Las Hermanas de la Cruz celebran su 142 aniversario - Alfa y Omega

Las Hermanas de la Cruz celebran su 142 aniversario

Pobreza, sencillez, entrega y servicio, siguen siendo los pilares de este instituto, fundado por santa Ángela de la Cruz

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Quiso ser monja de clausura en las Teresas del barrio de Santa Cruz. Luego intentó ser Hija de la Caridad en el Hospital de las Cinco Llagas. No pudo ser. Dios tenía otros planes para ella y la escogió para ser la fundadora de las Hermanas de la Cruz junto con el padre Torres Padilla, el santero de Sevilla, director espiritual de almas con tanta calidad como ella misma, la dominica sor Bárbara de Santo Domingo y la mercedaria Madre Sacramento. Ángela Guerrero, una joven obrera sevillana que casi no sabía leer ni escribir, y que desde niña tenía una intensa vida espiritual volcada en los necesitados, concibió un instituto religioso en el que la cruz no es solo el santo y seña, es modelo de vida, consuelo y camino para llegar al cielo.

Durante meses, en la casa del padre Torres en la plaza de Santa Marta escribió como sería su convento, el horario, los menús y la tarea que desempeñarían sus religiosas. El día 2 de agosto de 1875, festividad de la Virgen de los Ángeles, el Instituto de la Cruz se hizo realidad. Cuatro monjas sin hábito estrenaron convento en un cuarto con derecho a cocina de un corral de vecinos de la calle San Luis. Una Misa al alba en el Monasterio de Santa Paula, oficiada por el padre Torres, fue la campanada de inicio.

El camino de la cruz

Sor Ángela de la Cruz quiso «vivir crucificada enfrente y muy cerca de Jesús, elevada de la tierra». La cruz es el camino, la llave que abre las puertas del cielo. Las Hermanas de la Cruz son el ejemplo. Decía sor Ángela: «Hijas mías, nuestro país es la cruz, que en la cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la cruz somos forasteras…».

Su pobreza, su desprendimiento absoluto de todo lo que no sea la voluntad de Dios, su entrega a los pobres y los enfermos en quien ven el rostro del Señor, es una vida de cruz. No es que atiendan a los pobres, es que son tan pobres como ellos. Como explicó la fundadora, las hermanas «son mendigas que todo han de recibirlo de limosna». Duermen en una tarima de madera un día sí y otro no, porque al llegar de las velas de enfermos, sobre las seis de la mañana, en vez de acostarse, realizan sus tareas como si se acabaran de levantar. Comen de vigilia todo el año, salvo las enfermas, generalmente el potaje o algún guiso con alimentos que les regalan porque están a punto de caducar, o porque no tienen el tamaño adecuado para ponerse a la venta.

Visten hábito de estameña parda y esas prendas son comunes. Santa Ángela explicó muy bien esta continua renuncia: «Ni siquiera hábitos nuevos si con ellos podemos escandalizar o parecer al pueblo menos pobres. Comer de vigilia y a veces lo que a los demás sobra, como pobres limosneras, dormir sobre una tabla, no dispensarnos de ningún trabajo material dentro y fuera del convento por humillante y duro que sea… Y todo esto hacerlo en silencio, sin publicidad, trabajando ocultas, como si estuviéramos debajo de tierra para no malograr el fruto del sacrificio por Dios y por el prójimo con lo que pudiera llamarse vanagloria del bien».

Es dura la vida de cruz pero en los conventos de las hermanas siempre hay una misteriosa alegría. Quizás la clave sea desprenderse de todo para que solo Dios resplandezca. Llevar a lo cotidiano las palabras del padre Torres: «No ser, no querer ser, pisotear el yo… enterrarlo si posible fuera». Y en ese vivir la humildad, la renuncia a las cosas y a ellas mismas, llegar a la negación completa aceptando como decía Santa Ángela «hasta la muerte de aquel sistema de perfección que hemos venido practicando y que nos parecía el mejor; muerte y por la muerte variar por completo hasta nuestra fisonomía espiritual».

«Pobreza, limpieza, antigüedad» siguen definiendo 142 años después al Instituto de la Cruz, con casas en Andalucía, parte de España e Italia, y zonas deprimidas de Argentina. Son miles los enfermos y necesitados atendidos, las almas confortadas que se han acercado a Dios por el ejemplo de las habitantes de la cruz. Imposible de cuantificar el cariño a las hermanas y la devoción a las santas de la Cruz por los favores recibidos. Y numerosas jóvenes, como a largo de este casi siglo y medio de existencia, siguen llenando el noviciado con su generosidad y entrega para hacerse pobres con los pobres y vivir el Evangelio y la cruz conforme al modelo de la zapatera sevillana.

Dos santas, santa Ángela y santa María de la Purísima, y el cofundador, el padre Torres Padilla, camino de los altares, y cada día con más devotos, confirman la validez del camino de la cruz. Siempre la cruz como vida y consuelo. Así lo decimos los devotos en la oración de madre Angelita «abrazando cada día nuestra propia cruz», las que todos tenemos y que confirman lo que dijo Sor Ángela: «No hay nadie que viva sin cruz y el que huya de una encontrará otra mayor».

Gloria Gamito / ABC. Sevilla