Los viñadores homicidas - Alfa y Omega

Los viñadores homicidas

XXVII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Parábola de los viñadores asesinos. Abel Grimmer. Colección privada. Foto: Pinterest

De nuevo, la parábola que este domingo tenemos ante nosotros está dirigida, en primer lugar, a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. El campo en el que se lleva a cabo esta vez el trabajo se concreta en una viña, algo muy querido por Dios. Como se puede comprobar al leer la primera lectura y el salmo responsorial, la vid es un elemento central de la Escritura para explicar la relación de Dios con su pueblo. Si la Biblia se refiere al pan como alimento cotidiano del hombre, y al agua, como don que hace posible la vida y la fertilidad, la vid y su producto, el vino, aluden a algo que va más allá de lo ordinario. Este sirve para celebrar, para hacer fiesta, para «alegrar el corazón». Al mismo tiempo, es el elemento que se utiliza para expresar el don del amor de Dios con su pueblo, Israel. La profecía de Isaías pone de manifiesto que Dios aparece como el viñador que ama entrañablemente su viña, Israel, y se desvela en cuidados por ella, como si de una esposa se tratara. A cambio, únicamente recibe la infidelidad, significada en los agrazones, uvas no comestibles.

El propietario y los criados

En el Evangelio la imagen es distinta: el propietario de la viña ha arrendado a unos labradores la viña, tras haberla plantado y establecer las condiciones para que diera el máximo fruto. Como consecuencia de estos cuidados, las vides producen sus frutos, pero los labradores, en lugar de devolver al propietario lo que le pertenece, pretenden quedarse con las uvas. Para ello, no vacilan a la hora de eliminar a los distintos criados que el señor de la viña les envía, hasta, por último, enviar a su propio hijo, al que también asesinarán «fuera de la viña». Con estas palabras, Jesús no está relatando únicamente la historia de la relación de Dios con el pueblo elegido. La tradición de la Iglesia ha comprendido que los criados enviados por el dueño de la viña eran los profetas, quienes eran ejecutados por poner en evidencia el pecado del pueblo y de sus dirigentes políticos y religiosos, y señalar a estos como traidores de la voluntad de Dios. Cuando el Evangelio se refiere al hijo, no cabe duda de que Jesús se está señalando a sí mismo y a la suerte que ha de correr, puesto que es quien mejor encarna al propietario. El pasaje concluye con la constatación de un hecho: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Esta cita, del salmo pascual por excelencia, confirma que el destino último del plan de Dios se cumple y no fracasa; que ese hijo al final ha vencido y el designio de Dios se ha cumplido. Pero, al mismo tiempo, el Señor recuerda que si los primeros elegidos para cuidar la viña rechazan esta llamada, la obra de Dios no se parará y será encargada a otros.

La llamada a ser viñadores honrados

La raíz del pecado de los viñadores homicidas consiste en querer atribuirse algo que no les pertenece. Es una nueva versión del «seréis como dioses» del Génesis. Pretenden actuar como propietarios, cuando en realidad son trabajadores. Por esto, el Evangelio de este domingo es una llamada también no solo a aceptar a los enviados de Dios y a Jesucristo, como el Hijo predilecto del Padre, sino también a reconocernos criaturas agradecidas a nuestro Creador. Cuando el hombre juega a ser creador en lugar de criatura se dirige hacia su propio fracaso, ya que pretende apropiarse de una naturaleza que no le pertenece. No es el hombre quien da o quita la vida, quien decide a su propio arbitrio el bien o el mal, o quien tiene en sí la posibilidad de dar la vida eterna. Trabajar como labradores honrados en esta viña no es una esclavitud; es llevar a término el don de Dios que hemos recibido.

Evangelio / Mateo 21, 33-43

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña ¿qué hará con aquellos labradores?». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».