El genio femenino - Alfa y Omega

El genio femenino

Alfa y Omega

«La política italiana Maria Antonietta Macciocchi cuenta que, en una entrevista privada con el Papa, éste le aseguró: Creo en el genio de las mujeres… Incluso en los períodos más oscuros se encuentra este genio, que es la levadura del progreso humano y de la Historia». Lo cuenta una mujer excepcional, la alemana Jutta Burggraf, profesora de la Universidad de Navarra, fallecida en 2010, en su trabajo Juan Pablo II y la vocación de la mujer, publicado en 1999 en dicha Universidad, precisamente el año en que san Juan Pablo II había declarado co-Patronas de Europa a tres grandes santas mujeres: Catalina de Siena, Brígida de Suecia y la filósofa judía conversa Edith Stein, carmelita descalza con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Y la profesora Burggraf añade: «El genio femenino ha sido para Juan Pablo II, algunas veces, ayuda, y otras, estímulo e incentivo. Por ejemplo, no fue una alta dignidad eclesiástica, ni un alto funcionario del Estado quien le sugirió instalar un hogar para ancianos minusválidos en los jardines del Vaticano. Fue una mujer: Teresa de Calcuta. Y él la escuchó».

Con este mismo espíritu, el Papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium, nos dice que «la Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones», de modo especialísimo el cuidado de la humanidad que define a todo ser humano, «la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad». Y el Papa ve, «con gusto, cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales» en la Iglesia, e incluso «brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero aún es necesario –como no deja de reiterarlo, con ocasión y sin ella– ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia». Y deja clara la razón: «Porque el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social y donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales».

Sin este genio femenino actuando eficazmente, en la Iglesia y en toda la sociedad, las consecuencias de inhumanidad no se hacen esperar. Respecto a la Iglesia, no se puede olvidar que tiene como figura y modelo ejemplar a la Mujer por excelencia. Precisamente hablando del «sacerdocio reservado a los varones», el Papa Francisco, en Evangelii gaudium, y citando a Juan Pablo II, subraya que, en referencia a la potestad sacerdotal, «nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad», porque «la gran dignidad –añade Francisco– viene del Bautismo, que es accesible a todos; y en la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos». Y san Juan Pablo II, en su Carta a las mujeres, de 1995, decía así: «La Iglesia ve en María la máxima expresión del genio femenino y encuentra en ella una fuente de continua inspiración».

Respecto a la entera sociedad, ya vemos a qué grado de inhumanidad se llega cuando no cuenta el genio femenino. En la Carta Mulieris dignitatem, de 1988, Juan Pablo II observa cómo «los éxitos de la ciencia y de la técnica permiten alcanzar un bienestar material que, mientras favorece a algunos, conduce a otros a la marginación. Y, de ese modo, este progreso unilateral puede llevar también a una pérdida de la sensibilidad por el hombre, por todo aquello que es esencialmente humano. En este sentido, sobre todo el momento presente, espera la manifestación de aquel genio de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano». Y este interés prioritario por el ser humano está en el centro mismo del genio femenino, y se fragua en la maternidad y en la familia, que no se contraponen, ¡todo lo contrario!, a la acción de la mujer en la Iglesia y en la vida social.

Ya en 1981, en la Exhortación Familiaris consortio, el Papa santo decía que «la verdadera promoción de la mujer exige que sea claramente reconocido el valor de su función materna y familiar respecto a las demás funciones públicas y a las otras profesiones. Por otra parte, tales funciones y profesiones deben integrarse entre sí, si se quiere que la evolución social y cultural sea verdadera y plenamente humana. Se debe superar –añadía– la mentalidad según la cual el honor de la mujer deriva más del trabajo exterior que de la actividad familiar».

Vale la pena recordar, justamente para esa nueva teología de la mujer que pide el Papa Francisco, que en definitiva es iluminar el papel indispensable de la mujer en la Iglesia y en toda la sociedad, lo que decía Juan Pablo II en su Carta a las mujeres, al constatar: «Normalmente, el progreso se valora según categorías científicas y técnicas, y también desde este punto de vista no falta la aportación de la mujer. Sin embargo, no es ésta la única dimensión del progreso, es más, ni siquiera es la principal. Más importante es la dimensión ética y social, que afecta a las relaciones humanas y a los valores del espíritu: en esta dimensión, desarrollada a menudo sin clamor, a partir de las relaciones cotidianas entre las personas, especialmente dentro de la familia, la sociedad es en gran parte deudora precisamente al genio de la mujer».