La familia de May, Sergio y el krama rojo - Alfa y Omega

Este mes de agosto, con un grupo de 15 jóvenes coreanos, fui doce días de misión a Camboya. El último día nuestra misión consistió en invitar a ocho familias de las más pobres a pasar el día en la playa. Aunque viven muy cerca de una playa preciosa con un mar azul en calma, nunca habían visitado ese lugar. El papá de la familia trabaja sin parar para ganar apenas 100 dólares al mes con los que mantener a la familia. May (el niño de la derecha) y su hermana Celine (a la izquierda) van a la escuela, y la hermana mayor sufre una enfermedad que la tiene inmovilizada desde hace 23 años.

Su mamá nos contaba que su hija mayor enferma era la primera vez que salía de casa para un viaje tan largo (apenas 25 minutos de autobús). Los jóvenes voluntarios coreanos, con todo su cariño, la trasladaron de la casa al autobús y del autobús a la sillita de madera donde pasó todo el día. La pusieron frente al mar, tapada con una mantita para que pudiera verlo bien y disfrutar de los juegos de los otros niños. Esteban y Andrea, dos de los jóvenes, le dieron de comer arroz con pollo con sumo cuidado, ante la mirada alegre y serena de sus padres.

Yo estuve toda la tarde en el agua jugando con May a la pelota y notaba como Celine, sus padres y su hermana mayor nos miraban con alegría. Cuando llegó el momento de las despedidas el papá de May miraba el krama rojo (pañuelo camboyano de cuadros) de Sergio (en el centro de la foto, con camiseta verde), que estaba secándose en la madera. Le susurré a Sergio: «El papá está mirando tu krama. Si no te importa, ¿puedes regalárselo?». Sergio, ni corto ni perezoso, se lo puso al cuello y le dijo: «Gracias por haber sido mi familia este día».

Yo no supe de la profundidad de las palabras de Sergio hasta tres días más tarde, cuando hicimos el retiro final de nuestra misión. Durante la noche de oración Sergio, llorando, nos abrió toda su vida. Ha vivido con sus abuelos porque sus padres le abandonaron cuando era muy pequeño, no recuerda ningún viaje en familia ni tampoco un día de playa. Se sentía muy agradecido por haber sido adoptado por un día por esta familia tan pobre, pero tan unida y rica en cariño. Sintió que Dios le permitía llamar papá a este señor que, a pesar de su extrema pobreza, le acogió y le permitió cuidar de sus hijos como si fueran sus propios hermanos.