El Papa hace «un ferviente llamamiento a la moderación y el diálogo» en Jerusalén - Alfa y Omega

El Papa hace «un ferviente llamamiento a la moderación y el diálogo» en Jerusalén

Francisco advierte de que «la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona»

Juan Vicente Boo

Ante la escalada de víctimas mortales en los disturbios por el acceso a la Explanada de las Mezquitas, el Papa Francisco ha manifestado este domingo que sigue «con profunda inquietud las graves tensiones y la violencia de estos días en Jerusalén», y ha lanzado «un ferviente llamamiento a la moderación y el diálogo».

Las protestas por la instalación de detectores de metales a raíz del asesinato de dos policías, han causado al menos media docena de víctimas, entre los que figuran tres palestinos y tres colonos judíos, sin que haya perspectivas de que la tensión se calme.

Cada brote de violencia es angustioso para millones de israelíes y palestinos, a riesgo de un ataque personal en cualquier lugar, y muy perjudicial para las Iglesias cristianas, los peregrinos y el clima de oración en los Santos Lugares.

Disturbios en Jerusalén la pasada semana

El Papa ha comentado la nueva crisis al término del rezo del Ángelus con decenas de miles de personas que acudieron a la plaza de San Pedro a pesar del calor agobiante. Muchos de los fieles se protegían del bochorno con paraguas y abanicos.

Francisco ha comentado la parábola evangélica de la cizaña crecida inexplicablemente en medio del trigo, «que ilustra el problema del mal en el mundo y subraya la paciencia de Dios».

Según el Papa, «Jesús nos dice con esta imagen que en este mundo el bien y el mal están tan mezclados que es imposible separarlos y extirpar todo el mal».

Saliendo al paso de actitudes maniqueas, Francisco ha advertido que «el bien y el mal no se pueden identificar con territorios o con grupos humanos, pues la línea de frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona. Todos somos pecadores».

Con buen humor, ha añadido que «Si aquí hay alguien que no sea pecador, que levante la mano… ¡No veo ninguna!». Jesús nos ha dejado la Confesión «porque siempre necesitamos ser perdonados de nuestros pecados. Mirar siempre y exclusivamente el mal que esta fuera de nosotros significa no querer reconocer el pecado que está dentro de nosotros».

Como último consejo para evitar el maniqueísmo y el fariseísmo, el Papa ha invitado a «descubrir en la realidad circundante no solo lo suciedad y el mal sino también el bien y la belleza». Y también «a desenmascarar la acción de Satanás pero, sobre todo, a confiar en la acción de Dios, que hace fecunda la historia».

En el mes de julio, que es el de «vacaciones» del Papa Francisco, su único encuentro con los fieles es el rezo del Ángelus cada domingo. Las audiencias generales a los peregrinos se reanudarán a partir del mes de agosto, en que las temperaturas de Roma son mucho más llevaderas.

Juan Vicente Boo / ABC

Palabras del Papa antes del rezo del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La hodierna página evangélica propone tres parábolas con las cuales Jesús habla a la multitud del Reino de Dios. Me detengo en la primera: aquella de la buena semilla y de la cizaña, que ilustra el problema del mal en el mundo y pone en evidencia la paciencia de Dios (Cfr. Mt 13, 24-30. 36-43). ¡Cuánta paciencia tiene Dios! También cada uno de nosotros puede decir esto: «¡Cuanta paciencia tiene Dios conmigo!». La narración se desarrolla en un campo con dos protagonistas opuestos. De una parte el dueño del campo que representa a Dios y siembra la buena semilla; de otra parte el enemigo que representa a Satanás y siembra la mala hierba.

Con el pasar del tiempo, en medio del trigo crece también la cizaña, y ante este hecho el dueño y sus siervos tienen actitudes diversas. Los siervos quisieran intervenir arrancando la cizaña; pero el dueño, que está preocupado sobre todo por la salvación del trigo, se opone diciendo: «No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo» (v. 29). Con esta imagen, Jesús nos dice que en este mundo el bien y el mal están tan entrelazados, que es imposible separarlos y extirpar del todo el mal. Sólo Dios puede hacer esto, y lo hará en el juicio final. Con sus ambigüedades y su carácter complejo, la situación presente es el campo de la libertad, el campo de la libertad de los cristianos, en el cual se realiza el difícil ejercicio del discernimiento entre el bien y el mal.

En este campo, se trata pues de unir, con gran confianza en Dios en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias: la decisión y la paciencia. La decisión es aquella de querer ser la semilla buena, todos lo queremos, con todas sus fuerzas, y entonces tomar distancia del maligno y de sus seducciones. La paciencia significa preferir una Iglesia que es levadura en la masa, que no teme ensuciarse las manos lavando la ropa de sus hijos, más bien que una Iglesia de «puros», que pretende juzgar antes del tiempo quién está en el Reino de Dios y quién no.

El Señor, que es la Sabiduría encarnada, hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos humanos: «Estos son buenos, estos son malos». Él nos dice que la línea de confín entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona, pasa por el corazón de cada uno de nosotros, es decir, somos todos pecadores. Me dan ganas de preguntarles: «Quién no es pecador levante la mano». ¡Ninguno! Porque todos los somos, somos todos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos da la gracia de caminar en una vida nueva; pero con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, porque tenemos siempre la necesidad de ser perdonados de nuestros pecados. Mirar siempre y solamente el mal que esta fuera de nosotros, significa no querer reconocer el pecado que también está en nosotros.

Y entonces Jesús nos enseña un modo diverso de mirar el campo del mundo, de observar la realidad. Estamos llamados a aprender los tiempos de Dios –que no son nuestros tiempos– y también la «mirada» de Dios: gracias al influjo benéfico de una impaciente espera, lo que era cizaña o parecía cizaña, puede convertirse en un producto bueno. Es la realidad de la conversión. ¡Es la perspectiva de la esperanza!

Nos ayude la Virgen María a tomar de la realidad que nos circunda no solamente la suciedad y el mal, sino también el bien y lo bello; a desenmascarar las obras de Satanás, pero sobre todo a confiar en la acción de Dios que fecunda la historia.