Tiempo de construir - Alfa y Omega

Tiempo de construir

Relaciones Cuba-Estados Unidos, proceso de paz en Colombia, profunda crisis social y económica en Venezuela, violencia y narcotráfico en México. América Latina atraviesa momentos históricos que podrían cambiar su rostro socio-político, y la Iglesia está acompañando de cerca cada uno de esos procesos. De ello habla Rodrigo Guerra, miembro del Consejo Pontificio Justicia y Paz y del Equipo de Reflexión Teológica del CELAM y director general del Centro de Investigación Social Avanzada de México

Jesús Colina. Roma
Roberta S. Jacobson, del Gobierno de Estados Unidos, en la Jornada de Negociaciones entre Cuba y Estados Unidos, en enero de este año

Estados Unidos y Cuba están protagonizando un histórico acercamiento, con la mediación del Papa. Muchos cristianos de Miami no lo entienden. Consideran que se está haciendo un reconocimiento implícito de un régimen que ha perseguido durante décadas a sus ciudadanos. Usted, ¿qué opina?
El anuncio del inicio de un proceso lento de distensión entre Estados Unidos y Cuba sorprendió a todos. Desde hace tiempo, tengo la oportunidad de dar clases en el Centro Félix Varela en La Habana, y tengo amigos y conocidos tanto en el interior de la Iglesia como en el Partido Comunista. Todos hemos quedado sorprendidos por lo inesperado de los pronunciamientos del Presidente Obama y de Raúl Castro, así como por la novedad en el tono discursivo. Es explicable que existan personas y grupos en Miami, y en otras partes del mundo, que miran con desconfianza estos primeros pasos. Existen muchos agravios y mucho dolor acumulados. Sin embargo, éste es el momento para colaborar en la distensión a través de la valentía, la capacidad de reencuentro y la esperanza. Desde una óptica puramente política, esto suena sumamente cándido. Sin embargo, si priorizamos la realidad sobre la idea, el tiempo sobre el espacio, el todo sobre la parte y la reconciliación sobre la lógica del conflicto, seguramente los cubanos, dentro y fuera de la isla, podrán encontrar vías para construir el presente y el futuro de un pueblo que ha sufrido mucho. La distensión no avala, ni legitima, la injusticia cometida por parte de unos y de otros, sino que ofrece un nuevo espacio en el que, quienes amamos a Cuba, tendremos que aprender a construir y no a destruir. El Papa Francisco, con su mediación, ha abierto el umbral de la esperanza. Quiera Dios que todos nos atrevamos a cruzar por él.

Fidel Rondón, de las FARC, lee un comunicado durante las conversaciones de paz con el Gobierno de Colombia, el 5 de marzo, en La Habana

En Colombia, la Conferencia Episcopal, que acompaña el proceso de paz que el Gobierno mantiene con el grupo terrorista de las FARC desde hace más de dos años, confía en que se abrirán muy pronto unas negociaciones similares con el ELN, la segunda guerrilla del país. ¿Ve esperanzas para Colombia? ¿De qué ha servido y de qué servirá la acción del episcopado?
El escenario colombiano es otra cuestión importante. La Conferencia Episcopal Colombiana ha mediado de varias maneras entre el Gobierno y las guerrillas a lo largo del tiempo. La posibilidad real, y cercana, de un cese del fuego bilateral abre un horizonte nuevo en la historia de este país. Sin embargo, el tránsito a este nuevo escenario es muy frágil, debido a que, fácilmente, de manera real o figurada, unos y otros podrán encontrar motivos para retroceder en una agenda de paz. La existencia, por ejemplo, de grupos paramilitares enrarece el ambiente. El papel de la Iglesia, nuevamente, es muy importante a este respecto: crear condiciones de diálogo para lograr una solución política viable. En este caso, los obispos colombianos han sido un ejemplo al mantener una sana tensión entre el ideal (la paz y la reconciliación plenas) y el bien posible (en ocasiones muy modesto). La acción de la Iglesia es muy valiosa en este tipo de contextos. Desde su especificidad, introduce motivos y razones para trascender la lógica de la revancha y el resentimiento, que normalmente establece espirales de violencia muy difíciles de desarticular. Sólo cuando se apela a la lógica del don es posible restablecer la paz con justicia y dignidad.

¿La Iglesia en Venezuela? Del lado del pueblo que sufre

En Venezuela, sin embargo, la Iglesia no está pudiendo ofrecer su labor de mediación en medio del conflicto social y político que vive el país. ¿Por qué?
La Iglesia en Venezuela se encuentra en una atmósfera generada por un Gobierno maximalista que busca afirmarse a través de la lógica del poder y por una sociedad en crisis, dividida y fracturada. De hecho, la desintegración social es inducida desde la autoridad política. Hoy, la sociedad venezolana se encuentra empobrecida como nunca. Existen graves deficiencias en servicios básicos de salud, la inseguridad social y jurídica campea por doquier. Y lo que es más grave, el modus operandi gubernamental a la hora de atender la protesta pacífica es a través de la criminalización y la persecución de los disidentes.

Claramente, el momento venezolano no está definido por fuerzas contrapuestas que advierten la necesidad de la concordia. La tensión y la contraposición son las leyes vigentes no-escritas. En este escenario, la Iglesia se ha colocado del lado del pueblo que sufre. Pueblo que anhela encontrar formas de participación social y de consolidación democrática. La Iglesia se encuentra en una zona de riesgo, propia de quien es testigo de una verdad superior a la del poder. Este valiente posicionamiento me parece que es preciso valorarlo en toda su magnitud: la Iglesia, aun con límites y deficiencias, busca anunciar la verdad del hombre revelada en Cristo, independientemente de las condiciones de éxito político que puedan existir en el corto plazo. En momentos, Venezuela me recuerda, en parte, las tensiones existentes en los países del Este europeo antes de la caída del muro. La retórica oficial hablaba de democracia y de justicia social, pero no lograba leer el dolor del pueblo que protestaba. Al contrario, lo interpretaba como subversión y lo atendía con represión. El trabajo paciente y valiente de hombres como Karol Wojtyla, con el tiempo, dio sus frutos.

Otro de los puntos de América Latina en crisis es México, tras la desaparición de los 43 estudiantes. ¿Qué está haciendo la Iglesia? ¿Qué puede hacer?
El caso de los 43 desaparecidos es un símbolo de la descomposición social y política en México, generada por la colonización del crimen organizado en las estructuras del poder político. La Iglesia, a través de la Conferencia del episcopado mexicano y por medio de algunos valientes obispos —como el cardenal Suárez Inda o monseñor Carlos Garfias, entre otros—, ha logrado instalarse como una voz autorizada y no-violenta. Lamentablemente, existen, en el interior de la Iglesia, personas y grupos que adoptan acríticamente una postura de corte antisistémico, de manera más o menos irreflexiva. Fácilmente, compran la retórica que descalifica por completo a todas las instituciones y la mezclan con algunos valores y consignas social-cristianos. Esta híbrida amalgama es, en mi Opinión, una trampa. La crisis que vivimos en México es grave, pero no se resuelve desahuciando todo. Éste es otro tipo de maximalismo que, en el fondo, no ayuda a la maduración democrática de una república. El camino que nos espera como país es largo. En mi Opinión, se necesita implementar una amplia y diversificada formación en doctrina social cristiana, que nos permita, a los fieles laicos, recuperar la conciencia sobre principios permanentes, los criterios de juicio y las pistas para la acción concreta en orden a realizar una profunda reforma del Estado. No basta una elección. No basta escoger a tal o a cual candidato. Es necesario transformar el sistema político. La reforma estructural de México no puede ser cosmética, sino que tiene que incidir en lo más profundo, y por ello requiere estar basada en un amplísimo acuerdo político que no descalifique, sino que incluya, de manera pacífica, a todas las voces e intereses de los mexicanos. Esto sólo será posible si los cristianos nos volvemos buena noticia para nuestros hermanos y apostamos por construir el presente y el futuro usando la comunión como método para la reconstrucción del tejido social.