Una arquitectura para el misterio (II) - Alfa y Omega

Una arquitectura para el misterio (II)

Nadie mejor que un profesional cristiano de la Arquitectura para explicar las claves y las raíces de las que surge una de las maravillas del mundo: El Escorial, y de las que aquí ofrece a los lectores una primera explicación que completará en nuestro próximo número

Colaborador
La arquitectura ha transformado el lugar sacro donde vive la comunidad en un templo de gran belleza. He aquí la unión de liturgia cristiana y arte, donde el espacio sacro expresa visualmente lo litúrgico. Estos dos conceptos han estado inseparablemente unidos a lo largo de la historia

«Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (San Mateo, 18, 20). En este preciso momento de la historia, y mediante esta afirmación, nació el espacio sacro cristiano. Fue una promesa de permanencia de Dios entre los hombres a lo largo del tiempo, que se culminaba con la conmemoración del banquete pascual. Así nació la liturgia cristiana. Por tanto, espacio sacro cristiano y liturgia son dos conceptos indisolubles entre sí. La misión de la arquitectura es definir el lugar en el cual se expresa comunitariamente esta unión, convirtiéndose de esta manera en una «bella arte» que transforma un espacio sacro en un templo. El espacio sacro perpetuado en el tiempo mediante una liturgia se convierte en un templo.

¿Cómo transformó la obra escurialense este acontecimiento religioso en un acontecimiento arquitectónico?

La respuesta a esta pregunta se cimenta en tres pilares fundamentales: la idea concebida por Felipe II; la construcción de dicha idea realizada por Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, y la naturaleza de los materiales empleados: piedra y luz.

Fray José de Sigüenza, padre jerónimo cronista del Monasterio, nos narra cómo, con motivo de la victoria obtenida en San Quintín sobre las tropas francesas el 10 de agosto de 1.554, día de san Lorenzo, Felipe II tuvo la intención de levantar un templo y un monasterio de la Orden de los Jerónimos dedicado al santo, «que juntamente fuese sepultura digna de un tal emperador y padre y una emperatriz tal como doña Isabel, su madre, y que después también lo fuese suya, de sus carísimas mujeres e hijos». Por otra parte, y siguiendo la tradición de sus antepasados, incorporó al magno proyecto el Palacio de la Corte y la Casa Real, y lo completó con un colegio.

Esta intención se enmarca en una Europa que vive una época histórica crucial, a caballo entre la mentalidad medieval y un Renacimiento en crisis, y está plenamente marcada por el Concilio de Trento.

De un modo sintético, se puede decir que en el Humanismo el ideal ya no era el Dios de la Edad Media, sino la concepción antropocéntrica del universo, en la que el propio hombre, a través de una nueva visión de la razón, se convertía en la unidad de medida de la realidad Felipe II fue plenamente consciente de la época crucial que le tocó vivir, reflejando en su propia historia la difícil convivencia entre las distintas herencias culturales del pasado y las nuevas corrientes de pensamiento. Su convencimiento de ser un monarca revestido de la autoridad divina para convertirse en un defensor a ultranza de la fe católica, en contraposición con su atracción hacia el mundo islámico; el dramático juego de amor y muerte en el cual estuvo inmerso durante toda su existencia o la rígida corte de los Habsburgo frente a su apasionada y rica vida interior se constituyen en algunos ejemplos de las situaciones aparentemente antagónicas que enmarcaron su vida. El Monasterio, prolongación pétrea del carácter del monarca, recoge entre sus muros todos estos signos de contradicción.

Enrique Andreo Martín
Arquitecto