes mandaron levantar de nueva planta y de su propio peculio este monasterio madrileño.

La iglesia fue dedicada a santa Bárbara por el nombre de la reina, quien quería que estas contemplativas educaran a niñas nobles, y para eso se dedicó parte del convento. Pensando en su posible viudez, se reservó también otra parte del monasterio, que quedó vacía porque murió en 1758 antes que Fernando en 1759 y, al no ser madre de rey, no está enterrada en el panteón de reyes de San Lorenzo de El Escorial sino que, junto con Fernando VI, tienen sepulcros en ese mismo templo.

Este monasterio fue expropiado en 1870 y convertido en Palacio de Justicia. Aunque el templo quedó para la Iglesia, las monjas tuvieron que irse al entonces extrarradio madrileño, hoy tan central como la calle de Santa Engracia. Se le llama el primero de la Visitación, pues hay otros dos: el segundo en la calle de San Bernardo (1798) y el tercero en la de San Francisco de Sales (1907), así como otros 15 por España.

Durante la persecución religiosa del XX, el primer monasterio dio a la Iglesia siete mártires, ya beatificadas: María Gabriela, Josefa María, Teresa María, María Ángela, María Engracia, María Inés y María Cecilia.

En 1915 un incendio destruyó todo el interior del Palacio de Justicia. Un ujier irrumpió en la sala de lo penal gritando: «¡Con su venia, señor presidente, el edificio está ardiendo!», quien le respondió: «No lo dudo, pero desde luego no con mi venia».

Fue reconstruido por Joaquín Rojí, respetando su arquitectura exterior y la fundamental del interior. El edificio del Supremo es tan magnífico como la iglesia, que es parroquial. Merece la pena visitarla y rezar en ella por los reyes y los jueces, las monjas y la archidiócesis, la Iglesia y el mundo. Y la paz.