Una puerta abierta a todos - Alfa y Omega

Una puerta abierta a todos

XXV Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: CNS

Sabemos que quien prepara un discurso, especialmente si va a tener repercusión pública, a menudo ayuda a los periodistas a que se centren en frases o expresiones significativas que sirven de titular. Son locuciones que suelen condensar en pocas palabras cuanto se ha dicho en varias líneas o, incluso, páginas. Este recurso es un instrumento muy útil para la comunicación. Los textos bíblicos y, en concreto, los evangélicos, también contienen no pocas veces este tipo de frases de especial resonancia, que, ya sea por su presencia más abundante en la liturgia, ya sea por su contenido o forma, destacan más que otras. No es raro encontrar estas expresiones al final del pasaje que es leído en la Misa. Si tuviéramos que escoger una frase que resumiera el Evangelio de este domingo, probablemente nos decantaríamos por «los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

Pero lo que a primera vista es una ayuda hacia la claridad de lo que se pretende transmitir, puede ser al mismo tiempo un obstáculo. Con la Escritura se corre el riesgo de percibir estas expresiones como meros eslóganes publicitarios, a no ser que se ahonde en su significado. No basta, pues, con concluir que el Evangelio nos advierte de que en la vida eterna habrá como una especie de cambio de tornas.

El significado del denario

Si hay un factor común en todos los jornaleros que el propietario contrata para trabajar en la viña es que todos obtendrán un denario por día trabajado. Evidentemente, si reducimos el pasaje a términos económicos, no se comprende lo sucedido y, hasta resulta injusto, tal y como el Señor señala al explicar la parábola. Tampoco es suficiente, en cierto sentido, invocar la omnipotencia de Dios, justificando decisiones arbitrarias por su parte. En realidad, el significado del denario es la vida eterna. Jesús nos está diciendo que la paga que el Señor da a sus trabajadores es la participación en su propia vida. Ese es el salario que Dios reserva a todos, hayan llegado antes o después. Y esto es algo que no puede convertirse en simple moneda. Precisamente, quienes son considerados últimos, si lo aceptan, se convierten en los primeros, mientras que estos pueden correr el riesgo de acabar últimos.

Ser llamados a trabajar en la viña

La parábola comienza con un nítido mensaje: es Dios quien sale a llamar a los trabajadores. Además, no se observa reticencia por parte de los contratados a la hora de aceptar el nuevo empleo. Ser llamado constituye de por sí una recompensa: poder trabajar en su viña. Colaborar con su obra es ya un premio para quien ha sido alcanzado por el Señor. Así lo constata la expresión «nadie nos ha contratado», denotando cierta tristeza por parte de quienes se encuentran con el dueño de la viña ya que, naturalmente, desean participar del salario que se les ofrece. Por otra parte, el propietario quiere que todos trabajen en su viña. Desea que todos los hombres participen en una tarea que él nos encomienda.

Las necesidades de cada persona

Cuanto aquí se ha afirmado nos muestra también que cada persona tiene unas necesidades y unos momentos particulares. La misma sociedad ha comprendido que no puede basarse únicamente en la justicia distributiva. El pasaje de hoy permite comprobar que las personas no somos simples medios de producción de resultados, casi siempre económicos. Al mismo tiempo, nos estimula a valorar la importancia y la suerte que supone poder disfrutar del trabajo. De ahí la frase del Señor: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?».

Evangelio / Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.

Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».