«Construyamos a Dios un templo con nuestra vida»: el Papa durante el Ángelus - Alfa y Omega

«Construyamos a Dios un templo con nuestra vida»: el Papa durante el Ángelus

Este domingo 8 de marzo comentando el Evangelio del día el Papa Francisco centró su reflexión en el significado del episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Ante una soleada plaza de San Pedro coloreada y entusiasta por los miles de fieles y peregrinos congregados, el Obispo de Roma recordó que tal gesto profético de Jesús suscitó «fuerte impresión entre la gente y los discípulos»: gesto y mensaje profético «que se entienden completamente a la luz de su Pascua, primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo». «En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, donde renovaremos las promesas de nuestro Bautismo», pidió el Pontífice, precisando luego que cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo crucificado y resucitado

RV
Foto: AP

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús «hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes» (Jn 2, 15). El dinero, todo. Este gesto suscitó una fuerte impresión, en la gente y los discípulos. Aparece claramente como un gesto profético, tan es así que algunos de los presentes preguntaron a Jesús: «¿Qué signo nos das para obrar así?» (v. 18) ¿Quién eres tú para actuar así? – o sea una señal divina, prodigiosa que muestre a Jesús como enviado de Dios. Y Él respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar» (v. 19). Le replicaron: «han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» (v. 20). No habían entendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que habría sido destruido con la muerte en la cruz, pero que habría resucitado al tercer día. Por esto, en tres días. «Cuando Jesús resucitó –escribe el Evangelista– sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado» (v. 22).

En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entienden completamente a la luz de su Pascua. Aquí tenemos, según el Evangelista Juan, el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, en la Resurrección se convertirá en el lugar del encuentro universal entre Dios y los hombres. Y Cristo Resucitado es precisamente el lugar del encuentro universal –¡de todos!– entre Dios y los hombres. Por esto su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se revela, habla, se deja encontrar; y los verdaderos adoradores de Dios no son los custodios del templo material, los detentores del poder y del saber religioso, sino aquellos que adoran a Dios «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23).

En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, donde renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Caminemos por el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor por nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más pobres, nosotros construimos a Dios un templo en nuestra vida. Y de esta manera lo hacemos encontrable para tantas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testimonios de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero –nos preguntamos y cada uno de nosotros se puede preguntar– ¿en mi vida el Señor se siente verdaderamente a casa?. ¿Lo dejamos hacer limpieza en nuestro corazón y expulsar a los ídolos, o sea aquellas actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, aquella costumbre de hablar mal de los otros? ¿Lo dejo hacer limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hoy hemos escuchado en la primera Lectura? Cada uno se puede responder, en silencio en su corazón: «¿Dejo que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «¡Padre, tengo miedo que me apalee!». Jesús jamás apalea. Jesús limpiará con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su manera de limpiar. Dejemos, cada uno de nosotros, dejemos que el Señor entre con su misericordia –no con el látigo, no, con su misericordia– a hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús es su misericordia. Abrámosle la puerta para que limpie un poco.

Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce aquello que hay en cada uno de nosotros, y conoce también nuestro más ardiente anhelo: ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestros corazones. Que María Santísima, morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que podamos redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que nos libra y nos salva.

Después de rezar el Ángelus

Después de rezar el Ángelus del III domingo de Cuaresma, el Obispo de Roma saludó cordialmente a los numerosos fieles, romanos y peregrinos procedentes de diversos países, presentes en una soleada Plaza de San Pedro casi primaveral.

El Papa dio su cordial bienvenida a los fieles brasileños de Curitiba; a los grupos parroquiales de Treviso, Génova, Crotone, L’Aquila y a los de la zona de Domodossola; a la vez que dirigió un pensamiento a los chicos de Garda que acaban de recibir el Sacramento de la Confirmación.

El Santo Padre ofreció nuevamente una sugerencia para el tiempo litúrgico que estamos viendo con las siguientes palabras:

«Durante esta Cuaresma, tratemos de estar más cerca de las personas que están viviendo momentos de dificultad: cercanos con el afecto, la oración y la solidaridad».

Además, el Papa Bergoglio dirigió unas palabras a las mujeres en su día internacional:

«Hoy, 8 de marzo, ¡un saludo a todas las mujeres! A todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y también un gracias fraterno a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia. Y ésta es para nosotros una ocasión para reafirmar la importancia y la necesidad de su presencia en la vida. Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo traen la vida sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá –ven más allá de ellas–, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos diversos, sentir las cosas con corazón más creativo, más paciente, más tierno. ¡Una oración y una bendición especial para las mujeres aquí presentes en la Plaza y para todas las mujeres! ¡Un saludo!

A todos deseo feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!