El cumplimiento de la voluntad del Padre - Alfa y Omega

El cumplimiento de la voluntad del Padre

XXVI Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Parábola de los dos hijos. Andrey Mironov

Para comprender con claridad el sentido de las palabras del Evangelio de este domingo es preciso conocer algo sobre los personajes que aparecen en el relato. Jesús dirige sus palabras no a una generalidad de oyentes, sino a un público muy concreto: los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. Esto ayuda a comprender mejor el alcance de la parábola.

Los guías del pueblo

Los sumos sacerdotes constituían la cabeza de la estructura cultual de Israel. Sus funciones se concretaban fundamentalmente en dos: el servicio del culto y el servicio de la palabra. Eran, por tanto, los ministros del culto, los guardianes de las tradiciones sagradas y los portavoces de la divinidad. Su labor principal consistía en ofrecer el sacrificio, en el que aparecía en plenitud su función de mediador, al presentar a Dios la ofrenda de los fieles. También tienen el cometido de oficiar la expiación por el perdón de los pecados y de dirigir cualquier rito de consagración o de purificación. En tiempos de Jesús la misión de la palabra no era ejercida ordinariamente por este grupo, sino por los escribas laicos, pertenecientes en su mayoría al grupo de los fariseos. Los ancianos, por su parte, eran personas que gozaban de gran estima y prestigio por parte del pueblo. No necesariamente eran mayores, pero debían tener una madurez y prudencia que sirviera de referencia para tomar decisiones en una comunidad concreta.

Los dos hijos

Así pues, cuando Jesús narra esta parábola tiene frente a él a la referencia religiosa y moral de Israel. Sin embargo, el Señor no valorará la función del culto ni de la prudencia en las decisiones. Les habla del cumplimiento de la voluntad del Padre. Con este concepto condensa su misión y, por lo tanto, la de quienes están dispuestos a seguirlo. Con la imagen del trabajo en la viña, que representa el trabajo por el reino de los cielos, el Señor presenta dos alternativas: la de quien se muestra dispuesto a esa tarea y la de quien se niega, pero después se arrepiente y va. Sin duda, el Señor se está dirigiendo precisamente a los sacerdotes y ancianos de Israel. La denuncia a las instituciones más sagradas del pueblo no aparece por primera vez en la predicación de Jesús. Ya los profetas, en el Antiguo Testamento hicieron una férrea crítica del culto vacío y de quienes utilizaban el nombre de Dios para provecho propio. Jesús acusa directamente a los sumos sacerdotes y a los ancianos de no mostrar la fe con sus obras, cuando dice: «vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis». Como contrapunto, sitúa al hijo que contestó «no quiero», pero luego se arrepintió y fue. El modelo de esta actitud para el Señor son los publicanos y las prostitutas, los pecadores oficiales en Israel.

El modelo de Cristo: llamada a la humildad

Dado que ninguno de nosotros podemos ponernos como ejemplo de cumplimiento de la voluntad de Dios, el pasaje supone una llamada insistente a la humildad en dos vertientes: en primer lugar, para no creernos superiores a nadie. Los sacerdotes y ancianos se consideraban a sí mismos la referencia religiosa y moral que el Señor desmonta; en segundo lugar, arrepentirnos de corazón, ya que como los publicanos y las prostitutas necesitamos de la misericordia divina. La oración del comienzo de la Misa afirma precisamente: «Oh Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia». Además, la primera lectura afirma del malvado: «si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá». Puesto que el arrepentimiento es un don de Dios, hemos de fijarnos en el «tercer hijo» del Evangelio; el que no se cita; el que aceptó voluntariamente ir y fue. De este, del Señor, nos habla la segunda lectura, cuando dice que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz».

Evangelio / Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».